Por Paola F. Bishop
Empecemos abordando la expresión en el arte. Dentro del hecho artístico, la gran mayoría de teóricos diferencian dos regímenes expresivos: el mimético/representativo y el estético. El régimen mimético/representativo nos presenta la idea de que existen modos correspondientes a pensamientos y sentimientos, un código, un vocabulario expresivo, inmediatamente inteligible. Este régimen es el que opera cuando al filmar un cortometraje definimos una paleta de colores para lograr el mood dramático necesario de cada escena. Cuando seleccionamos tipografías para contenido publicitario.
Por otro lado, encontramos al régimen estético, un régimen que en su origen es uno de no relación, de desaparición de esos códigos que definen los modos de expresión de los pensamientos que establecen relaciones de concordancia entre normas de producción y formas de recepción. Es el núcleo del juicio estético de Kant: un juicio sin concepto, que excluye el establecimiento de un modo de expresión de ideas y sentimientos, un modo sensible para sentir y juzgar lo bello.
El propósito del arte es suspender las relaciones de la forma sensible. Si el arte es la expresión del pensamiento y el sentimiento, ha de ser tan infinito en sus modos, como sentimientos y pensamientos surjan en el ser humano. Es teniendo esto en foco que nace la imagen pensativa.
La imagen pensativa se ubica a mitad del camino entre lo que es y lo que no es arte.
En cuanto a su carácter estético, teóricamente se ha llegado al consenso de que el surgimiento del internet y los servicios de streaming han solapado el carácter artístico del hecho audiovisual, pero la mayoría de las obras audiovisuales contemporáneas cumplen con los criterios teóricos del régimen mimético o del estético. La liberación de la imagen en movimiento empieza por entender, artísticamente, que la especificidad de la misma sólo se ha transformado en cuanto a la tecnología de su recepción. El arte audiovisual se liberó de la dominación física y temporal de las circunstancias del visionado, pero su capacidad sensible sigue intacta, y es en esta capacidad en donde el artista encuentra su objeto.
La ruta paradójica de la liberación de la imagen en movimiento, encuentra su primer hito en las películas de found footage como Dal Polo all’ Equatore de Yervant Gianikian y Ángela Ricci Lucchi, quienes toman como objeto imágenes no diseñadas dentro de los modos estéticos para re-imaginarlas, re-ordenarlas y darles un sentido sensible diferente al pretendido por quienes han hecho el registro originario. Filmar sobre lo ya filmado, dándole vida a la idea de Georg Hegel de que aquello que es arte para nosotros no era arte para quien lo produjo. Con esta obra, construida sobre la forma pura de la imagen y su potencialidad pensativa, Gianikian y Ricci Lucchi, crearon un hecho sensible propio a partir de un hecho sensible ajeno a ellos.
El objeto audiovisual es un modo de dominación de la mirada desde su origen, en donde la experiencia cinematográfica demandaba una atención focalizada en una sala a oscuras, que luego se domesticó con la televisión, para individualizarse con los servicios de streaming y las plataformas de redes sociales.
La mirada del espectador de la era del poscine es errática, fragmentaria, dispersa y de atención flotante. Esta transformación de la mirada tiene dos resultados: en primer lugar, el cine ya no es el vehículo principal de la dominación política; en segundo lugar, permite un tipo de dominación proporcional a la posibilidad de diferenciación los canales de difusión, las fuentes, el estatuto de las imágenes y sus relaciones referenciales. Expone estos elementos ante una multiplicidad de miradas, liberando a la imagen de su contexto sintagmático, de su sentido impuesto. Esta mirada errática, permite a su vez, la existencia de la mirada analítica, que recorre las imágenes en modos no controlados.
Asimismo, esta multiplicidad de miradas ha resultado en una multiplicidad de puntos de vista, disponibles para ser re-imaginados, re-ordenados, integrados y expresados, desarrollando nuevos modos de crear sentido sensible.
La imagen pensativa nos invita a redescubrir la potencia aristotélica del audiovisual en cuanto a qué puede ser, y no en cuanto a lo que es. Es aquella que nace de una necesidad expresiva, que sin una forma determinada, se presenta para que su sentido sea construido en quien la atestigua.
Para intentar definirla es preciso tambien definir lo que no es. Nunca es obligación, nunca es imposición, ni para el artista, ni para el consumidor. La demanda de la sociedad digital de la obligatoriedad del registro, se aleja en su totalidad del propósito liberador de la imagen pensativa. Donde hay represión al espíritu, no pueden existir sino destellos de una liberación de la imagen. No todos somos artistas, no todos somos comunicadores.
Pensar la liberación y la pensivité de la imagen dentro del arte audiovisual, es pensar la obra como ocasión y potencia del pensamiento. Pensar a partir de lo que lo audiovisual crea, las imágenes, para redescubrir su potencia a través de sus propias formas. Es avistar la capacidad de la imagen de ser ocasión y lugar del hecho pensante, entender al arte audiovisual como hecho que transmita lo sensible de lo fundamental.
En palabras de Alain Badiou: “el cine es un arte impuro. Es más que un arte, parasitario e inconsistente. Pero su fuerza de arte contemporáneo es justamente la de dar la idea, en el momento de un pasaje, de la impureza de toda idea”. Es esta impureza la que posibilita el nacimiento del pensamiento propio.
El carácter anacrónico de la imagen en movimiento, da tambien la posibilidad de ubicarse temporalmente en el pasado, el presente y el deseo de futuro, como mirada crítica de la realidad para comprender los conceptos fundamentales de la contemporaneidad. Esta flexibilidad y mezcla temporal siempre ha resultado en nuevas formas de construcción del sentido común. Si bien en sus orígenes estas modificaciones no eran tan evidentes e inmediatas, en la actualidad es innegable la influencia audiovisual en la construcción del sentido común.
La imagen pensativa y el análisis de la potencialidad aristotélica del hecho audiovisual, tienen la capacidad de construir nuevos sentidos comunes, a partir del pensamiento propio que se origina en el espectador como partícipe activo de esa construcción. La liberación del creador y el espectador, empieza cuando entendemos que mirar es una acción que confirma o interpela la distribución reglamentaria del sentido común.
Este es el momento histórico de focalizar la atención en las posibilidades que tenemos como artistas audiovisuales de modificar el sentido común a través de creaciones sensibles, que permitan el nacimiento del pensamiento propio a partir de una imagen libre del pensamiento de quien la crea.
De la Imagen Funcional a la Imagen Pensativa: la obra audiovisual en la era del pos-cine (I)
