Cuando Simón Díaz celebró sus 50 años de carrera

Por Humberto Sánchez Amaya

El Teatro Teresa Carreño es el símbolo de la Caracas que quiso y llegó a ser moderna. Lugar que representó esa afán por dejar atrás lo rural para acomodarse en lo urbano. 

Su escenario principal, la sala Ríos Reyna, ha sido idóneo para ballet clásico, musicales, obras infantiles y hasta pista de hielo para figuras de Disney.

En julio de 1998 ahí hubo una celebración: los 50 años de carrera de Simón Díaz, no solo una de las figuras fundamentales de la cultura venezolana, sino fiel testigo de esa transición, de esa interacción que hubo entre el campo y la ciudad. 

En plataformas como Spotify o Youtube se puede escuchar desde febrero el disco Simón Díaz cuenta y canta. 50 años de vida artística, el registro de esa fiesta, en la que Simón Díaz contaba ya con 70 años de edad. 

El álbum comienza con una dramatización que emula los primeros años del niño nacido en Barbacoas. Es fácil imaginar cómo fue esa niñez, momentos en los que aprendía que para que la vaca diera leche, había que cantarle, y cantarle bonito. 

«Las muchachas de Caracas se conocen caminando/ Porque menean la colita como chivito mamando/ Un hombre con dos mujeres tiene la vida perdida/ Si no la mata la esposa/ lo envenena la querida/ Una mujer con dos hombres/ yo la llamo precavida/ Si se le apaga una vela/ otra le queda encendida», con esas líneas entra al escenario el artista. 

Son los primeros minutos de una biografía contada y cantada. Dos verbos atinados para describir a un hombre en acción, una vida con propósito hecho arte.

El álbum más que un repertorio de temas, es una demostración del polifacetismo de Simón Díaz. Hay relatos, comedia, poesía y obviamente música. Entre canciones, el compositor detalla de manera jocosa y amena la inspiración de cada tema.

Por ejemplo, la Vaca Mariposa, es la vaca con la que lo enseñaron a ordeñar. Cronológicamente habla de ese niño que logró ser becerrero y se enamoró. Pero también hubo tragedia. El artista recuerda la muerte de su padre, y cómo tuvo que ayudar a la madre a hacerse cargo de la familia. 

No es hasta después de los primeros diez minutos del disco, que Simón Díaz empieza a cantar. Antes, todo es un relato de vida, entre risas y suspiros. «La pena del becerrero», un homenaje a ese joven enamorado que trabajaba en el campo. 

La sala Ríos Reyna se convierte en llano.Es fácil imaginar esos confines. Y es que ese imaginario muchos lo conocen solo por las letras del Tío Simón. No sobra llamarlo tío, ni es lugar común, pues los tíos enseñan, y Simón, enseñó su mundo para que nunca jamás muriera. 

Lo acompañan el arpista y cuatrista Luis Fajardo, el mandolinista William García, el bajista y cuatrista José Ángel Pérez y el maraquero Alfredo Rojas. 

Habla sobre cómo fueron los años en los pueblos en los que vivió y trabajó antes de llegar a Caracas. Hilarante el momento de su inesperado debut en la música. De carambola tuvo que suplantar al cantante de una orquesta en la que le pagaban por acomodar atriles e instrumentos. Hasta se dio cuenta que para cómico servía, como demuestra en el concierto. 

Hasta seis minutos dura uno de los relatos de Simón Díaz, como en el que explica las razones que lo llevaron a componer tonadas. Ya en Caracas, como empleado de un banco, le contaron que la producción de leche en el país no era suficiente para cubrir la demanda. Entonces, había que automatizar el proceso. 

Simón Díaz pensó que de ser una máquina la que ordeñe, no habrá quien cante. Se propuso escribir tonadas y grabarlas, para que quedaran para la posteridad. Así presenta «La nota del cabrestero», la primera de tantas. 

Le sigue «Tonada de luna llena», de la que dice con orgullo cómo fue versionada por Caetano Veloso e incluida en La flor de mi secreto de Pedro Almodóvar. 

Eso sí, deja claro que se habían compuesto tonadas anteriormente. «Pero yo me dediqué a trabajarla más, a divulgarla. No hay éxito sin divulgación», indica. 

«De Sabana», esa canción desde el comienzo evoca añoranza y advierte la melancolía que habrá, dice cómo se generó ese canto a un lugar del que muchos se fueron por una promesa de progreso en otros lares.  

Hay cabida incluso para la crítica social. Antes de «Mi querencia», alude a la necesidad de recuperar los campos para producir. Claro, no es panfletario, soberbio o aburrido. Se vale siempre de las imágenes, de historias que detalla para ser imaginadas. En este tema se da el primer acompañamiento del público, quien al unísono se suma a la petición al lucero del alba que la vuelva a regresar.

Las anécdotas de la madre sobre el mundo del corral del ordeño son vistas como una ópera desde la perspectiva jocosa de Simón Díaz, quien presenta en la dinámica entre toro, vaca y becerro una amena historia convertida en canción en «Tonada del niño campesino». 

El artista mira a los más pequeños. Recuerda en escena que es Día del Niño, e invita al coro infantil La Parrandita Petareña para interpretar «La lapa», una composición sobre una lapa que es perseguida por un cazador. Los niños le recomiendan al animalito que se quede en su cueva, que por ahí viene el hombre con su arma. 

Luego, empieza a sonar la guitarra de Aquiles Báez, las notas son las de su versión de «Clavelito colorado». Cambia el ambiente, solo hay música, no hay voz ni aplausos. Paradójicamente, el silencio se convierte en el mejor acompañante de una guitarra acústica que se luce y seduce.

Es además la antesala de «El llano es una inmensa mano extendida a los pies del cielo», versos que recita Bettsimar Díaz. La guitarra sigue, en leal compañía, pero esta vez, para que la hija de Simón Díaz haga de cada palabra una constancia escrita de la existencia del compositor. Son las palabras de una hija orgullosa. 

«El becerrito (la vaca Mariposa)» es la siguiente. Se intuye que el final está cerca. La gente canta más fuerte. ¿Y cómo no hacerlo? Es una de sus obras más famosas. Antecede al clásico ineludible: «Caballo viejo». Con solemnidad, pero también con paréntesis para entremezclar la trama con chistes. 

Finalmente cierra con la misteriosa «Mercedes», sobre la que se ha elucubrado tanto. Lamentablemente la versión en plataformas tiene problemas en su reproducción, tal vez fallas en la transferencia desde el disco. 

Son apenas unos segundos, que no son suficientes para afectar la experiencia de escuchar el viaje, la travesía sonora de una vida de aspiraciones y logros, sin victimismos, y con mucho ímpetu por el arte y la existencia convertida en letras y notas que forman parte de tantas personas que se compaginan en una sociedad vinculada a esta música hecha tradición, y que acompaña otros relatos de vidas.

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