El público conecta con una historia sobre la plena existencia. La aventura de la vida en todos los personajes en escena. Una historia muy conocida que destaca por las maneras de subrayar pasiones
La luz se atenúa. Señal inequívoca de que otro mundo tendrá cabida. El multiverso ocurre desde hace siglos, antes de los efectos especiales, cuando una tarima se convierte en otra realidad, una en la que el desdoblamiento es una norma y cada línea se interpreta como un dogma de la creación del autor.
En la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño es la cita. Es el preestreno de Los miserables. No hace falta decir que es uno de los musicales más famosos del mundo, pues se ha escuchado hasta la saciedad en promociones y entrevistas previas. Por eso, hay que comprobar que la pieza sea correspondida por los responsables.
Es la segunda vez que se presenta en Caracas. La primera fue en octubre de 2019, en el mismo lugar, pero no en el mismo ambiente. Aquellos días el teatro no había sido remozado y los programas de mano aspiraban a ser aire acondicionado.
Beto Baralt es una pieza clave en el podería del musical. Cortesía de Hiram Vergani
Casi cuatro años después, en ese mismo escenario, comienza una aventura, la de Jean Valjean, interpretado nuevamente por Beto Baralt, pero él tampoco es el mismo; un triunfo para Heráclito. El tiempo que ha pasado ha sido aprovechado para afianzar mucho más esa relación entre actor y cantante con su personaje; el poder que emana de esa integración es atestiguado por un público que agradece.
Ahora bien, lo subrayable del musical es la forma en la que se cuenta una historia bastante conocida. Del clásico de Víctor Hugo se han hecho películas y hasta telenovelas, como la que escribió en 2014 para Telemundo la venezolana Valentina Párraga.
El musical Los miserables de Claude Michel Schönberg que se ve en el Teresa Carreño hace del espectador un entrañable testigo, tanto al más acostumbrado a espectáculos de Broadway, como al que ve en el teatro una rara excepción en su rutina.
Elisa Vegas vuelve a ser la directora de la orquesta de Los miserables. Cortesía de Hiram Vergani
Uno de los puntos acertados es su puesta en escena, y los contrastes que logra en cada elemento. Es rigurosa la diferenciación entre las vicisitudes de la cárcel con, por ejemplo, la cena en la iglesia. Todo asimilado por un desarrollo de luces que contrasta muy bien la tensión de la distensión. Y así será en los constantes vaivenes emocionales, como las escenas de muerte y la jocosidad desde la miseria, o los anhelos de libertad y la inevitable derrota.
Un ejemplo es la ambivalencia de lo que ocurre en el botiquín de monsieur y madame Thénardier -interpretados por Alejandro Míguez y Rose Ordóñez respectivamente- en los que la miseria y la burla por la desgracia se convierten en narrativa de juerga entre los considerados marginados de Los miserables.
La orquesta dirigida por Elisa Vegas es otra vez actor omnipresente, ese que va más allá de la realidad que indica la partitura, pues su brío para cada escena hace de la obra un amalgamiento en el que todos se hallan en la catarsis.
Destacan el trabajo de las cuerdas, así como el de la percusión en los momentos más tensos y lúgubres. Hay unos arreglos muy sutiles en los teclados que sobresalen en la primera mitad, polizones de intenciones más pop.
Gaspar Colón es uno de los más aplaudidos durante el musical. Cortesía de Hiram Vergani
La trama concentra muy bien los puntos más álgidos y aspiracionales de la existencia. Los miserables se resume en la vida de Valjean, condenado a la cárcel por robar pan. Cuando sale, traiciona al obispo que le había tendido una mano. Pero cuando es descubierto, recibe la indulgencia del religioso, quien le deja llevarse la vajilla de plata que el protagonista había tomado en las sombras.
Toma lo ocurrido como un mensaje de Dios, por lo que busca redimirse. Dispuesto a no ser la misma persona, asume otra identidad y se hace responsable de Cosette, la hija de Fantine, una mujer caída en desgracia por la que se siente responsable.
Mientras, el carcelero y luego policía Javert está obsesionado por capturar a Valjean, interpretado nuevamente por Gaspar Colón, el más veterano de los intérpretes principales.
