Por Rafael Greco T.
En La Serranía de los Motilones fue escondido Uñomán, ser mitológico zuliano.
Firpa, su madre, lo dejó a resguardo sobre un cacure por temor a la retorcida manía de su amante eventual y padre de la criatura, el dios Mélido.
Mélido acostumbraba comerse las uñas de los demás, nunca las suyas; las ennegrecidas de mecánico o las salpimentadas con tierra las lanzaba a su gran agujero estomacal, pero antes de tragarlas, saciaba su voraz apetito sexual saboreando la cochambre.
Uña por cabeza y torso de albañil era la usual descripción de Uñomán.
Cuentan que vivió en un chinchorro la mayor parte de su existencia, que solo se dejaba rebajar el cabello por una manicurista de confianza llamada Úrbila. Miembros de la etnia Barí solían despertarlo dándole golpes con un plátano verde en las espinillas. Desesperados buscaban en Uñomán la salvación por una comezón imposible de alcanzar, por una hebra de yuca incrustada entre los dientes y por ciertos favores indeseables para este texto.
Por no tener boca, nariz, ni ojos, éste ser mágico y útil, comía con las manos, es decir, con el tacto.
Las lunas apacibles terminaron para Uñoman cuando su padre y el destino lo encontraron.
Para vengarse de Firpa por ocultar aquel horripilante banquete, el dios Mélido pidió a su hijo que sostuviera un clavo pretendiendo arreglar una mesa desvencijada.
El martillazo fue certero. Lloraron los cielos por meses, se arruinaron las cosechas.
Cada veintinueve de junio, los Motilones se rascan en la feria de San Uñomán; para que sea más comprensible “los individuos de la comunidad celebran arañándose alguna parte del cuerpo”
El grupo Grima ameniza siempre las fiestas frotando con las uñas pedazos de madera, vidrio, metal y cerámica.

Foto: Rafael Greco T.
