El tufo del racismo recorre Europa

La semana pasada se publicó en El País de España una noticia sobre un joven que murió por la paliza propinada por un grupo neonazi en la ciudad italiana de Verona. Los radicales se enfurecieron porque el muchacho se negó a darles un cigarrillo. Afortunadamente están arrestados, pero se puede repetir.
Un informe de inteligencia citado por el diario afirma que hay 55.000 militantes y 65 grupos de ultraderecha en el país que se encargan de arremeter contra toda persona que tenga un color de piel diferente o pertenezcan a otra religión. Al parecer no tienen otras ocupaciones ni preocupaciones, pues la mayoría se encuentra en el norte de Italia, la zona más próspera, y son hijos de empresarios.
No es algo nuevo, pues el año pasado un español pateó a una ecuatoriana en un vagón del metro de Barcelona.
Ambos casos me hicieron recordar una nota que leí en 2006 sobre los preparativos en Alemania para el mundial de fútbol. Decía que las autoridades advertirían a los extranjeros sobre varios lugares peligrosos para ellos por las presencia de grupos racistas, que si se les antojaba relucir su “superioridad”, golpearían a los turistas.
Ahora aquellas personas que quieran conocer algún país europeo, no sólo tienen que preocuparse por reunir los millones para cruzar el océano y hospedarse por allá, sino que también tendrán que estar con la angustia de un caraqueño que camina a las diez de la noche por la Baralt.
Parece que todavía hay muchos muros que derrumbar en Europa.

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