Silvana Estrada

Silvana Estrada: “Venezuela me da raíz”

Aunque asegura ser más mexicana que un tamal, la cantautora repasa su conexión con el país. El cuatro es un instrumento clave en su formación, así como las canciones de Simón Díaz y Soledad Bravo 

Por Humberto Sánchez Amaya

La voz de Silvana Estrada retumba entre las nuevas generaciones que indagan en la canción como expresión de toda una herencia, una manifestación humana que se entrelaza en los caminos de la vida, esos que sin importar el origen, permiten reconocer en aquel que se encuentra lejos los sentimientos que generan el poder creador convertido en música.

Criada en un hogar de canciones e instrumentos, allá en Coatepec, la artista de 27 años de edad ha afianzado una obra que marca una personalidad como autora, a la vez que deja ver todo aquello que la conforma, desde las canciones de las que era testigo en casa junto con sus padres, responsables de coleccionar una discografía de diversas voces y motivos, hasta todo aquello que enlaza a su vida en el tramo del artista atento a todo lo que le es pertinente.

Viena a Caracas a finales de agosto. Estaba previsto que se presentara los días 30 y 31 de agosto en el Centro Cultural de Arte Moderno en La Castellana, pero ambos conciertos fueron pospuestos. 

En ese escenario se reencontrará con un público de otra latitud que ha encontrado resonancia en su propuesta, un público de un país que visita por primera vez, pero que conoce desde que cuando era niña escuchaba atenta las líneas que cantaban Simón Díaz y Soledad Bravo, allá en la casa de la familia, allá en ese hogar con un taller para fabricar instrumentos, allá en esa casa que podía estar lejos de todo, pero que encontraba un mundo en músicas y letras. 

Su sesión de Tiny Desk suma 927.104 reproducciones desde septiembre de 2021. Una sesión en la que la acompañaron Laura Itandehui y Gustavo Guerrero, este último el músico venezolano responsable de Augusto Bracho y productor del más reciente disco de la cantante mexicana: Marchita. Un encuentro que culmina con la interpretación de “Tonada de ordeño”, de Antonio Estevez, un tema que interpretó Soledad Bravo, una de las guías de Silvana Estrada, la artista que tuvo que entender que la tristeza se hizo su aliada.  

-Entiendo que es la primera vez que vienes a Caracas

-Sí. Primera y primerísima

-¿Cómo te imaginas la ciudad?

-No sé, buena pregunta. Me dejas fría. No tengo ni idea. Qué fuerte. Pues me la imagino preciosa, como nuestros países, con sus cosas. México es así. Vivo en Ciudad de México desde hace ocho años. También es como una ciudad grande o muy caótica. Me imagino que Caracas será un poco así también, ¿no? Como una gran ciudad.

-Es una gira con una agenda bastante apretada, pero veo que entre tu segundo concierto en Caracas y el siguiente hay unos días de respiro. ¿Vas a tener la posibilidad quizás de no solamente conocer Caracas sino también ir a otros lugares como los llanos?. Esos llanos que han inspirado tantas canciones que han sido tan importantes para ti

Me encantaría, me encantaría. No sé si nos va a dar tiempo. Sabrás que los artistas nunca conocemos nada porque siempre estamos viajando, cansados y cansadas. Pero me encantaría ir a los llanos. Me encantaría buscar un cuatro. Yo amo mi cuatro, el que uso me lo construyó mi papá. Pero me encantaría visitar algún taller. Tengo planes por ahí, varios amigos por allá. Todo el mundo me tiene una fonda. No sé qué vamos a hacer. Todo el mundo tiene algo. Estoy muy emocionada y dejando que me lleven.

-Me llamó la atención que este año saliste en la portada de la revista Rolling Stone. El título decía que eres el futuro de la música. ¿Qué opinas al respecto?

