Doña Bárbara sigue generando debate sobre el país

Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional

Desde que se lee que un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha, hay una promesa. Las primeras líneas de Doña Bárbara están llenas de imágenes tan atinadamente escritas que es imposible no sucumbir al deseo de querer ahondarse en esa narrativa plena de intrigas, traiciones, lealtades y pasiones.

La novela es una de las mejores referencias de la literatura venezolana del siglo XX. Rómulo Gallegos logró reflejar en ella un ideario que con el paso de los años pareciera estar vigente en la sociedad venezolana.

El 15 de febrero se cumplieron 88 años de la primera edición de Doña Bárbara publicada en España por la Editorial Araluce de Barcelona. No fue el 11 de agosto, como se dijo en algunos medios y se lee en Wikipedia. Sin embargo, la errada efeméride desempolvó la conocida discusión entre civilización y barbarie, una de las polémicas más comunes que la obra de Gallegos genera.

Para el crítico literario Víctor Bravo es importante tener claras las connotaciones de la barbarie. «Puede ser el horror desde la perspectiva de la tesis civilizadora, pero también puede ser pureza, que es el planteamiento de Rousseau. Gallegos intenta proyectar un caos que debe ser ordenado».

Poder es la palabra que más repite el académico. «Es que de eso se trata», indica quien habla del poder pasional representado en el personaje de Doña Bárbara, y del poder utilitario que, a su juicio, encarna Santos Luzardo. «Venezuela se estaba construyendo y, como dice Balzac, la novela es la historia privada de las naciones. Cuando hablamos del país actual, hay una gran diferencia. El poder que se quiere mantener está alejado de toda ética y moral».

Bravo piensa que hay cierta moral en Doña Bárbara por- que ella se llena de abundancia material debido a los sufrimientos padecidos durante su juventud. «Cuando regresa Santos Luzardo al llano, la protagonista se enamora», recuerda el escritor y profesor jubilado de la ULA, quien hace esta anotación como un hecho fundamental en el desarrollo de la obra.

«Algunos autores han hablado del amor pasión como la capacidad para enfrentar cualquier obstáculo en atención a su objeto. Se refieren a personas capaces de entregar todo a su amado. Doña Bárbara construye todo su imperio con pies de barro y será capaz de entregarlo todo. Ahora, no creo que quienes han destruido a la República por el poder absoluto sean capaces de ceder esas montañas de bienes por una pasión».

Lectura limitada.
Horacio Biord, presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, prefiere deslindarse de esa división en su análisis sobre Doña Bárbara. Considera «colonialistas» esos términos, que además han limitado una interpretación más amplia de Doña Bárbara. «No creo que Santos Luzardo represente la civilización per se. Puede interpretarse como un símbolo de modernización y allí entramos en un terreno nuevamente espinoso: el concepto mismo de modernización y las ideas que subyacen.

Santos Luzardo vendría a ser el prototipo, en la ficción literaria, de los intérpretes de la realidad americana y venezolana desde posiciones prejuiciadas de clase y cultura. En su abordaje del llano y la vida de las haciendas priva una visión principalmente urbana y oligárquica».

Para Biord, Doña Bárbara como personaje es mucho más rico y complejo, por lo que merece una interpretación más amplia. No obstante, reconoce que la relación de ella con el poder y los abusos que comete son reprobables, aunque en sus actos pueda rastrearse una manera de hacer justicia frente a inequidades y desafueros históricos. «Debemos subrayar que el fin no justifica los medios como tampoco lo hacen los antecedentes e historias personales de seres afectados por deudas de cualquier tipo. Ello tiene una gran actualidad ante la situación del país hoy».

«Más allá de la dicotomía civilización-barbarie Doña Bárbara puede representar la terrible ceguera social de no saber interpretar las complejidades sociales del país, sus sustratos, incluso el superestrato que desdibuja el país complejo que debería estar orgulloso de su sociodiversidad. La negación de esta última genera profundas injusticias e impide la concreción de un proyecto de país sostenible en el tiempo», acota el académico.

El historiador Tomás Straka también es cuidadoso al emplear los términos, especialmente cuando con el horror de Auschwitz y el terror soviético se demostró que Europa no estaba exenta de hechos atroces.

«Lo que a principios de siglo XX se definía como barbarie, en contraposición con la civilización, actualmente se llamaría subdesarrollo y desarrollo.

Esas primeras definiciones, ciertamente, son consideradas etnocéntricas, racistas y a veces imperialistas. De todas formas, son características socioculturales que Gallegos, con el instrumental de su época llamó, en el primer caso, barbarie. Se refería a la falta de institucionalidad, a la ilegalidad, a una sociedad definida por la ignorancia y la violencia, que no fueron revertidas en la proporción deseada».

Para el autor de La épica del desencanto y miembro de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, nuestra modernidad ha sido muy frágil, pero reconoce importantes avances y los ilustra de esta forma: «Nunca ha habido tantos venezolanos semejantes a Santos Luzardo como ahora, pero estos no han logrado eliminar todo lo que había en ellos de Doña Bárbara».

Destaca que ese incremento de personas con valores ciudadanos e institucionales se debe a que la generación de Gallegos, y las dos subsiguientes, se tomaron en serio el desarrollo del país. «En ningún momento la sociedad venezolana había sido tan educada, tan bien nutrida, tan formada y próspera como en las décadas que van de los cuarenta a los noventa, probablemente, incluso la primera década del siglo XXI. Ahora corremos el riesgo de perder esos logros, tanto por los niños que no están escolarizados y los jóvenes que no ven en la universidad una posibilidad para avanzar, como en los profesionales que deciden irse del país. Además, problemas como la desnutrición, el paludismo y la tuberculosis vuelven a avanzar. A pesar de todo, no estamos en los años veinte».

Para el profesor universitario es difícil saber si los que se parecen a Doña Bárbara son minoría, le preocupan más los que están en la mitad, con un proceso inconcluso y un pie en cada lado. «Eso pasa en todos los pueblos. En Venezuela se recalca por la situación que estamos viviendo».

Una obra difícil de encontrar

No es sencillo encontrar un ejemplar nuevo de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos. Cadenas de librerías como Tecni Ciencias, Nacho, Las Novedades o Lugar Común carecen de un ejemplar para ofrecer a los lectores.

«Tú conoces la razón», responde la señora que atiende en una de las librerías ubicadas en la avenida San Martín, en alusión a la crisis que atraviesan varias editoriales por falta de papel y tinta.

En El Buscón se consiguen libros usados: el viernes había un ejemplar en 18.000 bolívares.

«En este momento por la poca producción editorial no hay ediciones nuevas. Hasta donde sé las últimas fueron las editadas por Panapo.

Como también trabajamos con ejemplares de segunda mano, procuramos tener siempre alguna. Independientemente de la ausencia de casas editoriales y de los problemas del sector para traer libros de afuera, hago un llamado a las imprentas y editoriales activas para que reimpriman estos clásicos», afirma Katyna Henríquez Consalvi, gerente de la librería del Trasnocho Cultural.

En Mercado Libre los ejemplares usados de Doña Bárbara pueden costar hasta 55.000 bolívares, dependiendo de la edición. Incluso hay un usuario que ofrece un PDF en 155 bolívares.

Sin embargo, librerías menos conocidas, como Coliseo 2020, en el centro de Caracas, tienen la edición Panapo, que leyeron especialmente las generaciones nacidas en la década de los años ochenta, en 15.000 bolívares.

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