El Miope. Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en la columna Cultura Puntual de Todo en Domingo
El psicoanalista Carlos Rasquin indica que una de las escenas más poderosas del largometraje La familia es la de un muchacho en el jacuzzi, en paz, sin perturbaciones. Emula al vientre materno, la protección del indefenso. Sin dudas, es una imagen potente de la película venezolana que se estrenará el viernes 27 de julio en la cartelera local. Es la historia de Andrés (Giovanny García) y Pedro (Reggie Reyes), padre e hijo, respectivamente, en una ciudad de la que quieren escapar. Son pocas las rendijas para el sosiego.
El cineasta y guionista Gustavo Rondón Córdova finalmente presenta su primer largometraje, que participó el año pasado en la Semana de la Crítica de Cannes, en el Festival de Cine de Mar del Plata, en la sección Horizontes Latinos de San Sebastián y ganó Mejor Película en Biarritz. Este año fue la Mejor Ópera Prima en el Festival del Cine Venezolano en Mérida.
Es un filme que desde las primeras tomas nos advierte la hostilidad que adversará a sus protagonistas, una trama en la que una ciudad se vuelve contrafigura. No precisamente por los lugares comunes que se pueden presumir cuando se habla de una metrópoli en caos, sino más bien por los gestos y las relaciones cotidianas cada vez más marcadas por la desconfianza y la necesidad de protegerse ante el peligro.
Pedro vive casi solo. Su papá trabaja día y noche, mientras el joven, que va dejando atrás la niñez, aprende a sobrevivir entre los vacíos del hogar y la tumultuosa vertiginosidad del barrio. ¿La madre? Tan solo es un recuerdo. Su paradero se desconoce. Es una foto en casa que se venera.
Andrés, el padre, lleva solo una carga en un lugar que carcome. Puede ser juzgado por algunas faltas, pero trata de ser responsable. No es fácil la vida entre las ruinas, tanto emocionales como físicas. Su trabajo es diurno y nocturno, de albañil o mesonero. Él resuelve sin victimizarse.
Una tarde, en medio de un juego de pelota con su amigo más cercano, Pedro es amenazado por otro joven. Viene del barrio contiguo, de esa zona donde hay mayor peligro, dónde vive gente con la que nadie quiere meterse. Pero al menor no le importa. La violencia aprehendida como ímpetu.
Pedro sabe cómo se resuelven las diferencias en ese lugar. No hay que mostrar debilidad, y ante el trance, actúa. Pero la práctica puede distar de la teoría cuando se trastocan las emociones al debutar en los hechos.
Comienza entonces el escape. El padre sabe que habrá consecuencias y el bloque ya no es lugar para ellos. Los buscarán para vengarse.
No solo comienza un recorrido por la supervivencia, sino también el camino propicio para que ambos finalmente se conozcan. Pues más allá de la consanguinidad, padre e hijo son unos extraños que se veían a distancia, desde los rincones de una casa que solo es dormitorio.
Si el papá busca mostrarse moralmente superior, con ahínco en el trabajo como medio de superación, el hijo también será testigo de las decadencias que en cierta forman los igualan.
La familia, el escape para sobrevivir y aceptarse.
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