Por Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez)
La primera temporada de True Detective la vi cuando comenzaba la noche del 31 de diciembre de 2014. El primer capítulo generó tanta tensión que fue difícil pararse de la silla en medio de los preparativos para recibir el Año Nuevo. El olor a hallacas y pollo horneado llegaba a una habitación oscura en la que la historia escrita por Nic Pizzolatto se convertía en el centro de mi atención. Hubo un paréntesis para la comilona, la conversación, el abrazo y los buenos deseos, pero en ese momento el anhelo más urgente era quitar la pausa y seguir viendo capítulos.
Antes del mediodía del 1º de enero ya había visto los ocho episodios. Inició entonces la expectativa por la segunda parte de la historia, que finalmente se estrenó a finales de junio. La expectativa poco a poco se transformó en esperanza, en dar oportunidades para que el siguiente domingo la serie recobrara la tensión, intriga y concreción de la historia que protagonizaron Matthew McConaughey y Woody Harrelson.
La trama perdió fuerza. Esta vez aumentaron el número de protagonistas, de dos a cuatro: Colin Farrell, Vince Vaughn, Rachel McAdams y Taylor Kitsch. Cada uno con traumas, problemas que se asomaban en cada capítulo y dispersaban el relato principal, que pretendió ser policial, pero nunca se libró de la solapa de los conflictos familiares. Los minutos sobraron en cada episodio, los diálogos parecían interminables. No se esperaba un calco de la primera parte, pero sí la fortaleza y oscuridad de un programa que en principio tuvo como sello lo sombrío de una sociedad que aparenta perfección.
Los capítulos eran tramposos. Muchos fueron como una cascara vacía que en los últimos minutos incrementaba la atención con un hecho sin desenlace definitivo que obligaba a esperar la entrega de la siguiente semana.
El último episodio, en el que recrean a una ciudad de Barquisimeto enfiestada, fue el mejor de la temporada. La inesperada muerte de algunos protagonistas, la angustia por no poder cumplir la palabra, la representación de los fallecimientos hicieron olvidar por momentos el sinsabor de lo que se vio anteriormente. Si la segunda