Cerúfido Rafael Greco

Inseptos inectos/ «Cerúfido»

Por Rafael Greco T.

Un 24 de Julio de 1923, los puertos de Altagracia celebraron el alumbramiento de Cerúfido Nestacio Mamporras junto al alza de la bandera por los cien años de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo. 

Su padre, don Gelpo Trañafio Mamporras, fue un humilde pescador de la zona. El mejor mojito en coco lo preparaba su madre, doña Púxida Treólidis Aguirre de Mamporras. 

Cerúfido tuvo una infancia feliz. Se divertía en silencio envenenando peces con salfumán. Probablemente ese elemento era el ingrediente secreto del mojito de Doña Púxida. Por aquellos años, todos ignoraban el influjo de las extrañas gastritis que se manifestaron en la familia y en muchos pobladores.

Inspirado en sus tempranos envenenamientos y por la famosa frase de Ana María Campos “Si Morales no capitula, monda”, Cerúfido cogió rumbo a la capital a los dieciocho años para acatar el misterioso telegrama de Hipócrates.

Graduado con honores en la Universidad Central, concertó una cita en un botiquín del centro con el rector para exponerle íntimamente la apertura de una ambiciosa cátedra en la facultad de Medicina. Pronto, en un lúgubre cubículo de la morgue del hospital, Cerúfido comenzó a formar enfermadores; laudables profesionales que ofrecerían a buena parte de la población un rosario de sufrimientos para que pudieran alcanzar curiosas recompensas. La rural había que cursarla en pelotas en un serpentario de Los Caobos.

Una de las primeras pacientes del enfermólogo Cerúfido llegó desesperada a consulta solicitando una tos crónica para vengarse de una vecina que se acostaba rascada todos los días gritando “Tengo várices detrás de las orejaaaaaaaas”, con la puerta del apartamento abierta. Inhalaciones de aserrín con alumbre en polvo y bicarbonato fue la recomendación.

Otro pidió continuos ataques de calor. Deseaba desvestirse sudoroso frente al jefe y los empleados en la oficina a modo de protesta para conseguir que cerraran unos dedos la ventana.

Una señora fue por una lumbalgia y le vendió problemas renales, subidas de tensión y dolores crónicos en las articulaciones. Le recetó un cóctel de grageas al azar, fumar diecinueve tabacos al día y hacer las tres comidas reglamentarias con sopa de rabo y carato de acupe. El hervido de rabo podía ser sustituido por hallaca. Todo eso para hacerle la vida imposible al muérgano de su marido y para traumatizar a sus tres aborrecibles hijos.

A un paisano casi lo mata de tristeza prohibiéndole el plátano maduro con queso palmita. Por fortuna el pobre hombre descubrió el tamarindo envuelto en hoja de bijao y el entretenimiento que proporciona el juego de la lengua cuando batea la semilla de un lado a otro en la cavidad bucal.

Los enfermadores funcionan como sociedades secretas. Para encontrarlos, las personas deben ser remitidas por enfermos terminales o por almas en pena.

En su club privado se reúnen los fines de semana a echarse palos, reír, a vociferar con grandes alardes las listas de sus víctimas y casos espeluznantes.

Hoy, cubierto de uva de playa en su pueblo natal, reposa sobre un pedestal pintado a brocha, el busto del ilustre Dr. Cerúfido Nestacio Mamporras.

Cerúfido Rafael Greco

Foto: Rafael Greco T.

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