José Tomás Angola: “Hay muchos ignorantes en el mundo de la literatura venezolana”

Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional

José Tomás Angola vio a un suicida caer frente al balcón de su apartamento. Hace cuatro años escribía en su computadora cuando escuchó gritos en la calle, intentaban impedir que el vecino del piso ocho acabara con su vida. “Apenas volteé, vi al hombre que caía. Creo haberle visto los ojos y desde entonces me quedaron muchas suposiciones”.

La inquietante experiencia acabó reflejada en el primer cuento de su más reciente libro, La mirada del suicida al caer y otros relatos (Libros El Nacional).

El autor no se circunscribe a la exactitud, sino a las diversas emociones repentinas surgidas entonces. “La mente jugó con cosas muy profundas. Tardé mucho para sacarlo del sistema. Para eso sirvió el cuento”, señala el narrador, dramaturgo y poeta.

En los 15 relatos que integran la obra zigzaguea el miedo a la muerte, casi una paranoia. No solo es dejar de ser terrenal, sino el temor a venirse a menos, la violencia, la desaparición y el despropósito. “Escribo de mis fantasmas y pesadillas”.

—¿Miedo al fracaso?

—Como todo el mundo, pero también miedo al éxito. Al final uno no sabe qué es más complicado. Estamos casi preparados mentalmente para afrontar un fracaso, pero no el triunfo.

—¿Ha sabido lidiar con el éxito?

—No lo relaciono con fama o logros comerciales y económicos. Siempre lo he asociado con ser genuino. Escribir lo que necesito es el éxito. No lo deposito en los demás, como hacen muchos.

—Hay tino en hechos históricos y anecdotarios en los relatos.

—Vivo en un mundo en el que la ficción es más verdadera que la realidad. No es una manera de engañar, sino de hacer que ambos mundos cohabiten.

—En “Los sonidos” hay una interesante reflexión sobre estos. ¿Cuáles son los sonidos de José Tomás Angola?

—Cuando terminé de escribirlo me pregunté por las razones que me llevaron a hacerlo. Me di cuenta de que soy muy auditivo, muy melómano. Siempre escucho música, pero hay particularidades. Me estresa mucho el llanto de un niño, me conmueve y me pone nervioso. Eso está muy presente en el primer cuento. Siempre busco el silencio, pero nunca lo encuentro. No existe en ningún lado del planeta. Trato de obtener lo que sé que no hallaré.

—¿Qué pasaría si algún día encuentra el silencio?

—La muerte es otra de mis grandes preocupaciones. No es una perturbación porque cada vez la tengo más asumida. Mi intención es comprenderla como parte del ciclo, más en este país donde a cada rato te tropiezas con ella. Lo importante es cómo corres esa carrera hacia la muerte.

—En los relatos hay alusiones punzopenetrantes al mundo editorial venezolano. ¿Considera que ese círculo está ensimismado?

—No solo la literatura, el arte está atrapado. Tal vez tiene que ver con la falta de presencia internacional. ¿Por qué somos tan famosos afuera como ejecutantes y no como compositores? Las orquestas solo replican lo que han hecho otros. Hay culpa de los propios autores, que están viéndose el ombligo. Harry Almela decía que el problema es que todos los poetas quieren ganarse un premio municipal. Además, hay mucha rebatiña. El ego se necesita como fuerza para escribir en un oficio tan solitario, pero cuando suplanta al autor salen los egoísmos. También existe un problema muy grave, hay muchos ignorantes en el mundo de la literatura venezolana. Los escritores se leen a sí mismos. No hay un ejercicio de entendernos como grupo.

—¿Qué es lo que más le preocupa encontrar en ese ejercicio solitario que es la escritura?

—Quedarme callado por miedo, por no querer decir lo que deseo. A veces uno se inhibe porque siente que no va a caer bien. Uno pretende ser monedita de oro.

—¿Elogiar para luego ser halagado?

—Mi obsesión es dejar de ver al espectador. Cada vez más lo borro de mi mente. Lo que haga debe ser de mayor nivel, lo más perfecto que pueda, pero el compromiso es ser genuino. Estoy obstinado del teatro que busca halagar al público y hacerlo reír. No piensan en la obra.

—¿Cómo evalúa el cuento venezolano en este momento?

—Hay mejores cuentistas que novelistas. No hablo de cuentistas puros porque en Venezuela ha habido pocos. No es un género de dedicación exclusiva, es muy raro. Podría tener rango mundial, pero antes tenemos que creérnoslo. El problema es que editorialmente no es comercial, por lo que es más difícil publicar afuera.

—¿Considera que en la narrativa hay un afán por publicar el cuento o la gran novela sobre el chavismo?

—Cada quien tiene su búsqueda, pero me pasa lo mismo que cuando la crítica exigía la gran novela sobre el petróleo. No existe una sola sino varias novelas sobre este tema, desde Mene de Ramón Díaz Sánchez hasta las de Miguel Otero Silva. Hugo Chávez representa todo lo terrible que llevamos en el alma, lo más detestable del venezolano que él hizo visible. Es una herida infectada. Tratar de reducirlo a una simple obra es llevarlo a un mínimo histórico. No habrá la novela del chavismo, habrá muchas.

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