Por Rafael Greco T.
Lo confieso: me he estado bañando cada seis días con un hisopo mojado
ligeramente en un dedal de agua que a escondidas lleno del envase que una
vecina le pone al gato del estacionamiento. Atrás quedaron aquellas mañanas
en las que comentaban mis compañeros de trabajo “ahí viene Rodríguez”,
porque desde que me montaba en el ascensor en N2, a doce pisos de la oficina,
llegaba a sus neuronas sensoriales olfativas la punta del puñal de la Jean Marie
Farina en combinación con la loción mentolada para después de afeitar y el
desodorante.
No me explayaré en explicaciones que den más luces sobre la perversidad del
efecto económico actual en mis buenas costumbres sanitarias, pero les cuento
que he descubierto una manera eficaz de calmar mi empeño de ser un caujil
humano.
Me estoy perfumando con ambientadores desechados de buseta y camionetica.
Luego del uso cuidadoso del hisopo que les comentaba al inicio, me froto los
cartoncitos con formas de árbol y rectángulos por todo el cuerpo; de paso
aprovecho para practicar las contorsiones de James Brown que causaron
furores en tiempos discotequeros.
Hay días que huelo a vainilla con chocolate, a brisa primaveral, fresa, pino, a
coco y a chicle de patilla.
Lo curioso de esto es la cola de gente que se me pega cuando salgo a dar mis
caminatas. Algunos me insultan por el precio del pasaje, me reclaman el CD de
salsa erótica, el volumen de la radio, me tocan el hombro a cada rato para
ofrecerme unos billetes arrugados; otros mecánicamente dicen…en la parada
por favor o saltan voces lejanas: “Chacaíto”, “Baruta”, “El Silencio”, “Concresa”.
Ya encontré en la basura un pote de pintura líquida blanca de zapatos para
escribirme en la frente “Hora 0”.
Texto: Rafael Greco -T.

