La música de raíz venezolana vuelve a estar presente en la segunda producción del proyecto radicado en Francia. Ritmos tradicionales, texturas electrónicas y nuevas composiciones llevan a un viaje imaginativo hacia lo desconocido
Por Mercedes Sanz
Una gaita de tambora invita a entrar a ese ambiente donde orbitan materias y cosas indefinibles. Pareciera ir oyendo sonidos que pueden resultar familiares, para muchos o algunos venezolanos, mientras se viaja en una nave espacial. ¿Qué más criollo que un pajarillo con chipola, una fulía o un golpe tuyero? Esto es parte de lo que se escucha en el segundo disco de Insólito Universo: Ese puerto existe.
Raúl Monsalve, María Fernanda Ruette y Edgar Bonilla es la constitución actual del proyecto que, desde que se dio a conocer, ha llamado la atención por su particular estilo de abordar la música tradicional venezolana. La banda universaliza esas melodías al llevarlas a otra dimensión gracias a las capas electrónicas. Es como un vuelo intergaláctico donde hay conexión: las raíces, lo ajeno, lo futurista, todo se encuentra y comulga hasta de manera natural.
La primera placa de la agrupación –La candela del río, de 2018, coproducida por el londinense Malcolm Catto- no pasó bajo la mesa, más bien, fue la puerta que los promovió con una propuesta que habla del país donde nacieron y del mundo.
Procedente de Caracas, el bajista y compositor Raúl Monsalve es recordado por sus labores anteriores, colectivas e individuales, como El Supremo Hongo Imaginario, kRé, Cabezón Key, su etapa en solitario, Los Forajidos, aparte de colaboraciones. Además de sus estudios musicales y en Artes, el otro complemento es el trabajo de campo realizado en su tierra, recorriendo pueblos para estar en contacto directo con los géneros en sus formas originales.
La cantante y cuatrista María Fernanda Ruette es quien le da profundidad lírica a esas canciones a través de su poesía. La artista viene de tocar cuatro en ambientes familiares. Es egresada de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela y estudió canto barroco en París.
Igualmente, Edgar Bonilla se formó en la música académica: la llamada clásica, la electrónica y el jazz. Es el responsable de los sintetizadores hipnóticos en el álbum. Hay que destacar que este músico es sobrino de Guillermo Jiménez Leal, un cantante y compositor barinés. El trío tiene en común el gusto por indagar en los ritmos regionales del país y trabajarlos con diversas corrientes de afuera.
La placa contó con el apoyo, una vez más, de Olindo Records (Londres); y la producción la asumieron Monsalve y Bonilla. Ese puerto existe contiene siete temas en el formato vinilo y ocho en el CD, de la autoría de Ruette, en su mayoría, excepto “El chivo” (Bonilla), “Goyo tuyero” (José Gregorio “Goyo” López) y “Pajarillo con chipola”, pieza del acervo tradicional.

El rumbo del náufrago
El primer sencillo es una gaita de tambora, del Sur del Lago de Maracaibo, y le da el nombre al disco. Luego viene el recio “Pajarillo con chipola”. El tercero es “Tiento de batalla”, un son de tamunangue. “El chivo” (con la participación de Laetitia Sadier) es un merengue caraqueño bastante experimental y rememora el trabajo del grupo venezolano La Provisional, de Humberto Scozzafava. Goyo tuyero es un golpe mirandino o tuyero. “Ventana honda” es una gaita de furro. “Fulía del cacaotal” indica el ritmo en su nombre (fulía). Y cierra la no menos interesante “Tonada del bip bip”, con una atmósfera tranquila y desierta que, a medida que avanza, se vuelve misteriosa. Insólito Universo tiene mucho que decir sobre su reciente obra.
