Por Lucía Jiménez (@luciajimper)
La última luz
Caía la tarde sobre la ropa tendida. El viento trataba de robarse la prenda más pequeña. Ellos, a escondidas, se besaban entre las sábanas. Revoloteaban. El ruido de su juego entre las cuerdas escondió las pisadas de aquel hombre, robusto, celoso. Los odiaba. La odiaba.
Un grito sordo, desesperado, y todo quedó quieto. El disparo había ahogado sus sueños. La luz anaranjada se comía la sombra de su cuerpo a medio vestir.
Maldita flor marchita
Se había quedado mirándolo en otra madrugada de insomnio, esperando que el tiempo volviera atrás. Soñaba despierta con esas noches en las que la rodeaba con sus brazos, aquellas cuando todavía le susurraba que la amaba. No pudo seguir a su lado. Tomó una manta y se acercó a la ventana. En la mesa, la flor que le había regalado soltaba el último pétalo.
–Maldita flor marchita –dijo, y se dejó caer. Solo quería volver a dormir.