Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional
Venezuela, país de sucesos que se solapan unos con otros. No es que queden en el olvido de quienes fueron testigos de la impetuosidad informativa, pero sí suelen ser ignorados por las posteriores generaciones. Sin embargo, ahí está el cine, para recordar, sumar o sorprender, o todo a la vez. Como hace El Amparo.
El largometraje de Rober Calzadilla, que en junio ganó el premio a la Mejor Película en el Festival del Cine Venezolano de Mérida, cumple esas funciones. Desempolva acertadamente una de las violaciones de derechos humanos más conocidas del país. Pero no es el mero hecho de traer a colación; se trata de una propuesta estética y narrativa que atrae al espectador a una historia de intensas emociones, basada en la masacre de 1988, cuando 14 pescadores fueron asesinados por agentes del Comando Específico José Antonio Páez, quienes aseguraron que las víctimas eran guerrilleros. Como los responsables del filme han afirmado –y así lo cumplen– la trama no repara en datos precisos, sino en los sentimientos y anécdotas, en todas esas vivencias previas y posteriores a la tragedia.
Con guion de Karin Valecillos, la cinta sabe muy bien cómo guiar a los espectadores en un poblado con sus costumbres, virtudes y carencias. Un grupo de personas es contratado para pescar. La paga es buena y no dudan en embarcarse río adentro. Cada uno tiene asuntos que resolver, hay precariedades en casa que deben ser solventadas, reclamos de sus respectivos familiares, quienes apuntan a que el dinero es apremiante, pero saben que esos hombres tienen sus vicios, aunque no son malas personas.
El realizador, con la complicidad del director de fotografía Michell Rivas, muestra en escena una de las partes más lúgubres de la historia, cuando esos hombres navegan entusiasmados por lo que será una buena pesca.
No hay violencia en escena. Dejan al espectador que asuma lo que sucedió en esas aguas, de por sí misteriosas. Además, todo lo que ocurre después es lo suficientemente intimidante como para sobrecargar una historia que busca impactar sin ser explícitos en la acción, sino más bien en el sentimiento de zozobra e indignación. La tragedia de la muerte y el terrorismo de Estado.
Pinilla (Vicente Quintero) y Chumba (Giovanny García) sobreviven. En la televisión aseguran que hubo una misión exitosa del Ejército en contra de los subversivos. Incluso, cuando llegan al pueblo, dudan de ellos. El policía Mendieta (Vicente Peña), que los conoce de toda la vida, les pregunta insistentemente si son guerrilleros. Pero con el tiempo, el oficial se convierte en su aliado y protector, pues tanto la cúpula militar como la Fiscalía intentan hacer valer como sea la versión oficial.
“La película es política, es imposible que no lo sea y más que politizarse, se partidizará, porque ya sabemos cómo funcionan las cosas en nuestro país”, indicó el año pasado Calzadilla sobre el filme, que aun no tiene fecha de estreno en Venezuela, y que en 2016 ganó el Premio del Público del Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz.