Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en octubre de 2015 en El Nacional
Antes de viajar a Venezuela, a Javier Cercas le advirtieron que es difícil conseguir en el país sus más recientes obras, especialmente las editadas por Random House, que dejó de operar acá. Sin embargo, exalta a todos esos lectores que, sin importar las contrariedades, aún buscan sus libros.
Es la primera vez que viene. “Me fastidia bastante no haber podido venir antes, así como a otros lugares de América Latina. Hay una frase de Hugh Thomas que dice: Quien solo conoce España no conoce España. América Latina forma parte de España. Ocurre también con un venezolano, que cuando viaja para allá, reconoce algo que también es propio, igual que ir a Argentina o México. Hay una comunidad histórica evidente”.
El año pasado publicó El impostor, que tiene como protagonista al líder sindical Enric Marco Batlle, personaje bastante peculiar en España por haber mentido sobre su pasado durante la Segunda Guerra Mundial. El autor vuelve con un tema que le fascina, la historia y sus protagonistas confusos y edulcorados.
—Ha hablado mucho de la historia colectiva como invento. ¿Es más atractiva la invención?
—Inventamos mentiras porque la verdad es desagradable. Este libro está situado en España, pero como toda literatura plantea problemas universales, como el maquillaje del pasado. Vengo de Francia, donde siempre cito una frase de Charles de Gaulle: “Los franceses no tienen necesidad de la verdad”. Convenció a muchos de que hubo pocos colaboracionistas. Falso, la mayoría francesa hizo poco contra los alemanes. En España ocurre lo mismo con el franquismo. Al poder le interesa inventar la historia
—¿Hay entonces un encanto con el engaño?
—Sí, pero también una necesidad. No es fácil afrontar la verdad. Una pregunta importante en El impostor es cómo es posible que el protagonista, un personaje real, engañara durante años a un país entero sobre los campos nazis. Fue un héroe civil y nadie puso en duda su relato. La versión de su historia era una que todo el mundo quería escuchar, digerible, sentimental y maniquea.
—Es ese mismo encanto el que tienen los poetas a los que se refiere en Soldados de Salamina, en el que usted afirma que son ellos quienes siempre ganan las guerras.
—Los poetas son peligrosísimos, por eso Platón los echó de la República. El poder de la palabra es extraordinario. La literatura no es solo un entretenimiento. Uno de los temas dice: “Detrás de todo genocidio siempre hay un poeta”. Los jóvenes no van a la guerra por poder y dinero, sino por los ideales. La literatura es dinamita y fuego, que puede servir para lo mejor y lo peor. Es un idiota el que crea que los escritores no tenemos ninguna responsabilidad. La nuestra es mayor que la de los políticos. A la larga, los que configuran el mundo son los dueños de la palabra. Los políticos se encargan del día a día, de cambiar alguna ley, que es muy importante.
—¿Cómo se protege una sociedad de esa memoria colectiva impostada?
—Tiene que usar la palabra para decir la verdad, aunque no siempre sea soportable. La gran literatura usa la verdad, que no es la de la historia o del periodismo. La palabra literaria sirve para desenmascarar las mentiras.
—No es el primero en decir que una de las virtudes máximas de la literatura es la libertad.
—Lo de la libertad hay que precisarlo. Uno no puede hacer lo que le dé la gana. La literatura tiene sus reglas, pero las pone uno. La revolución de Cervantes fue crear un género bastardo en el que cabe todo. Por eso asimila la historia, el ensayo, la poesía, el periodismo. Un escritor no es libre cuando se conforma con sus propios límites, cuando es incapaz de conseguir que el lenguaje hable a través de él y de crear cosas que lo superan. Tampoco lo es cuando repite sus fórmulas, que ocurre con algunos que se llaman vanguardistas.
—¿Sospecha entonces de la vanguardia?
—No, intento ser vanguardista porque cada libro que escribo quiero que sea distinto, pero la vanguardia como fenómeno histórico tuvo su tiempo. Es tradición.
—Tilda como un gran hecho de ficción el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 en España. ¿Qué momentos considera similares en el siglo XXI?
—La caída de las Torres Gemelas. Cuando hablo sobre el 23 de febrero me refiero a las construcciones que se han hecho sobre ese hecho. A lo largo de los años se superponen teorías insensatas, medias verdades y mentiras. ¿Qué es un español? Una persona que tiene una teoría sobre ese día. Lo ves con el asesinato de Kennedy, un ejemplo de ficción colectiva. Eso ocurre en momentos en los que convergen todos los demonios del pasado de un país. Los medios de comunicación también tienen un gran poder. Lo que no ocurre ahí, no existe. También existen las ficciones individuales.
—¿Como cuáles?
—La del protagonista de El impostor, un hombre que construye su vida como una ficción. Por un lado está su vida y por otro la que crea. Eso hacemos todos, en cierto sentido.
—Entonces, ¿cómo es la vida de Javier Cercas?
—Como la de los demás, bastante aburrida. Viajo demasiado y procuro pasarla bien. Cuando mejor lo paso es mientras escribo.
—¿Y hay ficciones alrededor de su vida?
—A patadas. La gente cree que soy periodista, por ejemplo. Hay muchas cosas que creen sobre mí, como también sobre ti. Esas ficciones pasan a formar parte de la realidad. Tengo una ventaja, sé quién soy, como Don Quijote. Soy el que está en mis libros. Cuando no escribo, me pierdo.
—Vivimos en sociedades que exaltan a los héroes. ¿Qué es para usted un héroe?
—¿Tú crees? No lo sé. Esa es una reflexión que he hecho. Siempre me interesó el asunto, desde pequeño, cuando leía novelas de aventuras. Hay una condición mínima para ser un héroe. Es capaz de decir que no cuando todos dicen que sí. Pero eso no basta. Es el hombre rebelde de Camus. Solo he creado un héroe de verdad, el protagonista de Soldados de Salamina. Cuando todo conspira para que mate a un hombre, no lo hace. En realidad no creo que se exalten a los héroes. Se exaltan los falsos héroes, los de pacotilla. A los de verdad muy pocos lo conocen. La virtud es secreta.
—Viene a Venezuela en un momento difícil para la industria editorial. La feria en Valencia ha tenido problemas económicos. No es común conseguir libros recientes. Me imagino que lo hablará con colegas de acá ¿Está al tanto de lo que ocurre en el país?
—Es una pregunta para un editor. La industria editorial me interesa relativamente. Escribo, pero soy consciente de los problemas de Venezuela no solo en el ámbito editorial. Lo que pasa acá interesa a muchos, especialmente en España. No me atrevo a opinar, porque me parece temerario e imprudente. Es un momento difícil, creo que se puede seguir adelante más pronto de lo que creemos. Lo que ocurre en la industria editorial es un reflejo de la economía del país. Hay muchas cosas que no entiendo. No quiero entrar en detalles. Es el primer día que estoy acá. A lo mejor el último me atrevo a hacerlo con más autoridad.