Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional
Doctor Strange: Hechicero supremo es una película caleidoscópica, en la que no hay una sola realidad, sino distintos universos paralelos que se entrecruzan en un espectáculo visual atractivo, de realidades giratorias en los que la estética no es perturbada por la confrontación.
Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) es un exitoso y prepotente neurocirujano de Nueva York, reconocido por un envidiable récord de buenos resultados en cada intervención. Pero sabe cómo cuidarse. Es capaz de revisar con toda frialdad una lista de casos urgentes y descartar aquellos que puedan afectar su historial de éxitos en el quirófano. Sus relaciones son mezquinas, aunque a su lado tenga a la doctora Christine Palmer (Rachel McAdams) para atestiguar su auge y caída.
Es la estrella del hospital y del jet set científico hasta que sufre un accidente de tránsito, casi fatal. Prácticamente tienen que reconstruir su cuerpo, especialmente las manos; su anulación como profesional.
Strange empieza a buscar tratamientos de avanzada que superan su entonces precario presupuesto. Conoce el caso de un hombre que sufrió un accidente tan atroz como el suyo, que le cuenta sobre El Ancestral (Tilda Swinton), gurú que en una lejana comunidad llamada Kamar-Taj puede ayudarlo a recobrar la capacidad motriz perdida.
Viaja hasta esos confines tibetanos y encuentra un discurso que va en contra de sus principios. Le hablan del espíritu, la energía interna y de universos paralelos. Una burla, piensa entonces Strange, pero la demostración de la que es testigo lo convence. Repentinamente está frente a un poder mucho mayor al que entiende del mundo terrenal, ese que creyó controlar, incluso después del accidente. Se convierte en aprendiz de esa cofradía de iluminados que pueden dominar la energía entre mundos paralelos.
Se convierte en uno de los más eficaces alumnos del lugar, pero empiezan también otros conflictos, los causados por la contraparte: un antiguo estudiante que desertó ansioso de encontrar la vida eterna, la que ofrece un ser maligno de uno de los tantos universos alternos.
El director Scott Derrickson, venido del mundo de películas como El exorcismo de Emily Rose, Siniestro y Líbranos del mal, se desenvuelve con eficacia en el terreno de los superhéroes, especialmente en un filme con el que pudo trastabillar por la densidad del argumento, las alusiones metafísicas y una puesta en escena que por momentos harán recordar a largometrajes como El origen o Interestelar de Christopher Nolan. En esta ocasión existe el aditivo de la lucha entre bien y el mal de cine de este estilo, aunado a un humor negro que no compite con la solemnidad que busca el guion.
En esta producción de Marvel, el héroe no posee grandes riquezas ni adquirió poderes por ser de otro planeta o mutaciones genéticas. Todo se trata de comprender más allá de la simple materia para, a través de portales, viajar en el espacio y controlar el tiempo. Mientras Los Vengadores se encargan de enfrentar los peligros más convencionales en el mundo de superhéroes, este grupo de figuras lideradas por Doctor Strange se encarga de los peligros provenientes de lo que va más allá de la comprensión mundana en la Tierra. Es así como un bucle del tiempo se convierte en supremacía entre las partes confrontadas en este filme basado en el personaje creado por Stan Lee y Steve Ditko. El primero realiza un cameo en el que aparece leyendo Las puertas de la percepción de Aldous Huxley.