Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional
En la más reciente novela de Francisco Suniaga, Adiós Miss Venezuela (Editorial Dahbar), hay una provocación. Él lo admite, no tiene problemas en decirlo. La historia del abogado José Alberto Benítez, que es contratado para averiguar las razones del suicidio de una famosa ex reina de belleza, le sirve al autor para hacer no solo una comparación entre la debacle de un país y el declive de su principal certamen de belleza, sino también para destacar aficiones que pueden ser desdeñadas por ciertos sectores de la cultura.
—¿La novela, además de la obvia metáfora del país, es una reivindicación del concurso Miss Venezuela?
—Efectivamente. Los venezolanos tenemos un afán autodestructivo muy grande que nos lleva a ser implacables con lo que no nos gusta, aunque sean experiencias exitosas y opciones sociales. El Miss Venezuela es uno de nuestros logros culturales más importantes, que las personas han querido y respaldado. Sé que cuando digo esto a mucha gente del mundo intelectual le genera urticaria. Hemos querido reducir la realidad al mundo de la intelectualidad.
—Me imagino que en algún momento usted también fue un gran crítico del certamen.
—Sí, claro. Vengo de ser indiferente y mordaz con esta propuesta estética.
—Una de las críticas más comunes es la de la imposición de un modelo de belleza.
—Es así. En la novela, incluso, se refleja ese discurso que rechaza nuestra pertenencia a Occidente en lo cultural. Yo más bien me abrazo a lo que aquí queda de Occidente, como último reducto de aquello por lo que vale la pena luchar.
—Me imagino que se refiere a la protesta del personaje de Anacmer, que busca destacar un modelo de belleza que considera puro y venezolano.
—No se puede negar nuestra mezcla. Eso es equivalente al derribamiento de la estatua de Cristóbal Colón. Soy cristiano y occidental, una cultura de la que soy parte y a la que quiero pertenecer.
—¿Hablamos entonces de un discurso que sataniza la cultura occidental?
—Es obvio. Ha sido parte del discurso en estos 17 años, la negación de Occidente de una cultura de grandes logros. No me voy a aferrar al genocidio indígena de la Conquista. Es absurdo, no hay razones para quedarse estancado. Pensé que eso se había quedado atrás, pero renació. Tenemos presidentes que hablan de «nosotros los negros e indios», pero nuestros antepasados también son españoles.
—En Adiós Miss Venezuela se refiere al certamen como una institución que ha perdido peso. ¿Hay alguna que no lo haya perdido?
—Creo que ninguna. Esto ha sido un manto de grisura que ha cubierto el país y cada vez es más espeso.
—¿Ya no existen referencias?
—Desde todo punto de vista. Tomemos como referencia a la universidad como institución. No aparece ninguna entre las mejores 500 del mundo. Hace 50 años no era así. En estos últimos 17 años se ha exacerbado esa disminución.
—En las reflexiones del abogado José Alberto Benítez hay una especie de nostalgia por esa Venezuela en la que fue joven, ese país que describían como saudita, pero no veo que haya un cuestionamiento a las razones por las que todo empeoró.
—Pocos hacen eso. La nostalgia no es mi campo. Encuentro trágico que pensemos y tengamos como modelo el país que éramos y no el que pudimos ser. Somos una sociedad con pasado, pero sin futuro. La esencia del conservadurismo es que todo tiempo pasado fue mejor, y yo soy progresista en el sentido de que el mandato es avanzar en el desarrollo de mejores formas de vida. Pero creo que en una parte uno de los personajes dice que la receta no es el pasado.
—¿Es entonces el suicidio de una sociedad no buscar las razones de sus males?
—Hay un paralelismo obvio entre el suicidio de la Miss Venezuela y el de una sociedad. Son elecciones, no creo en la mala suerte. Las sociedades toman decisiones que afectarán.
—¿Pero la sociedad es consciente de cuáles son las decisiones que causaron determinado problema?
—Hay una buena parte de la sociedad que reflexiona. Esa es la tarea de los intelectuales.
—¿Considera a los regímenes de izquierda como enemigos de la estética?
—Depende de lo que llames régimen de izquierda. Si hablamos de la izquierda como comunismo real, obviamente. Las elaboraciones estéticas del este europeo son fácil de comparar con las del período anterior o posterior. Los urbanismos socialistas son hasta humanos, como se puede pensar acá de la Misión Vivienda. Por ejemplo, puedes ver el puente sobre el Guaire que une Las Mercedes con Chacaíto y compararlo con el que hicieron ahora en la autopista. También se da en Cuba, La Habana Vieja fue una construcción estética tremenda y ahora es una ruina.
—Hace una distinción. ¿Cuándo ocurre lo contrario?
—Un régimen socialdemócrata como el de Suecia, que es la mejor expresión de la izquierda, o lo que hubo en España cuando Felipe González.
—Usted no sabía que Osmel Sousa asistiría a la presentación de su libro. ¿Qué pensó cuando lo vio?
—Hablamos muy poco, pero me pareció bien. Esa es la idea. Admiro lo que ha hecho. Este es un país en el que es difícil hacer algo, mucho más realizarlo bien y aún más llevarlo a cabo durante tanto tiempo.
—En un capítulo del libro hay una discusión sobre si lo que se hace en el Miss Venezuela es arte. ¿Usted piensa que sí?
—Sí, porque es una propuesta estética, al igual que el cine dogma que muchos no aceptan. El arte tiene esas características. En Kassel, Alemania, se presenta una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes: Documenta, en la que ves propuestas que desafían valores estéticos comunes. Leonardo da Vinci pintó La Gioconda y seguramente ella no era tan bonita, pero él debió haber ayudado un poco. El Photoshop de antes. Toma la imagen de una mujer y hace una propuesta.
—Ha habido un debate sobre lo que se debe hablar en la literatura venezolana. Hay quienes aseguran que no debe mantenerse ajena a la realidad sociopolítica del país, mientras que otros opinan que hacerlo es oportunista. ¿Qué piensa usted?
—Hay una obligación del arte en general. Son varias las novelas que lo hacen. En Adiós Miss Venezuelaestá presente la realidad política. Cuando fui al seminario para escritores internacionales de la Universidad de Iowa en 2011, invitaron al nigeriano Premio Nobel de Literatura Wole Soyinka, quien se refirió a ese planteamiento. Contó que en su país había terrorismo religioso, atentados a templos en los que morían centenares de personas que buscaban acercarse a Dios. ¿Entonces, qué debía hacer? ¿Escribir un poema de amor?
—El protagonista habla de un juicio a la izquierda por desleal e irresponsable cuando fue oposición, y fatal en el gobierno, por corrupta y mediocre. ¿Cuál sería su veredicto de ser usted juez?
—Ese juicio debería hacerlo un tribunal popular para que reciba una dosis de su propia medicina (risas). Es una broma. No soy juez, solo crítico ante el deterioro de Venezuela y de América Latina.
—¿En cuál acera ideológica se encuentra?
—Soy socialdemócrata. Creo que es una forma de organización política mandada a hacer para Venezuela, un país que recibe una alta renta petrolera. El Estado no debe sacar todo el dinero de los particulares, sino repartir de una forma más justa una buena proporción de esos ingresos.