-Ay, no sé qué opinar. O sea, el futuro de la música me parece que es un poco fuerte (Ríe). Yo se los agradezco mucho, muchísimo, obviamente, ¿no? Pero yo creo que más que el futuro, es como el presente. Es como decir, bueno, esto es lo que está pasando ahora… Es como una prueba de lo que está pasando. Porque en realidad está pasando muchísimo aquí en México. Hay muchísimos artistas nuevos increíbles. Me siento parte de una camada de artistas así también jovencitos, jovencitas increíbles y alucinantes. Me siento muy honrada de que me hayan elegido. Me siento un poco representante de esta generación o de ese universo de la canción al que siento que pertenezco. Ese universo del folclore, de la exploración de la música popular. Todo eso del respeto a la música popular latinoamericana. Es un honor haber estado en una portada de la Rolling Stone.

-En 2020, en una entrevista que diste por el relanzamiento de Lo sagrado, comentaste que te daba miedo sacar algo que no era lo que eras en ese momento. Han pasado dos años desde Marchita. ¿Qué eres en julio de 2024? ¿Qué Silvana veremos en Caracas? 

-(Suspira) Yo creo que soy la de toda la vida. Quizá con un poco más de golpes, mucho mayor y mucho menos inocente, qué se yo.  Marchita es muy alucinante porque es un disco que da mucha introspección. Creo que soy la misma, simplemente con una visión un poco más amplia, con un entendimiento en el que intento ser más amplia, humilde y generosa. Trato de esta con el corazón siempre abierto, intentando aprender, en tránsito y sin correr. Me siento más en paz por el no saber quién soy, por ejemplo, o el no saber qué va a pasar. Siento que cuando creces es un poco lo único que puedes controlar. Creo que mi gran aprendizaje ha sido comprender que lo único que puedo controlar es mi paz y mi serenidad. Tratar de que no me tumben los cambios y los errores. 

Esa persona que soy ahora, la persona que estará cantando en Caracas, será una como soy, agradecida con la vida. Feliz de estar cumpliendo el sueño de cantar en Venezuela, un país que amo. Llevo años escuchando música venezolana. O sea, hay una parte muy niña en mí que va a estar dando gritos de alegría. Crecí con la música venezolana como si fuera propia. Entonces, creo que al final, esa cosa del tiempo y las canciones… Es muy raro que las canciones existan en un escenario y que tú seas la misma persona que las escribió. El tiempo entre escribir una canción, y cantarla en esta industria, en este mundo, en esta vida, es muy largo.

Entonces, yo creo que siempre hay que aprender un poco a entrar en las canciones. O sea, no ponerte por encima de las canciones, a ti como persona, sino siempre entrar a la canción, a escuchar quién eres tú ahora dentro de la canción. 

-Es un diálogo constante entre el creador y la obra. Las obras te pueden decir cosas totalmente diferentes entre un tiempo y otro

-Hay canciones a las que les encuentro significados distintos cada vez. Marchita es un disco que llevo cantando un tiempo, y yo no me canso. Siempre entiendo cosas distintas. Siempre me identifico con algo distinto. Lo mismo le pasa al público, que a través de la canción que se encuentran y sienten. Permiten encontrar zonas de su corazón y de su sensibilidad que no conocían. Lo mismo me ocurre a mí.

Hay momentos en los que me doy cuenta de que soy otra. Momentos en los que percibo que lo que sentía con una canción ya no lo siento más, pero siento otra cosa igual de importante. Es como ciertos libros, como leer El principito de adulto, así como poemas o escritores. O sea, yo regreso cada tanto a ciertos libros y me gusta porque me doy cuenta del paso del tiempo. Es como poner marquitas en la pared. Las canciones, los poemas, cualquier obra de arte, si la ves periódicamente, te vas dando cuenta de cómo vas cambiando con respecto a la obra. Y con las canciones propias, aunque suena raro porque tú mismo las haces, sucede lo mismo. Tú también vas cambiando dentro de lo que significó alguna vez la canción y ahora va tomando otros significados.

-¿A qué huele tu infancia? Podría inferir que huele a madera

-¡A mucha madera! Huele también a humedad de río, a café, a perros, a  comida, a ajo frito, a plátano frito, a tortillas. 

-Has comentado cómo el cuatro te ha acompañado toda tu vida. ¿Pero cómo llega el instrumento a tu casa? ¿Cómo llegan tus padres a los discos de Simón Díaz y Arvolicos d’almendra de Soledad Bravo? 

