Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional
Lucas es un niño de la diáspora. Vive en Nueva York con sus padres y tiene la fortuna de tener vivos a sus bisabuelos; pero no los conoce, pues ellos permanecen en Venezuela.
Como una forma de establecer vínculos e impulsar el arraigo, sus progenitores deciden filmar un documental para el muchacho. Viajan al país para entrevistar a sus padres y abuelos: les piden que hablen de sus vidas, detallen esas anécdotas que formaron a la familia, los pormenores de la génesis de esas relaciones en una Caracas en la que comenzaba un vertiginoso crecimiento arquitectónico.
Se recrean entonces los amores, desengaños, ensueños y pasiones en la viva voz de sus protagonistas, vivencias acompañadas con certeras alusiones a clásicos del cine como Lo que el viento se llevó. Los antepasados son el elenco de una trama familiar que el pequeño descubre y también cuestiona para finalmente dar una lección a todos.
Por eso, la novela El final de la película (Editorial Dahbar) de Menena Cottin está escrita como un guión, un experimento que encantó tanto al crítico de cine Rodolfo Izaguirre que lo llevó a aceptar con gusto escribir el prólogo de una obra que considera que alcanza su mayor gloria cuando “al concluir comienza nuestra propia película”.
A través de 175 páginas se disfruta de una historia de la que surgen inmediatamente las proximidades, pormenorizadas de una forma en la que se puede sentir cada suspiro de quien relata; se tiene empatía con las decisiones tomadas y se cuestionan aquellas que, como en toda familia, han hecho daño a alguno de sus integrantes. El lector entonces se convierte en un confidente más de esas personas.
“Surgió cuando me tocó convivir con unos padres muy longevos e intelectuales, una pareja que tenía muchos intereses, una vida interior impresionante. Personas de más de 90 años de edad que vivieron una cantidad de cambios en un país. Entonces, yo me convertí en madre y abuela. Me llamó la atención cómo la nueva generación convivía con la anterior. Hablo de cuatro generaciones y de cómo un niño influye en su bisabuelo y viceversa. Eso antes no sucedía porque las personas no vivían tanto. Por eso quise tratar el tema”, comenta la autora.
Esas experiencias de los padres de Cottin no permanecieron en la memoria de quienes las escucharon. Ella se encargó de hacerlas trascender y de que perduraran a través de estos personajes ficticios.
“Hay otro tema que siempre me interesó: el cine. No es que sea muy culta en esta materia, pero me llaman la atención los procesos creativos. En este caso, cómo se llega a una película. Además, cuando estaba pequeña, el cine siempre fue una cosa mágica y decidí que fuera el hilo conductor en este caso. Así se fraguó este libro tan extraño”.
En cada pareja de bisabuelos hay contextos disímiles. Los que tienen vínculos por parte de madre están divorciados, una separación que nadie preveía cuando todos pensaban que era la pareja más feliz alrededor. Los otros, en cambio, se mantienen unidos, se aman y respetan, pero hay una herida que no ha cerrado y que ambos obvian para mantener la convivencia.
En cada entrevista hay preguntas sobre qué es la felicidad y la tristeza, esos sentimientos tan comunes sobre los que el niño reflexiona para luego iniciar un diálogo con sus bisabuelos, sorprendidos por la elocuencia y profundidad del pensamiento del pequeño.
Podría pensarse que Lucas es una proyección de Cottin, quien escribe desde su posición de testigo, de simple observadora de situaciones cotidianas, pero perennes en la memoria, para que al final del relato sea ese niño quien tome posición ante dilemas que los adultos durante años prefirieron no tratar. “Pudiera ser, porque fui una niña así, que siempre se cuestionó las cosas. Son preguntas que me he hecho durante distintas etapas de mi vida. Con los años, te das cuenta de que uno no termina de aprender. Lo lindo, en este caso, es que un niño diáfano, fresco y sin prejuicios, empieza a realizarse estas preguntas sobre la vida, lo que se convierte en una enseñanza para los mayores, que necesitaban esta otra visión para entender tantas cosas”.
Una reflexión para todas las edades
Buena parte de los libros de Menena Cottin tienen una amplia conexión con el público infantil. Ella, sin embargo, asegura que en la mayoría de los casos no piensa en quién será el lector final de su obra.
Para la escritora e ilustradora, El final de la película plantea otra reflexión en la relación entre jóvenes y viejos. “En mi caso, porque estaba muy centrada en mis padres. Recuerda que es muy dura la soledad que enfrentan, las incomprensiones. Mi papá (el ingeniero Alfredo Rodríguez Amengual), por ejemplo, sufrió mucho el deterioro del país. Esas frustraciones las viví muy cerca”.
Cottin, que estudió en el Instituto de Diseño Neumann, también es autora de otros libros como La nube (2012), Cierra los ojos que vamos a ver (2013) y El libro negro de los colores (2006), Primer Premio de la categoría Nuevos Horizonte en la Feria del Libro Infantil de Bologna, en 2007.