El arte no es un paquete de harina pan

El arte no es un paquete de harina pan

Por Natassha Rodríguez Armas

En mi casa me enseñaron que cada quien le pone a su trabajo el precio que considere correcto. De manera que, cuando no tienes para pagar por algún bien o servicio, te retiras lentamente. Es decir: no lo compras, no lo consumes, no pagas por él. Claro que, asumir esta máxima de vida en “armonía con el cosmos”, implica entender con paz, sosiego y tranquilidad, que no acceder a este “bien” o “servicio”, está directamente relacionado con que tu no lo puedes pagar, y no con que el servicio del otro sea “caro”.

Un músico de alto rendimiento invierte años (cuando digo años, quiero decir AÑOOOOOS) en su educación musical formal, que implica, educación musical básica, desarrollo de habilidades, especialización en el instrumento y formación de alto nivel. Todo esto sin contar con que deben estudiar a diario para no perder la experticia en la ejecución. Y no caigamos en detalles del costo de los instrumentos y otros elementos técnicamente imprescindibles para la faena musical. Es imposible de contabilizar además lo que García Lorca ha definido como “el duende”, esa especie de ente inexplicable que conecta al intérprete con lo divino y le convierte en cuerpo vivo de lo sublime. Lo mismo que un médico,el aprendizaje no acaba: un artista se encuentra en constante formación.

Llevar a un artista a un escenario implica  inversión en recursos y personal técnico especializado, publicidad (física o digital), costos de alquiler o mantenimiento de la/s infraestructura/s. A eso hay que sumarle que, en tiempos de pandemia, sólo contamos con la mitad de los aforos. Siento ser fatalista, pero la cultura, al no ser un bien  imprescindible, es un cuerpo agonizante que se nos está muriendo en los brazos .

Aunque duela, un artista no es un artículo de primera necesidad. Si, ojalá pudiéramos decir que el arte es “imprescindible”, pero la verdad, si nos remitimos a lo más básico de la supervivencia humana, nadie necesita ir a un concierto, o a una obra de teatro para mantener el ritmo de sus pulsiones vitales.  Al menos no en un sentido que no sea poético. Decir que el arte es imprescindible, es altruista y excesivamente poético.

Como sociedad hemos “ninguneado” el arte. Consideramos que es un teatrillo barato que debe cumplir las expectativas de nuestras posibilidades económicas, y pocas veces, observamos al artista que hay detrás.  Con mucha frecuencia vemos que alguien pasado de tragos le dice a algún músico en una fiesta “tócate una ahí”, a un comediante que cuente un chiste, pero nadie le dice a un ginecólogo en unos quince años: saca el espéculo para que me hagas una citología detrás del paraban de la torta.

De ninguna manera sugiero que las artes sean un asunto de élite. Para que la cultura sea más democrática debe haber un aporte importante del Estado y la empresa privada y sabemos que no contamos con esas condiciones en este momento. No abundan fondos de apoyo a la cultura, becas académicas para artistas, ¿y qué decir de la seguridad social?

Sucede que tal como la conocemos de este lado del mundo, la música no es un artículo de consumo masivo. Un artista en este país debe invertir la mayoría de las veces de su propio músculo para que otros disfruten de su arte, y más de las veces se desgarra en el intento. Es así como, en el mejor de los casos, a veces debe conformarse con quedar “tabla”, a modo de celebración porque al menos no perdió dinero.

Cada vez que comparamos el costo de ver a un artista internacional con uno local estamos poniendo en el mismo nivel realidades que no son comparables. La comparación, antipatiquísima por demás, siempre está basada en defender que es más barato ver a fulanito de tal en Nueva York que a Panchito Mandefuá en Caracas. Y no, no se trata de defender lo indefendible. Se trata de que entendamos que hacer cultura aquí es caro, implica diez veces el esfuerzo, con estructuras de costos más difíciles de cubrir, y no necesariamente demasiada demanda. Y aun así, hay gente entregada a este quehacer.

A ti consumidor:  quizás esta vez no puedas pagar por ese espectáculo. Pero no eres el ombligo del mundo y una estructura de costos no puede incluir entre sus variables tu economía personal. Quizás de ese espectáculo que no puedes pagar, depende que alguien invierta en hacerlo más masivo, a menor costo o incluso a costo cero.

A ti, músico, artista, actor, trabajador de la cultura: deja de decir que el espectáculo de tu compañero es carísimo. Regálate tú el privilegio de reconocer el valor del otro. Si lo logra uno, lo logramos todos. Si es reconocido el valor de uno, nos reconocen a todos. Dejemos la toxicidad en redes. Dejemos de ponerle valor al trabajo del otro. Dejemos la miseria mental.

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