-Es muy fuerte. En verdad, no sé por qué mi papá tenía un cuatro. Sé que lo tiene desde hace 50 años. ¿Por qué mis papás en las comidas inevitablemente cantan canciones venezolanas? No lo sé. Yo creo que cuando eran jóvenes tendrían unos discos por ahí…. Eso lo heredé. Me lo pasaron derechito en la vena. Están mis recuerdos cantando de niña. No es cualquier cosa cuando te das cuenta que cantar es algo especial. Recuerdo tener como cinco años de edad, estar en el baño con ese eco, y cantar: “No te eleves tan realto, prenda de tanto valor”. Imagínate a una  niña…. Todos esos discos de cantos venezolanos como Arvolicos D’Almendra. Son mis ganas de cantar realmente. Mis ganas de explorar la voz nacen a partir de las canciones. Básicamente a Venezuela le debo que haga música por el cuatro. Sin el cuatro venezolano probablemente no hubiera escrito canciones. No hubiera empezado a cantar si no hubiera estado en mi repertorio de infancia todo ese universo de música folclórica, esos cantos de trabajo; esas canciones de Simón Díaz. Leer en el reverso de los vinilos de Simón que decía que grababa tal disco porque no quería que se perdieran los cantos de ordeño. Hay algo de mí que se conecta con la tierra a través de toda esta música. Me da raíz. Curiosamente siento que Venezuela me da raíz, aunque soy más mexicana que un tamal. Yo siento que de alguna manera Venezuela me da casa. 

-También es cierto que en esa época de estructura académica, por decirlo de alguna forma, hubo ese contacto con el jazz. El piano se convirtió en un elemento crucial, pero te limitaba. Sin embargo, en el cuatro encontraste la libertad. Podríamos decir que es un instrumento muy jazzístico en tu vida

-(Piensa) Estudiando jazz conocí la libertad de cantar, esa la libertad musical. Pero con el cuatro me conocí a mí. Hallé mi deseo, mi anhelo musical. O sea, descubrí el sonido que quiero, las cosas que deseo decir, lo que quiero cantar. El cuatro me regaló un poco la voz. Creo que se debe a que es un instrumento tan generoso, que los acordes más sencillos suenan hermoso. Comencé en el cuatro con muy poca vergüenza hasta la fecha. Tengo muy poca vergüenza porque hay cuatristas maravillosas y maravillosos, y yo toco así, fingerpicking, que no es una manera tradicional. El cuatro me regaló esa exploración hacia mis adentros. Creo que ningún instrumento me lo había permitido de esa manera. Hasta hace no mucho, no sabía nada. Tú me decías, toca un fa sostenido séptimo, y tenía que ir buscando notita por notita. Siento que eso no saber también me regaló mucho eso de hacer las paces con lo sencillo. Eso de querer algo, pero no saber, entonces buscar lo más sencillo de la música. Eso tiene mucho que ver con el folclore. Y pues sí, el cuatro me regaló básicamente la búsqueda en la que estoy todavía, aunque ahora compongo también con el piano y con la guitarra.

-En el Tiny Desk, la última canción fue “Tonada de ordeño”. Tenías a tu papá al frente para cantar contigo, las mariposas en el micrófono. Tu cara era un poema. ¿Qué pasaba por tu mente en ese momento tan poderoso?

-¡Ay, la felicidad! Un momento muy feliz por estar grabando el Tiny Desk. Fui muy feliz. Esa canción siempre me hace feliz. La canto, no sé si siempre, pero casi siempre, porque me recuerda a mis papás. Esa canción es como mi lugar feliz. Entonces la canto siempre. Trato de cantarla siempre al principio sin micrófono porque me conecta a la tierra, al campo, a mi familia. O sea, me conecta con valores que me parecen esenciales en mi vida. Me da una fuerza, como la fuerza del campo. Estar feliz con tan poquito, con mi papá cantando conmigo. Eso me basta. Esa canción tiene eso.

Silvana Estrada

* Esta entrevista iba a salir inicialmente en El Miope en Radio, pero por problemas técnicos, la grabación no es la más idónea para compartir 

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.