Dr. Igloo

Inseptos inectos/ «Dr. Igloo»

Por Rafael Greco T.

Parte uno.

Gané a un extravagante perseguidor en una tienda de antigüedades del centro de Budapest. Un asesino en serie como cualquier persona normal. Usa un poder parido por serendipia en su laboratorio mientras investigaba las absurdas várices de un murciélago; inyectando pequeñas cantidades de extracto de eucalipto en la patas del animal halló la manera de helar la sangre humana, compuesta entre 90 y 94% de agua de chorro.

Corría yo por calles y avenidas bajo el asedio constante de este maléfico ser, hasta que pude perderlo momentáneamente escondiéndome bajo la alfombra de sombras de un callejón; cuando pude salir, lo hice con mi disfraz de chiripa que nunca falla. Ya montado en una de las aceras, detallé el entorno tapizado de librerías y sus añosas soledades, la opacidad de las vidrieras que alguna vez fueron agredidas con pegamento de calcomanías imposibles de remover.

Un par de cucarachas discutían, con boronitas de pan de por medio, el mal gusto del mundo actual, el naufragio de la justicia, la decrepitud de la civilización, etc.; confrontaban la historia de sus antepasados que recibieron cotizazos de faraones, reyes, filósofos y pensadores, con lo insulso de ser una plaga vulgar de apartamento.

– ¿Morales, te acuerdas de los buenos tiempos? ¿Del botiquín Kafka en la Anker Köz? ¿De la vez que salimos con la albina a martirizar a una viejita en silla de ruedas? 

– ¡Claro, Camejo! La hicimos caminar del tiro. Duermo tranquilo gracias al recuerdo de sus gritos.                                                                                                                                           Por cierto, la albina se puso Botox en las antenas; ya no las mueve, quedó inexpresiva…

-Los tiempos cambian compadre. Mi hijo se tatuó un pote de insecticida en el lomo.                    Tú sabes, para sacarme la piedra.

La conversación me distrajo y pisé un chicle. Me costó llegar a casa.                                             El Dr. Igloo seguro se fue chancleteando por la autopista; no le gustan las esquinas, solo las olvida cuando me persigue.

Dr. Igloo

Texto, dibujo y foto: Rafael Greco -T.

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