La obra de teatro satiriza el mundo de la televisión, la corrección política y ciertas imposturas en los discursos
Lucía Carballal es de esa generación criada por la televisión. Nacida en 1984, la dramaturga española ha dicho que todo aquello que emitía el aparato era un mundo que descubría. Así muchos, desde años antes, hallaban un universo cercano a veces e inalcanzable otras tantas.
Ella es la autora de Los pálidos, una obra que se presentó en el Trasnocho Cultural en junio de este año bajo la dirección de Rossana Hernández, quien también interpreta a una escritora llamada María, contratada en un canal para formar parte de un equipo de escritores.
El último capítulo de una serie de televisión no ha tenido los mejores comentarios. Presionados, deben revertir la situación para una siguiente temporada. Con Jacobo (Antonio Delli) a la cabeza, los responsables de la debacle enfrentan las nuevas perspectivas del reciente ingreso.
La serie trata sobre un club de voleibol femenino. Pero todo toma un rumbo
que es defenestrado por la audiencia, que califica todo como sexista.
María da clases y tiene una librería. Además, es activista feminista, atenta sin dudas a diversas causas elogiables. Una vez en el canal, enfrenta un conglomerado que parece avasallante.
La primera parte de la obra es clara en presentar a esos dos personajes: Jacobo y María, en aceras contrarias en lo que respecta a principios. Ella es tan solo una pieza. No hay mejor opción que alguien con conciencia activa para levantar la serie.
Luego Los pálidos va delineando a otras figuras, especialmente a Gloria (Carolina Leandro), durante años la mano derecha de Jacobo, compañera de éxitos. También está Max (Elvis Chaviente), el hermano del mandamás, y Miranda (Mahuampy Ruiz), la hija de Jacobo, una especie de primera espectadora de lo que van tramando.
Empieza entonces la arrebatada dinámica de diferencias. Hay una sorna con respecto al hecho creativo para las grandes masas en estos tiempos, el meticuloso camino para exponer temas milimétricamente calculados, y así no ofender a nadie, y tomarse de las manos todos en sana paz en la condescendencia. La exageración para acentuar debates.
Jacobo es prisionero de sus ataduras, mientras María poco a poco va dando el vuelco en los escalones que se le ponen adelante. Gloria da el mayor viraje, inesperado para la audiencia cuando siente que ya no hay más.
Al final, la obra deriva en una reflexión sobre la lucha de poder, los discursos para enarbolar personajes en la vida real, así como los verdaderos objetivos detrás de ciertas imposturas. La puesta en escena simula un encierro que va desmoronando a los personajes, atrapados en el remolino de la ficción, la exigencia y la exposición al mundo de lo que se considera correcto, así no haya comunión. Además, con sarcasmo ficcionan al extremo -o quizás no- cómo en oficinas deciden la corrección para ganar indulgencias en la audiencia.
