Inseptos inectos/ «Tino del Bien»

Por Rafael Greco T.

Caminar por las playas de Tino del Bien era como andar por el lecho del mar de Frisia. Hundir el tacón en la vida eterna, manchar la suela con el cielo de los lodazales curtidos de ángeles que custodiaron millardos de almas perdonadas. En algún momento las mareas dominaron todos los suelos. Las estrellas estuvieron dispuestas a lo largo y ancho, y formaban un colosal pez que tragaba centenares de planetas coralinos. Naufragar significaba establecerse en la superficie, encarando la obligación de envejecer en un camposanto de casuchas enclavadas. “Aquí arriba toiticos somos iguales: pobres, enfermos, enamorados, ladrones, valientes y miedosos” Esa frase, tallada en un madero, da la bienvenida a los visitantes.

Hay que ir atento, dispuesto a robar conversaciones, la gente de agua es esquiva, para nada confiada.

Ocupar recipientes es un mal necesario al que se han acostumbrado.

Para trasladarse deben meterse en un desecho plástico, una concha, un caracol y esperar que el oleaje los empuje a otros destinos. Hay pocos ricos, como en todos lados, que reposan en toneles de hierro, pero se sabe que los mosquitos les siembran larvas en los corazones, quedando solo para enfermar o para lavar carros. Divierte ver jugar a los niños con los ancianos a pasarse un salvavidas desinflado de mano en mano mientras salpican saludando con gotas a los que observan desde la orilla. Se puede disfrutar una tarde deliciosa asistiendo a un buen partido en el gimnasio cubierto de Tino del Bien; es impresionante la destreza que muestran los jugadores profesionales introduciendo burbujas en la boca de una curvina; yo degusté en las gradas una buena espuma para calmar las emociones del juego.

Cuando llegan las lluvias se funden las inmensidades, se establece la comunión del cielo y el lago ¿Llueve desde arriba o llueve desde abajo? La gente de agua se refugia bajo planchas de latón y tablones para no desfigurarse, para mantener su identidad.

Se van escuchando las voces desesperadas llamando: ¿José, estás aquí?

¿Dónde está Jacinta? ¡Abuela, responda!

Así, como preludio a los cantos de las ranas se van diluyendo los personajes, los amores, las costumbres, un pueblo entero.

Textura 401

Foto: Rafael Greco T.

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