Reseña realizada por Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) y publicada previamente en Breinguash
Chad Smith es el primero que aparece en pantalla cuando comienza Rammstein In Amerika (2015). Habla de la primera vez que vio a la banda alemana en vivo, su reacción ante las canciones, la pirotécnica en escena.
El documental de Hannes Rossacher inicia con la historia sobre la primera visita de los artistas a Estados Unidos desde dos puntos de vistas. En el primero dan su testimonio parte de la crema y nata de la industria musical de ese país. Además del baterista de los Red Hot Chili Peppers, aparecen Iggy Pop, Marilyn Mason, Steven Tyler, Moby. La otra parte del relato es en primera persona, con los integrantes del conjunto.
Hablan de su fascinación inicial por el país, cuando una vez caído el Muro de Berlín viajaron a Estados Unidos de vacaciones. Luego, pocos años después, van decididos a incursionar en un mercado que no le presta mucha atención a la música europea, con la salvedad de los británicos, quienes pueden presumir sin contemplación.
A los miembros de Rammstein les enseñaron en la escuela que Estados Unidos era el mal. Los músicos se criaron en el socialismo de la República Democrática Alemana, donde les decían qué cantar y cómo. Además, en su casa lidiaban con la predisposición ante todo lo que tuviera alguna conexión capitalista, como el grupo Kiss, gran influencia para la puesta en escena de Rammstein. El espectáculo de los liderados por Gene Simmons no solo es intergeneracional, sino que tampoco cree en muros y divisiones.
La película, de poco más de dos horas de duración, muestra a unos músicos nostálgicos. Expresan cómo fue un sueño trascender fuera de su país y ser conocidos en Estados Unidos sin abandonar su idioma natal, como sí hizo The Scorpions.
Obviamente el fuego, la parafernalia de cada concierto, les da un atractivo que deriva en una ópera rock que convence a productores y público; elemento aunado al impulso que reciben de David Lynch, quien usa las canciones “Heirate Mich” y “Rammstein” en su película Lost Highway (1997). La estridencia de esos acordes genera interés en muchos.
Una de las lecturas más interesantes del documental es la contrariedad de los músicos cuando descubren esa parte del país que los encarcela solo por la representación de unos sodomitas en tarima. Son los resquicios de leyes de las buenas costumbres en una sociedad liberal. El arresto duró horas, pero durante la gira tuvieron que volver a la corte a rendir cuentas. Como dice Moby, se trata del puritanismo en la capital mundial del porno.
En la película Rossacher también muestra la gira por Latinoamérica en 1999 junto con Kiss. Risa da el momento cuando en México descubren que aun circulan los viejos Volkswagen modelo Escarabajo. Ocurre poco antes de ir a una rueda de prensa en una tienda de discos, en ese lugar, lo que pensaban que era una protesta, se trataba de una muchedumbre que esperaba verlos. Otro momento genial es cuando son testigos del mercado pirata de artículos Rammstein.
Cada experiencia que el cineasta detalla demuestra a una banda que va descubriendo su nuevo contexto. Desde la ingenuidad de las primeras presentaciones hasta los momentos en los que son conscientes de la responsabilidad que van adquiriendo ante las masas. La hostilidad de las giras, el hastío entre ellos, la paranoia del 11 de septiembre, los cambios en la industria musical, la masificación de Internet son temas que toca el realizador en su filme. Rossacher no quiere dejar cabos sueltos y lo logra sin ser tedioso, con un dinamismo preciso para mostrar más de 20 años de carrera de una banda que aún para muchos es extraña.