Los Mentas Hacienda La Vega

Ron y pogo: una noche de hacienda con Los Mentas

Llegar en moto para un concierto que promete desajustar el presupuesto, pero que justifica por la singularidad de la velada. Tras calentarse con un mojito y la música de Jorge Andrés y Tomates Fritos, la banda caraqueña desata la euforia colectiva de un espectador que fue actor de reparto de un show para la historia

Por Diego Almao

Llueve en Terrazas del Ávila. Una lluvia sutil, delicada, lo suficiente para que viajar en moto no arriesgue más mi presupuesto. Sé que esta noche desajustará mis números, pero me justifico: no todos los sábados son como este.

Una moto roja llega al Farmatodo de la calle Envolvente. Pregunta mi nombre, y confirmo ser quien soy. Un juego de luces rojas y amarillas me acompaña en el camino hacia un lugar aún desconocido. La brisa roza mis mejillas durante los veintitantos minutos de viaje. Los edificios son menos reconocibles, no coinciden con mi ciudad.

La moto se detiene en la avenida O’Higgins, en la parroquia La Vega. El conductor se despide y toma rumbo hacia la noche, y yo me quedo frente a una entrada desgastada por el tiempo, pero con un nombre todavía legible: Hacienda La Vega. Son las siete y treinta y dos.

El reconocimiento

Una chica me sonríe. Me recibe y comprueba mi entrada antes de desearme la mejor de las noches. No pasan cinco minutos antes del primer trago: un mojito de cortesía que dura poco entre mis manos. Está bueno, se siente fresco, perfecto para calentar.

Hay puestos de comida, barras para beber, arte en vivo, una caseta con franelas apropiadas para la ocasión. La tarima espera por el sonido en directo, pero el DJ a cargo ameniza la noche con buenos temas. Suenan The Strokes, The Cure, The Rolling Stones y Oasis. Cómo no sentirse bien con “12:51” o “She’s Electric” de fondo.

Los Mentas Hacienda La Vega

Hay rostros conocidos y por conocer. Iker anda de un lado a otro, viendo a quién reconoce y qué hacer en las próximas horas. Rosa y Laura también llegaron, así como Patricia y Armando. Maxi está por allí; en un rato lo saludo para animarlo al pogo después de medianoche. No creo que entre, pero hay fe.

Momento Jorge Andrés

Aún es pronto para que las bandas se monten, pero no para la música en vivo. El DJ no puede entretener a cientos de personas solo con una playlist, por más temas buenos que incluya. Alguien debe comenzar la jornada y prepararnos para lo que nos convoca. Hoy, ese alguien es Jorge Andrés.

La primera vez que lo «escuché» fue en el Centro Cultural Chacao, cuando se presentó en Cultura en Banda. Uso las comillas porque no debería decir realmente que lo hice, pues Retromarket era lo que en verdad me había llevado hasta allá. Su música estaba de fondo, amenizando mi noche y ocultándose en mi memoria.

Me acerco a la cuarta canción de su set. Sentí el estallido a la distancia, y le dije a Maxi que me iría un rato. No muchas personas están cerca de la tarima, pero esto cambia a medida que toma fuerza su propuesta de rock and roll criollo. Abre la noche, no es el acto principal, pero la energía de su presentación en formato power trío despierta el interés de la gente, alternando pasajes guitarreros con momentos más melódicos y tranquilos que dan cuenta de su repertorio actual.

Los Mentas Hacienda La Vega

Ha estado girando recientemente. Además de la ocasión en Cultura en Banda, a comienzos de agosto tuvo un toque acústico en La Pulpería del Libro, solo un día después de liberar su canción más reciente, “Platillo volador”. Unos días más tarde, el 12 de septiembre, Jorge Andrés se presentó en La Quinta Bar con Los Escritores de Salem, Jaxigold (junto a Ama Faustine) y Magumma. Tampoco pude asistir.

Interludio I: hay que comer

Que quede entre nosotros: no tengo la costumbre de comer en conciertos. Siempre que puedo, intento llegar almorzado o cenado. Es una manera de gestionar el gasto y no quedar muy mal parado para más adelante. Uno nunca sabe cuándo se atraviese una emergencia médica, una visita al veterinario, un celular que decide morir.

Claro, hay excepciones. Lo último que tengo en el estómago son dos platos de arroz blanco con carne molida que no alcanzaron a ver el sol de la tarde. Son ya las nueve, y la situación no ha cambiado. Diana dijo que ella podía aguantar hasta Los Mentas. Yo no me veo capaz. Hace un rato vi a Iker comer una hamburguesa bien chévere a un precio que no lo era tanto. Tomates Fritos no se ha montado todavía. Es este momento o ninguno. Tarjetazo.

