Por Rafael Greco T.
Cada seis meses, dejo que se acumule el polvo en la cara exterior de la ventana de mi cuarto. No solo polvo, es natural que esa superficie que mira al paisaje se llene de toda clase de inmundicia.
Algún pájaro ha drenado su necesidad artística en ese lienzo, dejando fe de su preferencia por el arte moderno.
Me ha dado por pensar que cuando alguien barre en Praga, partículas de sucio atraviesan inmensidades, desiertos, pueblos, vencen todo tipo de inconvenientes para luego prosternarse en silencio en el cristal de mi ventana. Esta sutileza órfica del mugre, es muy pocas veces apreciada.
Los ángeles, recientemente prefieren caminar porque sus alas fuliginosas no están alcanzando alturas óptimas. Me han visitado con los pies descalzos, negros de aceite de motor, caca de mascotas y todo lo que se les adhiere andando por calles y autopistas.
Entre los pelos que se me caen de las pantorrillas, trozos de piel seca y migajas de desperdicios los he barrido sin querer, lanzándolos de regreso a Módena o a Liubliana. Quizá por eso los regalos que me traían tengo que quitárselos a golpes a las personas cuando salgo de viaje.
Una vez en una piñata me quisieron arrebatar la rifa, pero la defendí a mordisco limpio; es la pata de vaca barnizada que tengo de adorno en la mesita de la entrada.
En el firmamento hay dioses que aderezan sus platos con arcoíris trufados, planetas madurados, sales de estrellas e innumerables exquisiteces. En la cúspide de mis madrugadas me asomo al vidrio esperando que caiga de los cielos una pizca de satélite con romero o imagino que hay un niño del otro lado, dibujando con su dedo en la suciedad unos bigotes para mi rostro.

Texto y foto: Rafael Greco – T.
