Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en Papel Literario
Michael Moore ha perdido gracia. Por momentos hay condescendencia con el director cuando busca inflar su humor, esos momentos en los que echa leudante a lo que no va a levantar en el horno.
En su más reciente documental Where to Invade Next luce forzada la puesta en escena para explicar cómo en países europeos la situación es mucho mejor que en Estados Unidos en temas como el sistema educativo, la alimentación en las escuelas, los beneficios laborales y la legalización de las drogas.
La película comienza con una reunión ficticia del cineasta con el alto mando militar estadounidense. Hartos de guerras fallidas tras la derrota del nazismo, los comandantes piden ayuda a Moore para alzar cabeza ante vergüenzas como Vietnam o Irak. Entonces, el realizador se ofrece como voluntario para “invadir” otras naciones, con la diferencia de no buscar petróleo, sino hallar ideas fructíferas y llevarlas a Estados Unidos.
Es un punto de partida atractivo, claro que lo es, pero muy mal desarrollado por Moore, quien simbólicamente clava una bandera estadounidense en todo lugar que considere modelo para su país. Busca caricaturizar, pero arruga el papel sobre el que dibuja, queda choreto.
Moore tiene razón cuando asegura que el sistema estadounidense se ha vendido como un modelo a seguir que no tiene costuras, pero las filtraciones lo delatan. No hace falta empaparse con el agua derramada para saberlo.
El cineasta polariza, lleva los casos al extremo en una trama bastante binaria, monótona y a veces manipuladora. No hay derecho a la defensa para la parte cuestionada.
Primero viaja a Italia, donde entrevista a una pareja que habla de sus grandiosas vacaciones en lugares lejanos, detalla cómo ese tiempo de descanso es remunerado y cómo los empleados tienen chance de ir hasta sus casas a comer durante las dos horas otorgadas para el almuerzo, una envidia para la ajetreada vida del trabajador de Nueva York o Los Ángeles.
Los entrevistados se sorprenden cuando Moore les habla sobre cómo esas condiciones no existen en Estados Unidos. También conversa con gerentes y sindicalistas, quienes al unísono exaltan su forma de vida. Es verdad, el realizador pone frente a la cámara a empresarios, no los sataniza, pero con el simple objetivo de afirmar que los dueños de compañías italianos son más comprensivos que los estadounidenses. Pastilla roja o azul Neo, no hay alternativas.
Luego sigue su camino, con bandera en mano, para invadir Francia, donde descubre la buena comida que consumen los niños en los colegios. Bacalao, champiñones y verduras forman parte del menú que diariamente se les ofrece a los pequeños, quienes solo toman agua, ni el jugo tiene cabida. El humor de Moore sale de su estertor cuando el cineasta se sienta con los estudiantes y les ofrece Coca Cola.
En Noruega los presos tienen las llaves de sus habitaciones y manipulan cuchillos en la cocina, en Portugal los policías dan discursos aleccionadores sobre derechos humanos, en Finlandia los niños no hacen tareas y son más inteligentes, en Túnez hay revoluciones bien encausadas, en Islandia la mujer tiene un valor apreciado por todos en la sociedad y en Eslovenia la educación universitaria es gratuita.
En este último país presenta a jóvenes estadounidenses que viajaron hasta allá para poder estudiar, cansados de tener que endeudarse. Incluso, Moore mete al país europeo en el mismo saco de otros que brindan educación gratuita, entre ellos Venezuela. Lo hace sin pinzas, sin reparos.
Ese es el principal problema de las generalizaciones del largometraje, pues sus planteamientos se prestan para tergiversaciones. Si bien ambos países brindan educación pública, las condiciones no son las mismas. Un profesor esloveno no gana lo mismo que uno venezolano, que con treinta años de experiencias en una universidad, no supera los 50 dólares mensuales, cuando en otros países suramericanos, por citar ejemplos cercanos, el sueldo de aquel que esté iniciando su carrera está entre los 3.000 y 4.000 dólares. La particularidad de cada contexto tiene sus consecuencias, y esa realidad no es tomada en cuenta en la cinta.
Where to Invade Next funciona más como anecdotario que como desmenuzador de los sistemas que se comparan. Lo único loable es la discusión que puede suscitar y la difusión de casos puntuales, pero nada más. Por lo demás, el filme se queda como un texto de Wikipedia con escasas referencias a pie de página.