Escucho a Taimir, Daniel, Andy y a otros panas hablar sobre películas y cómo su opinión de ellas cambió a medida que crecieron y se volvieron otras personas. En una de esas llega mi hamburguesa, acompañada de papas fritas y un vaso de papelón que luce refrescante. Un sorbo lo confirma.

Sinfín multicolor

Mi relación con Tomates Fritos es irregular. Aunque es una de las primeras bandas importantes de nuestro rock que escuché en vivo, allá por 2013 en el festival Tu Voz Es Tu Poder, no conecté con ellos lo suficiente para hacerles seguimiento. No es nada personal; eso me pasa con la gran mayoría del rock venezolano. Eso es una deuda y un cuento para después.

Yo sé que el momento de Tomates Fritos en la hacienda es la antesala de mi plato fuerte. Es el caso contrario a Napo o a Mels, cuyo principal motivo para acercarse al oeste de la ciudad es la banda que se monta justo ahora. Tienen respeto por Los Mentas y esperan por ellos también, pero sus corazones se inclinan hacia otra dirección.

Boston Rex canta, la gente corea, y yo me desubico. La mayoría conoce el repertorio de Tomates Fritos, mientras que los tiempos no me dieron para aprenderme más de dos canciones. Aun así, la música me une a los demás. Me recuerda que no solo se disfruta con el canto.

Los Mentas Hacienda La Vega

La noche pasa rápido con “Tripolar”, “Hombre bala”, “Te molesta”, “Aunque me falle tu querer” y otros temas. Suena también “Vero”, un adelanto del nuevo disco que publicarán en noviembre. Canto lo que puedo con lo que tengo, pero no dejo de sentir el estilo de una banda que, aunque nacida en Puerto La Cruz, en la capital, siempre ha encontrado el cariño de su gente.

“Multicolor” es mi momento. Recuerdo escucharlo cuando Tomates Fritos preparó al público para que The Hives tomara la Concha Acústica en diciembre de 2023. Apenas ayer me aprendí la letra, y eso basta para entregarme a la música y a la historia que la letra asoma entre sus versos. No es difícil para mí identificarme. Como Boston y muchas otras personas, el amor también me ha hecho sufrir.

Interludio II: hay que beber

Se acerca la hora. Tomates Fritos termina su set y a los minutos me encuentro con Maxi y Armando, quien anda como con seis bandas y nos habla de sus toques por venir. Más temprano lo vi en la Unimet, pero no me acerqué. Tenía pinta de hombre ocupado. Los tres coincidimos en que lo mejor será el final, y que ir al baño ahora es lo más inteligente.

Al rato me sirvo otro vaso de cerveza. Uso el tique adicional que me dieron unas personas por participar en una dinámica y, en palabras de la chica de marketing, haberles caído muy bien tanto a ella como a su equipo. Me pregunto qué tan confundida estará Vanessa por haberla llamado de la nada y escucharme cantarle “El ron” a las ocho y veinte de la noche.

Lo más importante es que Diana es feliz. Cómo no, está a minutos de vivir nuevamente a la banda de su juventud y con la que comparte 19 años de su vida. Ella me dice que Los Mentas solían presentarse cuatro días a la semana: jueves, viernes, sábado y domingo. Muchos sitios que comenta son lugares que no conozco y que dejaron de existir. Su experiencia me llega por aproximación.

Me cruzo con Iker otra vez. Compartimos nuestras impresiones del concierto anterior antes de que la tarima apague sus luces. La pantalla que mostraba los visuales de Tomates da lugar a una tela con un rostro inconfundible. Es la hora.

Recojan los vidrios

Lo primero que escucho es una serie de sampleos. Una tía nos echa la bendición, una poceta nos invita a pasar con confianza. Se adelantan también unos sonidos de hora loca, un vistazo de lo que está por venir. La banda se monta, y los primeros acordes invocan el sonido de las olas y la frescura de una birra bajo el sol. Nos fuimos a “Playa Lido”.

El verdadero furor empieza con “U.E.L.M.”, un tema que se despega del estilo surf rock del anterior y entra de lleno en el punk. Alguien lanza una cerveza sobre el primero de muchos pogos, pero no importa. Uno sabe a lo que vino, y la seguidilla de “La cooperativa”, “Oh My Way”, “Bistec” y “Prueba de sonido” lo confirma.

Hace un calor del demonio, la gente suda, la gente es feliz. Armando entró en el bochinche para no salir. A veces lo pierdo entre los cuerpos y las luces rojas y azules, pero nos cruzamos cada tanto. Iker anda también por allí, midiendo la potencia de la gente para ser más estratégico. Por aquí anda también Ali Morales, quien goza una bola y dice presente en los picos de euforia.

