Encuentros entre líneas: la vista desde El Volcán

Texto de Lucía Jiménez (@luciajimper) publicado previamente en Papel Literario

Es domingo a medio día. Un hombre nos recibe con instrucciones: casi hemos terminado de subir, un carrito nos espera para llevarnos a la entrada del parque. Como es usual en septiembre, los aguaceros han dado un respiro a la ciudad y el sol calienta un tanto menos. Aún huele a lluvia y los caminos están húmedos. En la cima, unos escalones más adentro, se abre una vista única sobre Caracas. El Ávila, estoica, imponente. En los jardines revolotean los colibríes.

En 1959, Katherine Deery de Phelps y su esposo William H. Phelps Jr. llegaron a este espacio conocido como El Volcán de Baruta con el fin de construir su casa de retiro. Así se fundó Topotepuy, un espacio dedicado al descanso, a la observación de aves y sobre todo a la preservación de la naturaleza. Aunque por un tiempo permaneció como una propiedad privada cerrada al público, el matrimonio Phelps pronto se dedicó a convertir sus más de cuatro hectáreas en un parque abierto a todo el que se interesara por la ecología de la zona.

La entrada a la “hacienda” es apenas un portón sin muchas pistas, con un camino empinado que da paso a una primera casucha donde tres o cuatro guías te reciben con un video informativo: “Los ‘Jardines de Topotepuy’ es un espacio dedicado a la conservación. Fue fundado en 1950 y renovado en 2004 para ofrecer un mejor servicio al público…”. Al lado, los colibríes van y vienen a tomar de los alimentadores que cuelgan frente al tupido bosque nublado que se extiende como parte de la propiedad. Seguimos el camino marcado.

El Bosque de la Virgen, el único de su tipo al sur del valle capitalino, esconde los verdes jardines que, como praderas, adornan la casa de los Phelps al tope del parque. Su antigua terraza se conserva tal cual en su homenaje. La vista impresiona. Abajo, sólo las voces de los visitantes que empiezan con el picnic. Es domingo familiar: los niños juegan y los padres disfrutan de las mesitas con sus sombrillas. El recorrido se hace libremente –aunque se pueden reservar visitas guiadas, si se prefiere– rodeando el patio. En cada puesto, cada cierto tiempo, aparece un guía a quien se puede preguntar sobre el reciclaje, el conuco, el espalier, las abejas polinizadoras o sobre el jardín japonés para alejar a los malos espíritus.

Aquí arriba ya no parece Caracas. Los ruidos de la ciudad se han quedado atrás y sólo la constante presencia del Ávila nos recuerda que apenas nos alejamos de las calles congestionadas de La Trinidad y El Hatillo. Protegidos por los sinuosos caminos y la casi impenetrable vegetación, éste es el espacio ideal para lo que se propusieron Billy y Kathy Phelps: “un conservatorio creado con la finalidad de despertar conciencia sobre la importancia de las plantas para el desarrollo del hombre y la preservación de la biodiversidad en el planeta”. Gracias a su proyecto ecológico, Los Jardines de Topotepuy son ahora la casa de 10 especies de colibríes, más de 170 especies de aves, mariposas, abejas, variadas y coloridas flores como bromelias, calas y suculentas, además de un gran número de especies endémicas e importadas. Desde las orquídeas nacionales hasta el bambú amarillo originario de África que forma parte de la exhibición de los “Jardines del Mundo”, todo el parque se pinta de colores hermosos.

A la 1:30 comenzó el taller de Hidroponía en el módulo de Educación, atrás de los viveros. La tienda exhibe sus mejores muestras de hierbas y flores. Arriba el restaurante comienza a despachar hamburguesas, sánduches y ensaladas. Las mesas están casi completamente llenas. Almuerzo. En el conservatorio, las orquídeas y las calas lucen todos sus colores ante los fotógrafos aficionados. Atrás, otro video educativo comienza para los niños de la Fundación Regala una Sonrisa que hoy pasea por las instalaciones. En un rincón más atrás una bromelia gigante, hermosa, recuerda al retoño del Jardín Botánico de la Universidad Central de Venezuela.

Después de un rato bajo el caney, refrescadas por un papelón con limón, seguimos el camino a la salida, más allá de la casa. Una hermosa cacatúa blanca nos despide con graznidos y volteretas parte de su show particular. Alrededor de su jaula, los niños aplauden entusiasmados pidiendo más y más vueltas. Atrás dejamos al Ávila sobre el que empieza a caer la anaranjada tarde.

 

 

 

 

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