El aniversario de la obra de Vicente Nebrada fue un momento aprovechado para dar cabida a otras expresiones de la danza, una muestra de respeto, continuidad y registro del camin
Por Adriana Eloisa López
Cuarenta y cinco años de historia danzan en el Teatro Teresa Carreño, complejo cultural que desde su apertura ha marcado el pulso de las artes escénicas en Venezuela. Su compañía de ballet, fundada en 1979 y consolidada en 1983, ha sido una plataforma clave en la formación y difusión de este arte en el país, moldeando múltiples generaciones de bailarines.
Para celebrar este significativo aniversario, el Ballet del Teatro Teresa Carreño presentó una gala neoclásica y contemporánea en la sala Ríos Reyna, que reunió el talento de coreógrafos venezolanos que han sido parte de la historia de esta compañía, siendo la pieza central La luna y los hijos que tenía de Vicente Nebrada, con la dirección musical de Elisa Vegas y el acompañamiento de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho.
La gala inició con Alma, pieza neoclásica concebida por Inés Rojas, que tradujo en movimiento la profunda sensibilidad del Concierto para piano Nro. 1 de Fréderic Chopin, potenciada por la participación del pianista invitado Arnaldo Pizzolante. Una escenografía minimalista, cedió el protagonismo a la expresión de los intérpretes en una danza que reflejó la intensidad y pureza intangible de las emociones –amor, dolor, melancolía, pasión– en una exigente fusión entre ballet clásico y contemporáneo.
En esta coreografía destacó por su expresividad y exigencia técnica el pas de deux (secuencia en pareja) del segundo movimiento, estrenado en noviembre de 2024 en el Festival Internacional de Ballet de La Habana.

El tono intimista y reflexivo de este primer acto preparó el ambiente para Flor de Limpia, estreno dirigido y coreografiado por Cristina Rossell en conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de Maurice Ravel, con una de sus composiciones emblemáticas: Bolero.
La idea nació durante la pandemia, inicialmente como un videodanza, motivado por la necesidad de la bailarina de hacer una ofrenda, un ritual de sanación y renovación de la energía colectiva en medio de la crisis mundial. Y así se siente. Su inicio plantea una atmósfera ritualista, un trance, un hipnotizante movimiento al unísono de más de treinta bailarines en escena que conforme avanza la música, se despliegan en el escenario e interactúan con una escenografía vibrante hacia un crescendo que rompe con la unidad inicial en un frenético desenlace que evoca liberación, catarsis.

Finalmente, llegó la pieza principal de la gala, La luna y los hijos que tenía de Vicente Nebrada, que este año celebra 50 años de su estreno mundial. Esta es una remembranza al mestizaje como un elemento de la identidad venezolana, que fusiona elementos orgánicos del joropo y los tambores negros –interpretados por la Orquesta de Instrumentos Latinoamericanos Odila– con el esteticismo académico que acompaña la música contemporánea de Michael Kamen.
La coreografía se estructura en seis escenas: “Rito de Tura”, ancestral ceremonial de iniciación de una nueva civilización; “Bella ilusión”, que representa el encuentro entre culturas; “Yopo”, frenética acción colectiva expresiva de la integración de las corporalidades; “Flauta de caña”, acto escénico que equipara el movimiento de una mujer al de una exuberante ave tropical; “Joropo seis pareao”, visión grácil de la feminidad que une visiones de la danza tradicional teatral con las del ballet clásico y que por momentos recuerda “La Danza de los Mirlitones” de El Cascanueces; y “Rajuñao”, coda vigorosa que da cierre a la obra.
En palabras de Carlos Paolillo, director artístico del Ballet del Teatro Teresa Carreño, en esta coreografía la luna representa una imagen simbólica bajo la cual se confunden lo cultural, aborigen, español y africano, con un concepto confrontador y una búsqueda esteticista más que de investigación antropológica.

A sus cincuenta años de estreno, la pieza de Nebrada mantiene su vigencia y emociona con su inesperada combinación, reflejo de la visión única de quien fuese director técnico del Ballet del Teatro Teresa Carreño desde 1984 hasta su fallecimiento en 2002, reconocido por sus aportes al repertorio contemporáneo de la compañía y el elevado nivel profesional exhibido por sus bailarines.
Con esta gala, el ballet reconocido en Venezuela y Latinoamérica, destaca su memoria y legado sin dejar de lado el impulso, la innovación y la expresión renovada que traen quienes se han formado en sus filas.
Un semillero artístico que camina hacia su cincuentenario y que no escapa a los retos propios de la industria cultural en Venezuela, pero que sigue en pie apostando a la danza como escenario de magia, fusión, imaginación y punto de encuentro.