Los Mentas Hacienda La Vega

“Vicente” parece bajar las revoluciones antes de que estalle. Recuerdo a Diana apenas empieza; me dijo emocionada que la tocarían esta vez. Seguro es feliz también con “El ron”, aunque no la escucho cantar. Su voz se pierde en el mar de personas dejando salir a su borracho interior. Nadie juzga a nadie, nos hicimos panas.

Bendición del ron

No recuerdo la canción, pero sí la circunstancia. Cuando La Casa de Italia, Los Mentas subieron a una persona a la tarima para el bautizo. No la conocía en ese momento, pero eso cambiaría unos meses después. Dudo mucho que Mavi lea esto, pero si lo hace, que quede como agradecimiento. Gracias a ti, sabía muy bien qué esperar.

Juan Olmedillo hace el llamado. Bajo y batería suenan mientras el vocalista invita al público a romper el límite que separa lo religioso y lo mundano con Santa Teresa. Nada del otro mundo, solo un ritual para sacar los malos espíritus y darle vida al cuerpo.

Fui tímido por muchos años, pero eso cambió con la pandemia. Fue entonces cuando empecé a soltarme más, a apartar temores y a recibir algunas oportunidades que la vida ofrece. Lo que he perdido en vergüenza lo he compensado en deseos de tener experiencias y recuerdos que atesore conforme se disipa la juventud.

Motivo suficiente para abrirme paso entre la gente y saltar la barrera que divide el mundo. Costó menos de lo que creía. Estando al lado de Juan Olmedillo, miro un momento hacia el público y solo reconozco a Diana en la primera fila. Ni idea del protocolo, primera vez que me bautizan. Solo sé que debo agacharme para que el ritual se dé, y así sucede. El público corea el nombre que Juan elige para mí: Bob Patiño. Lo que sigue es una cascada de ron. Mi expectativa de la noche era un solo shot. Siento que gané.

Los Mentas Hacienda La Vega
Cortesía Alberto Sandoval

La bajada no es difícil. El ron no me confunde tanto como esperaba, aunque quizá el efecto llegue con retraso. Salto la barrera de nuevo y me uno a una multitud que me recibe como si fuera a pagar sus cuotas en Cashea. Recibo saludos de propios y extraños a medida que el toque avanza, y hasta me alzan alguna que otra vez en medio del bochinche. Es imposible no sentirse como una estrella.

Podés ir en paz

Estoy ido. Lo primero que hago es sentarme y descansar. Siento el estallido, la gente busca trozos de experiencia y los une para llevar lo vivido a algo que se pueda entender y explicar.

No he perdido la voz, pero sí me fastidia un poco la garganta. Conforme uno vive, es más fácil distinguir lo que dice el cuerpo y relacionar una sensación con su causa. Por ejemplo, este picor que siento no es del tipo que antecede el malestar. Es más como cansancio, lo que pasa cuando uno da todo de sí y deja de lado los límites en pro de una vivencia superior. Un refresco en la barra me calmará.

Veo una mesa con varios conocidos. Me reciben Taimir, Daniel, Andy, Jackie, Alejandro (el DJ) y Alejandro (el productor). Andy y el DJ dicen que se metieron al pogo, pero no los vi. A quien sí vi fue al otro Alejandro. Lo dio todo, absolutamente todo. La opinión es unánime: ¡qué vivan Los Mentas! La vibra, la energía del público, la música… todo encajó.

Diana sonríe a lo lejos. Me acerco y me dice que lo de Los Mentas no tiene nombre. Para ella, lo que acabamos de vivir fácilmente entra en el top 3 de sus conciertos, y yo le creo. Lo de Casa Italia fue descomunal, pero la hacienda fue testigo de lo apoteósico, algo difícil de contener en palabras.

Veo a Iker. Está chispeando todavía. El concierto lo dejó eléctrico, y sobre todo, muy feliz. Intenta recordar lo vivido, diciéndome que la experiencia se siente desenfocada, demasiado movida para consolidarla en algo estable y en alta definición. Salió satisfecho, incluso con sus lentes rayados después del pogo. El concierto gratis le salió caro, pero lo acepta. Es el precio a pagar por vivir.


Los carros abandonan la hacienda por sitios desconocidos. Taxistas de otros tiempos anuncian sus servicios. No parece que la suerte los acompañe, pero seguirán intentando.

Una moto se acerca y pide mi nombre. Nos deslizamos sobre caminos recién insertos en mi historia. La noche del sábado se extiende entre las 2 y 3 de la madrugada de un domingo que recién empieza. La brisa roza mis mejillas, y una luna sonriente se cuelga entre las estrellas del cielo.

Estoy vivo.

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