La casa de Soledad Bravo es un reflejo de su personalidad impactante; con muchos espacios abiertos por donde entra la luz natural y con la vegetación confundiéndose con los rincones más íntimos, como abriéndose al invitado, pero, al mismo tiempo, protegiendo la vida de esta cantante que se ha convertido en una institución de la cultura venezolana.
Sus mascotas y una vista envidiable a los Valles del Tuy, reciben al visitante que puede disfrutar de una obra en forma de guitarra diseñada por el Premio Nacional de Arquitectura, Fruto Vivas, compuesta de hierro y madera, ambientada por el clima templado que caracteriza a las montañas caraqueñas.
Hablemos de su casa, ¿Cómo fue esa relación con el arquitecto?
Cuando yo estaba joven, consideraba que él era un gran arquitecto y un hombre muy asequible como ser humano. Tiene un gran talento como diseñador y además, es muy respetado porque tiene ideas muy valiosas. Es una casa diseñada por Fruto, en la cual nosotros tuvimos mucho que ver, porque mi esposo también trabajo arduamente en ella. Este es nuestro hogar, aquí es donde vivimos, esto es lo que hemos disfrutado, es una casa llena de luz. Es como si viviéramos en una churuata de hierro.
¿Cuál es el lugar en donde más disfruta dentro de la casa?
La verdad es que yo soy cocinera y cocino para todo el mundo en la casa; para mi esposo, para mi hija, para mis nietos. Cocino la herencia de mi madre, comida española y dice la gente que soy muy buena. Por eso, donde más paso el tiempo es ahí, en la cocina. También en los lugares en donde uno disfruta, donde está la musica, y en mi habitación que es divina.
Una voz versátil
Aunque muchas generaciones la conocen por sus canciones de protestas, Soledad Bravo interpreta boleros desde que tenía 12 años y canta salsa como ninguna. “Yo no soy proclive a la nostalgia; cuando me ataca, yo lucho contra ella. Pero, cuando paso por el Teresa Carreño, donde yo acostumbraba a dar hasta tres recitales seguidos, me invade una inmensa melancolía”, aseguró doña Soledad, que se prepara para reencontrarse con su público en sus próximos conciertos
¿Cómo se siente al reencontrarse con su público en el BOD?
Yo estoy agradecida con el público que me sigue y estoy muy contenta de regresar a esos espacios, que han sido muy cálidos para mí. Siempre se han llenado, siempre ha quedado gente afuera, siempre ha habido como mucha pasión. A mi me gusta el BOD porque está en un buen lugar. Lamentablemente, Venezuela es otra y, en vez de hacerse los espectáculos a las 8 de la noche, como se hacia siempre, ahora se hacen más temprano.
¿Qué canciones le va a regalar al público esta vez?
Yo pienso que la gente va a constatar el hecho de que tiene una artista a quién quiere, sin la expectactiva de decir: “¿qué novedad nos va a traer Soledad?”. Porque la novedad está en la manera en que tú dices las mismas cosas. Es el mismo amor, pero hay otra manera de decirlo. Han pasado los años, y uno tiene otra manera de expresar sus canciones y sus sentimientos.
En Venezuela se le conoce por canciones de protestas, pero también ha tocado géneros como salsa y el bolero
Para mí, no es desconocido ningún género. A mí no me viene de nuevas cantar un bolero, yo los cantaba en el balcón de mi casa a los 12 años. Yo canté canciones de las resistencia española en la época franquista, una dictadura de casi 40 años que mis padres padecieron. Pero la primera vez que yo canté en mi vida, delante de un grupo realmente grande, fue en el Aula Magna. ¡Yo nisiquiera estaba en la Universidad!
¿Cómo se sintió señora Soledad?
¡Acomplejadísima y Angustiadísima! Yo era muy joven, tenía como 17 años. Estaba bellísima con mi trajecito blanco, mi rosa en el pelo y mi guitarra. Salgo y canto “Malagueña” y, cuando empiezo a cantar, el Aula Magna se viene abajo. No era un recital mio, porque era de esos festivales que se hacían en diciembre. ¡Me asuste tanto que me dieron ganas de tirar la guitarra y salir corriendo! (Risas) No sabía si sentir admiración, placer, y al mismo tiempo temor.
¿y cómo llega a la Salsa?
¡Bueno la salsa no llega, la salsa está ahí! (Risas) Está tan ahí, que cuando yo vivía en Catia, se me quedó en la memoria visual y auditiva las rocolas que habían enfrente de mi casa, donde ponían temas de Celia Cruz. Toda mi vida fui una esponja para absorber las corrientes musicales que me rodeaban.
El trópico: la libertad
Soledad Bravo nace en Logroño, España, y llega a los 7 años, junto a su madre y su hermano a esta tierra que, para ella, ha significado la libertad. “Cuando llegamos, lo que veía la gente al llegar era toda esa maravilla de cerro Ávila que tenemos; esa fue la bella visión que yo tuve”.
¿Cómo fue esa primera impresión, cuando se encuentra esa tierra llena de mar?
Yo tengo eso como una especia de película borrosa y fotografía muy grabada al mismo tiempo. Todavía no existía el terminal de pasajeros, estaba simplemente el muelle. Yo llegue aquí al poco tiempo que mataron a Carlos Delgado Chalbaoud. Tengo ese recuerdo muy grabado, porque nosotros veníamos de un invierno y de una tristeza de abandonar lo nuestro. El trópico fue eso; el trópico para mí fue la libertad.
Siente un profundo amor por Venezuela
Total. Para mí, es mi patria. Es un país que amo y que conozco, la idiosincrasia de la que participo. A veces, yo me peleo mucho con Venezuela y su gente, pero es parte de ese mismo amor y de las peleas que uno tiene con los hermanos, porque están esos lazos que son muy profundos. Siento un profundo dolor por la gente que se va, porque la vuelta es más dura que la partida . La partida es un saco de expectativas, de buscar un horizonte nuevo.
¿Cómo es de abuela?
Yo trató de proteger a mis nietos en todo, y de hacerle su camino fácil. No soy una abuela consentidora, de las carantoñas y cariñitos para allá, y cariñito para acá, sino de tenerles todo preparado para un futuro.
¿Ha logrado todo lo que usted sueña?
Yo pienso que el ser humano se puede dar por satisfecho, pero no del todo. Me falta escribir el libro, quizás. Aquel lugar común que dice, que plantaste tu arbol, escribiste tu libro, a mi me falta eso. Uno siempre piensa que ha cometido tantos errores, y uno se da cuenta que la vida es tan corta, que no hay tiempo para enmendar los errores que se cometen, ni para poner en práctica toda esa experiencia adquirida, que uno se la lleva con su esencia. Quizás la vida es eso, acumular experiencia para nada.
(Esta entrevista fue publicada en la edición n° 107 de la Revista OK! Venezuela)