Por Humberto Sánchez Amaya

La historia de un individuo suele tener resonancia en todo. El motivo de un suspiro puede ser el mismo entre otras tantas personas. En La persistencia, Rossana Hernández concentra en su más íntima experiencia los distintos caminos, esos que parecen distantes, pero que al final transitan la misma montaña, que, con sus cuestas y quebradas, sol inclemente y frío nocturno, hacen que la vida sea tan variopinta en alegrías, dudas, frustraciones y logros.

Surgió de las muchas horas de conversación con Sara Valero Zelwer, directora y escritora de la pieza. Una serie de entrevistas sobre el sendero de la artista que también es ciudadana, que empezó en la duda, pero con brío y devoción por la pasión que se fortaleció con los años. Es un teatro biográfico documental, que permite vislumbrar un testimonio de las artes y del país.

En La persistencia Rossana Hernández relata cómo en Carúpano una niña empieza a transitar esas inquietudes, entre la lectura y la danza, pero con la sensación de un más allá que empieza a descifrarse, ese instinto por adentrarse a lo desconocido y prometedor.

Y así, llega a Caracas, al lugar donde se desea ir más allá, la metrópolis que fue y que no se sabe si todavía es, pero que persiste en construirse, aunque sea espiritualmente, como se constata entre ese público que busca sosiego en las artes.

Con la promesa de estudiar Derecho para que le paguen la universidad, se desenvuelve en un lugar en el que se reencuentra con esas pasiones, esas inquietudes que el arte siempre despierta. Y así comienza el camino de la actriz.

La obra se presenta hasta el 27 de noviembre en el Teatro Luís Peraza. Forma parte de la celebración de los 50 años del Centro de Creación Artística TET.

Con una puesta en escena muy cercana a la protagonista, que incluye objetos personales, viejas fotografías, videos de obras pasadas, La persistencia presenta a una actriz en constante desafío y conflicto, en una marejada de realidad que parece sobrepasar cualquier ficción, pero también aquello que regocija, pues celebra también el encuentro con el otro; aquellas personas que también hacen la vida de cada individuo, aunque hayan estado un breve instante de la vida, que con el paso de los años, suele ser más instante, pero no menos contundente, como ocurre con la profesora de ballet que pulsó ese instinto.

Hay momentos más directos, como aquellos en los que la protagonista de La persistencia subraya el momento venezolano, ese que comenzó hace poco más de dos décadas, y que ya no parece tan momento. Es ahí donde repasa como cronista de sentimientos los intentos del héroe por cambiar la historia; una representación que inicia con una niña risueña en uniforme tricolor, que luego abandona el protocolo para desahogarse ante el desencanto.

Rossana Hernández, en el escenario, y Sara Valero Zelwer, tras bastidores, logran una pieza cercana a una audiencia que encuentra frente a ella una evidencia de vida en la vorágine. En escena, aprovechan cada recurso para mantener en suspenso al espectador, una obra que viaja en el tiempo, un zigzagueo de recuerdos que fácilmente representa la memoria de todos, en ese quehacer por la vida y seguir adelante. La persistencia es como ir más allá de lo que cantaba Héctor Lavoe en “El cantante”. Si bien las líneas escritas por Rubén Blades sugieren muy bien todo el pesar, esta obra es como una tesis de lo que hay más allá; un ejercicio que fácilmente resuena en todos, que aprovecha los recursos del teatro para dejar constancia de la existencia a partir de lo más íntimo.