Inspirada en la novela de Miguel Otero Silva, la obra de teatro cuenta la historia de dos jóvenes que luchan por no sucumbir en la tragedia que los rodea
Hay un pueblo que se viene abajo. Alguna vez fue capital de su estado, un pasado del que algunos se sostienen con orgullo, aunque no lo hayan vivido. Tan solo una anécdota histórica para aparentar que alguna vez hubo mejores tiempos.
Ortiz es el nombre de ese lugar. Parece que se lo llevó el diablo y lo devolvió. Sus habitantes se mantienen dignos a pesar de todo; en pie ante la tempestad que los acongoja.
Nuevamente se llevó a las tablas venezolanas Casas muertas, la obra de teatro inspirada en el clásico de Miguel Otero Silva. La primera vez que se adaptó fue en los ochenta. Rajatabla la presentó bajo la dirección de Carlos Giménez, ese nombre sagrado en el teatro de estos lares, con Elba Escobar como protagonista.
Ahora bien, desde enero de 2020 hay una adaptación de Jan Vidal Restifo, dirigida por Javier Vidal. Es la que acaba de ser presentada en el Centro Cultural Chacao, un escenario que se vuelve reflejo de tiempos que lucen lejanos, aunque revoloteen como los zamuros sobre Caracas cualquier tarde de adiós al sol. En 2023 fue incluida en la lista de El Miope de las mejores obras presentadas en Caracas durante 2022.

Ambientada en la primera mitad del siglo XX, la obra se centra en Carmen Rosa (Claudia Rojas) y Sebastián (Theylor Plaza), una pareja de jóvenes que se enamoran en medio de tanto calor y duda por el futuro.
El gomecismo le respira en el cuello a cada habitante, así estén lejos de Caracas y las grandes ciudades. La autoridad luce omnipresente, y cada paso debe ser dado con cuidado, incluso el menor comentario.
Carmen es una muchacha respetuosa y abnegada en el negocio familiar, al que junto con su hermana Marta (Jessica Arminio) atiende con esmero. Ambas son hijas de Carmelita (Julie Restifo). Un hogar que es lo más estable que tiene el pueblo. Funcional y amoroso, las tres mujeres se sostienen por la lealtad al sentimiento que comparten.
Fuera de casa, la rutina transcurre en distintas disertaciones, pero las más interesantes son las del señor Cartaya (Javier Vidal) y el padre Pernía (Wilfredo Cisneros). El primero, un masón que invoca al gran arquitecto del universo, mientras el segundo trata de afianzarse en el evangelio, y sin temor a defender a quien lo necesita en el momento más urgente. Ambos personajes son ese faro de búsqueda de trascendencia más allá de lo inmediato, a pesar de la duda constante, siempre presente en todo creyente.

Es un texto bien armado en los elementos que configuran la existencia en sociedad, más todavía cuando se dibuja un contexto que busca prosperar a pesar de todo vaivén.
Sebastián es un joven incendiario, y con su amigo Feliciano (Jan Vidal), empieza a entusiasmarse con la idea de cambiar el rumbo de un sendero que irremediablemente los lleva al abismo.
La vida en Ortiz tampoco es una pena perenne. Hay espacio para el sosiego, momentos de representación de la constante búsqueda del ser humano por el aliciente de la creación y de un mejor porvenir.
No hay personaje que sobre en Casas muertas. El escenario es aprovechado en su totalidad. La dinámica de los elementos para ser usados en los momentos de jolgorio, así como en los lúgubres. El joropo como reafirmación de existencia, la danza como transición a la tragedia, que trastoca toda esperanza de juventud. Carmen Rosa y Sebastián verán cómo el ambiente los sobrepasa.
La dirección de Vidal resalta la mundanidad de los personajes en los momentos necesarios, pero también sabe cómo enaltecer el simbolismo de la luz en la oscuridad mientras exista la vida. Hay también cabida para picardías en líneas que hallan la complicidad del público y su momento.
Casas muertas es una obra pertinente, una muestra de la historia de Venezuela vista por autores que comprende su momento y la pertinencia de la expresión. Un reencuentro con la potencia inherente al humano por un mejor porvenir. Es una pieza que apuesta al tesón por la vida y por el lugar en el que se enfrenta toda adversidad.



