Arte audiovisual político: El disenso y el consenso como constructores de sentido común

Por Paola F. Bishop

Antes de empezar, es necesario aclarar que el presente artículo es un abordaje filosófico de la política como experiencia sensible. Sepa el lector que no es ninguna medida un posicionamiento, sino un análisis teórico, referenciado en Wings of Desire (1987) de Wim Wenders, para la facilidad de su comprensión.

En nuestra actualidad audiovisual, la creación artística ha pasado a ser un protagonista activo y visible, de las formas de expresión de la política como concepto sensible, pero comencemos por aclarar que cuando hablamos de política y policía como conceptos filosóficos/estéticos, debemos entenderlos como formas de abordar la complejidad. La política se sostiene sobre dispositivos policíacos: formas de construir y distribuir los espacios físicos y sociales públicos. La política como concepto sensible, es siempre un intento de reconfigurar algo ya configurado de una forma por los dispositivos policiales. La policía es esa forma determinada de organización de lo sensible, sujeta a desplazamientos y reconstrucciones en la medida en que es modificada por la política.

Es en su capacidad para la construcción de sentido común sensible, en donde el arte audiovisual modifica esos dispositivos sistemáticos para la generación de pensamiento político propio en el espectador. Al hacer que el espectador construya nuevas formas de leer y entender lo audiovisual, generamos sentido común nuevo. Sin embargo, en una era de sobreproducción de contenido audiovisual político (y de otras ramas artísticas), en la que se ha hecho del reportaje audiovisual de las realidades colectivas una obligación ciudadana, ¿Dónde se ubica la imagen pensativa política? ¿Qué es expresión artística política y cómo la diferenciamos de la información política con armonía estética?

En el arte político el objeto no es la realidad, sino los espacios sensibles del poder, los territorios colectivos y subjetivos, que son aquellos que pueden escapar a este y ser reconfigurados a través de la reapropiación. Cada vez que como artistas transformamos el sentido común, estamos actuando en el campo político en el sentido amplio de la palabra. La política y la estética comparten una forma de división de lo sensible.

En Wings of Desire (1987), Wim Wenders logra –con un ritmo narrativo admirable–, enviar un mensaje político contundente desde una ruptura conceptual y estética, en la que la atención está en el territorio subjetivo y colectivo de la pos-guerra. En una Berlín aún con el muro en pie, realidad que Wenders trae constantemente al espectador a través de sublimidades de la cotidianidad, se aproxima a la Segunda Guerra Mundial desde sus dos realidades como efecto: la colectiva y la subjetiva.

Wenders reta artísticamente a Jean-Luc Goddard, destruyendo su célebre cita: “La ficción es para los israelíes, el documental es para los palestinos”, acercándose más al cine libanés de Joana Hadjithomas y Khalil Joreige, que al de su colega europeo. Nos presenta dos visiones de la posguerra en medio de una historia de amor, que es una excusa para comunicar lo que se busca abordar: la sensibilidad del espíritu humano que habita los espacios del horror.

Tradicionalmente, o mejor dicho, policialmente, la experiencia de la guerra es representada en su realidad en el combate, el testimonio de la víctima como víctima o la condena/apoyo del sujeto testigo a distancia de las miserias bélicas. Wenders rompe con esta estructura y nos introduce en el pensamiento cotidiano de quienes habitan los espacios bélicos en sus sensaciones, en sus recuerdos, no como víctimas sino como sujetos generadores de esa sensibilidad que conecta lo espiritual con lo político. El efecto en lo más privado del espíritu, lo que surge mientras manejamos un auto por una calle antes en ruinas.

A su vez, nos acerca a la mirada colectiva, parodiando a la industria del cine bélico en toda su inexactitud y su efectismo. Wenders nos advierte repetidamente de la división sensible entre el relato y la realidad, lo hace en el diálogo inicial de ambos ángeles, lo hace en el diálogo entre el niño actor y el periodista en la entrada del set. Nos presenta la sombra, el fuego, la realidad y el sol de la cueva platónica del conocimiento humano.

Lo hace a través de esa ruptura narrativa audiovisual de un sistema que nos dice que el horror bélico se registra in situ o se presenta sin relato sensible que lo conecte. Mezcla técnicamente la filmación calculada y el documental crudo para ilustrar la dualidad sensible del pensamiento después de un trauma político, a nivel visual separa la realidad de lo ficticio sin decir qué pertenece dónde, hasta que se construye un sentido común nuevo una vez que nuestro protagonista cobra vida.

Opera no sobre la representación de las acciones y los cuerpos de la guerra, sino sobre sus efectos temporales (la desaparición, la ausencia, la nostalgia) y sobre las reconfiguraciones de los paisajes y lo visible.

En Wings of Desire, Wenders nos presenta al consenso político (la condena a la miseria bélica) desde el disenso artístico (rupturas narrativas, conceptuales y técnicas de su representación). Existen muchos directores que han enfocado su trabajo en estas rupturas, en estos disensos narrativos para la generación de una experiencia sensible de los mensajes políticos, que como sujetos sociales tienen. Se ha elegido a Wings of Desire (1987) porque hace esta ruptura con un tema que como analistas, nos hace inmunes al cuestionamiento ideológico. Expresa lo sensible de lo político, no lo ideológico de su discurso.

Es en esta tensión entre consenso y disenso en donde lo político se une sensiblemente a lo estético. El artista se enfrenta en su quehacer a una elección constante, que es tambien aquella a la que todos nos enfrentamos como sujetos políticos: ruptura o continuidad de los dispositivos policiales.

Ahora, nuestra actualidad audiovisual se ha enfocado en la producción de una gran cantidad de contenido documental y ficcional de lo político-ideológico, pero ¿Cuánto de ese contenido está generando pensamiento propio? Vivimos en una época llena de sombras, potenciadas por la multiplicidad de puntos de vistas a disposición, en donde el artista se ve cada día más obligado a producir contenido discursivo ideológico y no políticamente sensible.

Por la presión colectiva, por necesidad de llegar a más subjetividades, o por falta de tiempo creativo ante el constante suceder global, son muchos los artistas audiovisuales que hoy producen contenido político, de disenso o consenso, siempre desde la comodidad y el carácter explícito del sistema sobre el que se construye el sentido común ya existente.

Como conclusión, invito al lector, al artista y al espectador a dar el salto, a llegar al sol. A comprender al artista político como aquel que ejerce su poder en la reconfiguración de los dispositivos policiales del discurso artístico, a validar el consenso como forma de expresión colectiva, pero a diferenciarlo de lo que el arte siempre es: ruptura sistemática de lo sensible del espíritu humano. Si no hay ruptura, no puede haber arte, solo información.

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