Es un viaje que dura casi tres horas en escena. Si ambos personajes son diferentes, y se empeñan en serlo, coinciden en la determinación por cumplir con lo propuesto, porque es el único sentido que ven en la vida: lo que llaman propósito.
Alejandro Míguez repite como monsieur Thénardier. Cortesía de Hiram Vergani
Valjean está concentrado en cambiar tanto su vida como la de la niña que cría. Mientras tanto, con una indócil visión del bien y el mal, Javert no descansa por apresar al protagonista. Durante años será una obsesión que se desmorona cuando atestigua el sendero del redimido. No se puede vivir con el perdón del insospechable.
Por eso, la historia de Los miserables sigue siendo pertinente. No importa la época en la que se vea, hallará en el público la complicidad de quien también busca dejar atrás las penurias, los dolores de la aventura de la vida. El adiós a las caídas.
Todo esto ocurre en época de descontento en la Francia de la primera mitad del siglo XIX, cuando la inconformidad de los jóvenes está a punto de iniciar un levantamiento en contra de las autoridades.
Las alusiones religiosas son elementos determinantes en Valjean, quien busca en la divinidad las respuestas y la ayuda para afianzar el buen futuro para Cosette, sobre todo cuando acepta que su vejez es el prólogo del fin. Importante cuando antes de partir, toma el bolso con la platería que había hurtado años atrás.
Incluso, el musical remarca las diferencias en el sistema de creencias de sus personajes. Por ejemplo, el tracalero y mentiroso monsieur Thénardier asegura que Dios de su trono no puede bajar, en alusión a lo que considera una indiferencia ante tanta atrocidad que lo rodea.
Todo este menú de valores genera una conexión con el espectador, quien además ve en el idilio entre Marius (José David Heredia) y Cosette (Orianna Rizzo) la perspectiva de futuro en la constante búsqueda de la libertad.
Porque si bien se puede ver un fracaso en la lucha colectiva, hay triunfos individuales, esos que apuestan por la entereza en medio de toda conflagración, y que desde lo personal repercuten en el entorno más inmediato.
Además, por los menos en la función de preestreno, la obra removió recuerdos que en muchos han sido traslapados por la dinámica de la supervivencia posterior a la derrota. “Quiero salir a marchar mañana”, dijo un espectador entusiasmado en el intermedio.
La reja es un elemento clave sobre el escenario de la sala. Cortesía de Hiram Vergani
El argentino Mariano Detry repite en la dirección escénica de Los miserables, y Claudia Salazar, de Clas Producciones , en la producción general y ejecutiva del musical que se presenta desde el 30 de marzo hasta el 16 de abril en la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño, hasta ahora el único lugar aprobado por la franquicia para presentar Los miserables en Venezuela.
Ambos, junto con Vegas, son las cabezas de un equipo que logró conformar un elenco que encajó con el llamado. Entre los principales resaltan también las actrices y cantantes Gabby Brett como Fantine -que en 2019 encarnó a Eponine-, así como Orianna Rizzo en las líneas de Cosette.
Además, hubo buena curaduría para el ensamble, en el que hay incipientes cantantes con mucho por dar como Cristina Mosquera, Eudomar Chacón, Fernanda Cegarra y los hermanos Matías y Moisés Castro. Ocurre lo mismo en la orquesta, en la que confluyen distintas generaciones e influencias con músicos como la concertino María Fernanda Montero, el trompetista Efraín Martínez o la violonchelista Styphanie Flores, con proyectos paralelos a la actividad orquestal.
También están aquellos que no se ven. Parafraseando a la periodista María Angelina Castillo Borgo, los tramoyistas merecen una ovación, pues su coreografía logra una óptima coordinación en función de lo que requieren los actores y su situación. Estructuras en máxima vida. Los objetos en el escenario son símbolos sincronizados a las demandas de un texto.
Los miserables pone el listón alto para este tipo de producciones en Venezuela, una experiencia que remueve al espectador hasta llegar a su casa, un trayecto en el que las emociones buscan ser compartidas, pues se trata de una historia que alcanza la victoria cuando el verbo y el adjetivo van más allá del teatro. Una celebración del arte como registro y espejo de la existencia, las relaciones humanas y los objetivos por alcanzar siempre.
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