Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional
La luz entre los océanos se vislumbra desde el tráiler como un melodrama claro y tajante que busca revolver sentimientos y principios. Es la historia de un solitario que desea encontrar la expiación de un pasado misterioso, una culpa que lo mantiene ensimismado.
Michael Fassbender interpreta a Tom Sherbourne, un héroe de guerra que acepta el trabajo de cuidador de un faro en una remota isla australiana. El edificio es motivo de orgullo de la población de tierra firme, que ve en el oficio un ejemplo de rigurosidad, misticismo y abnegación.
En ese lugar, el pensamiento es más profundo y los oficios van mucho más allá de prender y apagar la luz que se prevé guíe a decenas de barcos.
De Sherbourne se enamora una joven llamada Isabel Graysmark, interpretada por Alicia Vikander, hija de una de las familias más respetadas de un pueblo cuyas mujeres transcurren sus días solapadas por los hombres y sus altibajos. No hay mayor aspiración. Por eso, la familia obnubilada ante la fama de quien en armas fue victorioso, no tiene problemas en dejar que la muchacha se suba al barco que la llevará a un hombre dispuesto a dejar la soledad, el temor a herir, por la promesa del idilio en pareja.
El director Derek Cianfrance, también escritor del guion basado en la novela homónima de M. L. Stedman, logra crear un mundo de ensueño en el que los primeros meses cumplen el pronóstico de la pareja. No hay otras pretensiones en el filme que salpicar del melado que envuelve a ambos en una isla de paisajes alucinantes, acentuados por la fotografía de Adam Arkapaw. El cineasta, responsable también de Blue Valentine (2010), sabe cómo adentrarse en melodramas de pareja.
Sin embargo, los anhelos se trastocan cuando quieren tener hijos. El filme se mueve entonces entre la felicidad y la angustia. El faro es un mero argumento para la soledad y la tentación cuando una pequeña embarcación llega a las orillas. En ella, un hombre muerto y una bebé llorando se presentan como la oportunidad de alcanzar su sueño. Los años pasan y la niña para todos es la hija, hasta que Sherbourne descubre que hay una mujer, Hannah Roennfeldt (Rachel Weisz), que llora a su esposo y bebé fallecidos en el mar.
Entonces, la felicidad deja de compaginar con el contexto. Empiezan los dilemas, los remordimientos y la negación. Pero el director no toma partido, no busca manipular ni señalar cuál es la decisión ideal.
La luz entre los océanos logra su cometido, un filme de aparente maniqueísmo que sorprende paulatinamente en su desarrollo, sin caer en juicios apresurados. Destacan, además, las tres actuaciones convincentes.