Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional
“Hoy es un día turbulento”, dice Yolanda Pantin poco después de abrir la puerta de su casa. Han pasado pocas horas desde que se conoció que Donald Trump ganó la Presidencia de Estados Unidos. “Es que no hay descanso”, prosigue antes de ofrecer café.
Mañana presenta su más reciente poemario, Bellas ficciones (Editorial Eclepsidra), libro que puede considerarse como un refugio en medio de la hostilidad, aunque la autora afirme que es una interpretación muy ligera. Prefiere que se vea como una ironía. “Porque la vida no es tan bella ni tan ficción. Ocurren cosas graves. Hay que leer todas las páginas que he escrito como un cuento, entre luces y sombras”, dice sobre la publicación que presentará mañana, a las 11:30 am, en Siete al Cubo del Centro de Arte Los Galpones.
—En una entrevista con El Nacional hablaba de la defensa del mundo interior. Citaba entonces a Gottfried Benn: “En esta casa no se puede entrar/ en esta casa hay que haber nacido”. ¿Es este poemario la reafirmación de esa idea?
—Bueno, muy matizada. Esa frase es categórica y odiosa. Hablo de proteger las cosas y seres frágiles. Me refiero a los niños, a los pequeños animales domésticos, a las personas mayores como mis padres, especialmente ahora cuando pasan cosas tan graves en el mundo.
—En poemas como “Rewind” y “Arraigo” hay mucha nostalgia.
—En “Rewind” se habla de lo que está amenazado, cuando las personas quedan perplejas ante lo que ocurre en la televisión, las noticias. En “Arraigo” hay una necesidad de reafirmación en un mundo que parece estar desapareciendo.
—¿Y qué considera que está amenazado en estos momentos?
—Esa es una pregunta para un sociólogo, un filósofo o político. En mi caso soy una persona con muchos miedos. Mi poesía está llena de muchos miedos.
—En Bellas ficciones hay cierto temor a la ausencia y a la muerte.
—Cuando uno publica un libro también se entrega al otro, pero yo no veo miedo a la muerte. Más bien siento aceptación. Cuando lo pude entender, sentí cierta paz. Este libro tan lleno de vida también está atravesado por la muerte. Entonces entendí algo que parece muy obvio, pero que es difícil de comprender: la aceptación de la vida incluye la aceptación de la muerte como algo natural.
—¿Cómo se puede sacar belleza del caos?
—Siempre se puede. Mira la luz que nos rodea, siempre está ahí. La luz es el gran ordenador.
—Pero tal vez muchos no se den cuenta.
—Eso depende de la sensibilidad de la persona. Yo soy muy sensible al efecto de la luz sobre las cosas. Tengo un poema inédito que habla exactamente de eso, de cómo la luz toca las cosas y aparece el poema, que desaparece cuando la luz deja de tocar al objeto. Por eso me gusta mucho la fotografía. Mi obra está atravesada por la imagen.
—¿Ha temido no sentir necesidad de expresarse a través del poema?
—He vivido momentos de vacío interior muy largos, pero soy paciente. Sé que forman parte de mí. Hay que saber escuchar. He sentido que me han arañado, que no queda nada adentro. Me pasó cuando terminé de escribir 21 caballos (2011), un libro hermético y duro, que puede resultar a veces incomprensible, pero que escribí a propósito y a conciencia de la experiencia del pensamiento totalitario. De eso resultó el vacío y la nada.
—Es usted religiosa. ¿Es la poesía un acto divino?
—No, pero sí creo mucho en el misterio, que las cosas surgen misteriosamente. Luego le toca a uno, con la cabeza, tratar de entender eso que apareció sin aparente explicación.
—¿Se desconecta de la saturación de información que hay en el país?
—Es imposible porque es un vicio. Mientras hablo contigo pienso en lo que pueda decir Donald Trump o en lo que pase con el diálogo entre la MUD y el gobierno.
—¿Lamenta las amistades perdidas por la diatriba política venezolana?
—No son tantas. Al principio me dolía muchísimo, pero acepté la pérdida. Es natural, forma parte de la vida. Pero si llego a encontrarme a Luis Alberto Crespo, lo abrazaría porque fue mi maestro. Trataría de no tocar ese tema durante los tres segundos que hablemos. Después que cada quien se vaya a su casa con la conciencia tranquila.
—¿Cómo se imagina que será el país dentro de cinco o diez años?
—No tengo ninguna esperanza ni fe. Espero que mejoren las cosas, pero no sé cómo. Hemos recibido muchos golpes, por eso prefiero no esperar nada. Vivir sin esperanzas es muy difícil, especialmente para los jóvenes. Uno no tiene nada que perder. Me puedo morir tranquila en esta casa. Todo lo que hice está guardado en un mueble. Me preocupa mucho mi hija que vive con su bebé y su esposo. Mi hijo está desde hace 10 años en Estados Unidos. También pienso en mis hermanos.
Foto: Manuel Sardá