Daniela Alvarado es Hamlet. Su presencia en el escenario acaba con todo vestigio de alguna de sus existencias anteriores. Sobre ella reposa casi todo el andamiaje del espectáculo. Se convierte así en un cúmulo de emociones que en ningún momento se descuida en la tragedia.
Todo se hilvana en su interpretación de manera precisa, elocuente e intensa. Tanto así que cualquiera se pregunta si la obra se sostendría si fuera otra la actriz encargada de encarnar al legendario príncipe de Dinamarca, obnubilado por vengar a su padre.
Esta historia está setenciada a la contemplación de la muerte. Un plan impulsado por la ira que deriva en mortal. Todo comienza por la avaricia de un rey capaz de asesinar para ocupar el trono que antes le era lejano.
Finalmente se estrenó Hamlet en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño. El clásico de William Shakespeare se presenta en una adaptación de José Manuel Suárez, quién también dirige la obra con un elenco completamente de mujeres, una manera de responder a las formas de una época en la que los personajes femeninos eran interpretados por hombres.

De eso trata Hamlet, cómo es bien sabido. Ahora, cuatro siglos después, en la versión presentada en Caracas entre el 9 y 12 de junio, se toman otras licencias que buscan enarbolar las inquietudes y experiencias de quién, como otros, osa replantear el clásico desde una visión personal.
Por eso, se suma a la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho bajo la dirección de Elisa Vegas, artífices de notas que zigzaguean entre épocas y estilos. Por eso, se hace común escuchar en su desarrollo piezas como el aria «Un bel dì vedremo, de la ópera Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, y a la vez no hay problema en ceder ante «Marejada feliz», de Roberto Roena.
Seguro algunos se disgustarán por el atrevimiento, muy bien ejecutado además por los músicos participantes. Pero en realidad, el anacronismo bien intencionado con ímpetus lúdicos es una disrupción que en cierta forma se asemeja a ciertos rasgos de la venezolanidad, en ese vaivén de sobrellevar emociones y tragedias. También es cierto que en algunos momentos no están del todo justificados, por lo que restan tenuemente fuerza a los diálogos. Solo pocas veces.

El manejo del escenario otorga un dinamismo que afianza la fortaleza en escena, especialmente en las partes en las que Daniela Alvarado precisa de su entorno para delinear el dominio de su personaje, en el que demuestra que cada rincón le corresponde, como el poder que le acontece, además de la rabia y el dolor que impulsan al príncipe. Hace de Hamlet dueño de cada lugar que transita. Se siente y se vive.
Grecia Augusta como Ofelia es otra de las mejores actuaciones, subrayada además por su potente voz, que resultó ser una sorpresa por su belleza y versatilidad. Le siguen en pertinencia Carmen Julia Álvarez (Polonio), Elba Escobar (Claudio) y Nohely Arteaga (Gertrudis).

En la segunda parte de Hamlet, hay otras licencias que lejos de sumar, pueden inquietar por ligero exceso. Ocurre cuando los sepultureros son transmutados a las maneras asociadas con el malandro caraqueño. Afortunadamente es breve, por consiguiente insuficiente para derrumbar el buen desarrollo del espectáculo.
Es así como Hamlet se convierte en la primera gran obra en estreno luego de la pandemia en el Teatro Teresa Carreño, donde poco antes del confinamiento se pudo ver Los miserables, también a cargo de Clas Producciones.
Una historia sobre la ambición, sobre cómo el anhelo por el poder lleva a actos deleznables que socavan la paz de los individuos, quienes resultan mermados en su existencia hasta el fin de todo.

Es una obra atemporal, que ha resistido al tiempo. Porque a pesar de los avances y mejoras, especialmente en los cien años más recientes, las virtudes y valores siempre se contraponen al acecho de aquellos que apuestan por la aniquilación de todo lo establecido.
Sin dudas, Hamlet es un espectáculo que no solo mantiene su invitación a múltiples lecturas, sino que también representa un paréntesis al agobio diario de muchos, quienes encuentran en la obra una manifestación de las diatribas constantes de la existencia, a la vez que disfrutan de un montaje que deslumbra y enaltece la creación humana y sus reinterpretaciones.

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No hace mención al pésimo sonido del 9, primera función.
Imposible entender lo que se quiso decir… menos cuando gritaban.
Invitaron a las 7 pm, empezó pasadas las 7:30 pm. El público se merece respeto.
Luego de dos interminables horas, vino un intermedio que aproveché para irme del teatro.
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