–Ese puerto existe sigue la vía de la música de raíz venezolana como base, al igual que el primer material discográfico, pero, sin duda, que tiene otra mirada
–Raúl Monsalve: Sí, este disco tiene una particularidad y es que teníamos algunos problemas al principio, antes de la grabación, y los tomamos como desafíos para encontrar un nuevo camino en el disco. Aparte de “El chivo”, no hay batería, todo es con percusiones tradicionales, algunas sampleadas al mejor estilo de raperos postrock (ríe) con esas técnicas. Por ejemplo, en “Fulía del cacaotal” hay un sampler de la fulía de Barlovento, en el tamunangue también. Hay muchas cosas en vivo, y aprovechamos también para incorporar instrumentos, por ejemplo, en “Tiento de batalla” hay arreglos de viento que hizo Edgar Bonilla. La percusión de ese tamunangue son de la librería Looptrópico, de Aquiles Rengifo. Yo hice los arreglos del clarinete bajo, flauta, en la “Tonada del bip bip”, que era otro rango de instrumentos con los que no habíamos trabajado en el disco anterior. Las percusiones de la fulía son sacadas de grabaciones de campo de Oswaldo Lares. Aparte de eso, es un disco más luminoso, creo yo.
–María Fernanda Ruette: A ver. El primero fue, bueno, como el nacimiento del proyecto y de una identidad musical. No sabíamos cómo iba a ser y, por supuesto, nos encontramos con los tintes de nuestra música y con las influencias que traíamos cada uno. Claro, es muy psicodélico, del rock de los años setenta. Cuando terminamos la gira del primer disco, empezamos a ensayar y a investigar en torno al pajarillo. Ese fue el primer tema que hicimos. Edgar hizo una transcripción de Goyo López y estábamos todos averiguando al respecto. Y, bueno, yo escribí un texto y fue el primer tema de este disco. En ese tiempo estaba el confinamiento en el mundo, y yo estaba escribiendo y salió “Ese puerto existe”, que es una gaita de tambora, ese ritmo que a mí me fascina. Yo toco aquí en París con un grupo de venezolanos. Entonces, estábamos con el joropo llanero, joropo tuyero, gaita de tambora, gaita de furro, y yo siempre quise tocar gaitas (ríe). Y sí, en efecto, este disco va más hacia la búsqueda de la tradición, la especificidad de cada ritmo, en la medida de lo posible, porque, como se ve a leguas, no somos tradicionalistas; somos curiosos, amantes de la música y de la nuestra.
-¿En los arreglos participaron los tres integrantes?
–María Fernanda Ruette: Sí, los principales arreglistas fueron Edgar y Raúl. Yo compuse las letras y di mi opinión sobre los arreglos.
–Raúl Monsalve: Sí, fuimos todos, aunque debo confesar que en el disco pasado fuimos más Mafer (María Fernanda) y yo en la composición. Edgar vino después, ya varios de los temas estaban hechos y él hizo de arreglista. Y en éste yo estuve más concentrado en otras cosas, y Mafer aprovechó y lanzó muchas canciones nuevas. Las canciones son letras de ella, y Edgar y yo le fuimos dando cuerpo a todo eso. Hay una cosa de arreglos intensa.
-Hay un son de tamunangue, “Tiento de batalla”, y los tamunangueros explican que los sones son el tipo de música que acompaña a esta manifestación. No es tan común escuchar este género en la música de vanguardia
–Raúl Monsalve: ¡Exactamente! Desconozco quien haya experimentado antes en la música de vanguardia. Luzmila Zerpa, ella es de Sanare y es una cultora, aquí en Europa, de estos géneros. Y a nosotros nos gusta mucho porque esa canción tiene esa melancolía, esas letras muy fuertes ya de entrada.
–María Fernanda Ruette: Mira, sí, el tamunangue es para mí una cosa maravillosa. Siempre quise poder ir a una de esas celebraciones el 13 de junio allá en Lara. Estamos contentos de haber podido hacer esa pieza con esa energía devocional y con ese coro tan misterioso: “En el nombre yo comienzo, no quisiera comenzar; el que comienza termina, yo no quisiera parar”. Así que tengo mucha curiosidad con esa suite de piezas dentro del tamunangue. Espero que para el próximo disco vengan otros temas larenses, inspirados en algunos de esos sones.
-El año pasado, para dar un ejemplo reciente, Víctor Morles, en su álbum Mano en la cabeza, incluyó un son de tamunangue
–Raúl Monsalve: Cierto.

-La pieza más densa, en cuanto a sonidos intergaláctico y robótico, es “El chivo”. ¿Qué inspiró este arreglo y el tema en general?
