Escribo por mis compañeros de la Cadena Capriles agredidos ayer en la avenida Urdaneta mientras repartían volantes con cuestionamientos al proyecto de ley de educación que se discutía en la Asamblea Nacional.
A algunos de ellos los conozco por la actividad sindical y por la universidad. Los aprecio y los respeto como personas y profesionales.
No hacían nada malo. Sólo se expresaban y comunicaban la razón por la que piensan diferente, una condición humana desde tiempos remotos, pero no siempre bien aceptada, pues parece que el sólo hecho de pensar se ha convertido en un delito en este país.
Podría decirse que se trata de un caso aislado, de una excepción, pero no es así. Es muy atrevido asegurar eso.
Las agresiones de ese grupo que los pateó y golpeó hasta el cansancio son consecuencias de un lenguaje que ha oficializado la violencia contra el disidente, contra el que no se quiere poner la camisa roja por obligación, contra el que denuncia y el que opina. En pocas palabras, contra el que todavía quiere ser una persona pensante y no complaciente.