–Raúl Monsalve: Esta pieza la trajo Edgar a una residencia de creación, hace años, y él tenía estos acordes de esta canción. Entonces, quería hacer un merengue, repetitivo, y le dijimos que hay que echar pa’lante todo el tiempo, que no se podía regresar, pues (ríe). Y, bueno, salió lo de “El chivo”. Entonces, si mal no recuerdo, Mafer había hablado de improvisar en las voces y empezamos a encontrar las melodías. Yo comencé a darle la vuelta a la línea de bajo original. Y en eso escuchábamos mucha música de cosas psicodélicas japonesas, krautrock, Can y toda esa onda. Nos inspiramos en esa onda metronómica, como le llaman, pero con merengue caraqueño. Entonces, bueno, ese es el cuento (ríe). Y para ese tema tenemos el privilegio de tener a Laetitia Sadier, de Stereolab.
–Edgar Bonilla: Es así. Se trata de un chivo al que se le consiguió la quinta pata, esa que le da su característico y asimétrico caminar, que nos conduce a su paso, y en su bailar, a lo largo de un viaje por caminos inciertos, poblados de apariciones. Y siempre llevado por su empeño de avanzar a toda costa y ante todo obstáculo, como bien aconseja el refrán. El motor principal es lo cíclico, el avanzar en una dirección sin saber dónde nos lleva el camino. Y, al mismo tiempo, el humor. Es un camino psicodélico y jocoso a la vez.
-¿Cuál era esa música psicodélica japonesa?
–Raúl Monsalve: El disco Susto de Masabumi Kikuchi.
-La otra canción llamativa es “Tonada del bip bip”. Hay un clima de soledad y hasta de cierto misterio. ¿Qué representa esta obra?
–María Fernanda Ruette: La tonada siempre me acompaña, es algo que nos acompaña a todos. Es una tonada también variada. Yo la veo como un peladero con un sol fuerte, casi oscuro de tanta luz. Es una pieza del mal querer, como dicen por ahí, de esos amores que terminan en el coyote y el correcaminos, de la no comunicación, donde hay demasiados artefactos y no suficientes abrazos. Por ahí va. Y, bueno, las tonadas tienen eso de la soledad del que canta frente a la inmensidad de un paisaje o una sabana.
-Sin dejar de lado el matiz psicodélico, este disco se escucha más espacial, a diferencia del anterior. ¿Cómo lo sienten ustedes?
–Raúl Monsalve: Sí, de acuerdo. El primero tiene mucha psicodelia. Éste va en la misma vibra, pero con una evolución, siento que en el songwriting hay un lenguaje de nosotros. La voz de Mafer es distinta en este disco. Son como pequeños cambios, pero veo la misma vena entre los dos.
–María Fernanda Ruette: ¡Ajá! A ver. No sabría decirte a ciencia cierta, pero como te decía, me parece que el primero tiene como algo más psicodélico, una exploración más libre del rock de los setenta. Pero aquí hay más investigación musical, aunque seguimos teniendo libertad. Y claro, lo de espacial me encanta que lo digas porque es algo que yo consigo cuando compongo. Yo veo espacios, paisajes, aunque lo de espacial lo veo más como del paisaje sonoro, más que del espacio interestelar. Aunque, ciertamente, en el disco sí hay algo que lanza más pa’llá, para ese otro espacio (ríe), tanto en “Ese puerto existe”, que habla de una apertura hacia lo alto, hacia esa estrella, y las coordenadas que se abren y que explotan en una especie de centro inmenso. Y comentas algo sobre lo intergaláctico con “El chivo”. Es verdad que los sonidos que usa Edgar en sus sintetizadores llaman a algo intergaláctico, como de ciencia ficción, sonidos un poco futuristas.
-¿Por qué Ese puerto existe le da título a esta producción?–María Fernanda Ruette: Mira, es el título del primer poemario de Blanca Varela, que es una poetisa peruana que yo admiro mucho y, bueno, probablemente, “ese puerto existe” es una frase de un náufrago que encontró puerto. Pero también es la persona que viene de la tierra caminando desde hace mucho y encuentra la salida al mar. Entonces, el puerto es esa maravilla, la posibilidad de entrar a un lugar seguro, encontrar una tierra después de tanto viaje o de salir al mundo después de tanta tierra. Es irse hacia lo desconocido.
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