Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en Papel Literario
Entre las nominadas al Oscar, hay una que no ha tenido la abrumadora promoción de filmes como La La Land o Arrival. Incluso, hay personas que ni saben que compite a Mejor Película.
Hell or High Water, dirigida por David Mackenzie, es una joya relegada por los poco curiosos, aquellos apabullados por la publicidad desbordante de las otras competidoras por la estatuilla de la Academia, que aunque la tomó en cuenta, seguramente no la subirá al pedestal.
Se trata de una historia sobre un Estados Unidos profundo, inconforme, molesto, pobre y desahuciado; una trama que explica algunas de las razones de la victoria de Donald Trump como presidente del país más poderoso del mundo.
El western es protagonizado por Chris Pine y Ben Foster, quienes interpretan a dos hombres clase media que empiezan a robar bancos, aunque no tienen el perfil del ladrón común estudiado por policías. Eso sí, uno de ellos se vuelve cada vez más desquiciado.
Ambos eligen pequeñas sucursales para llevar a cabo su objetivo. Pretenden ahorrar el dinero suficiente para salvar la granja familiar, en un poblado en el que sus habitantes están descontentos con los bancos, desamparados ante cuotas asfixiantes, y resentidos con un Estado al que califican como inepto.
Además, en esas tierras dominadas por el sol y la aridez, confluyen los más intransigentes prejuicios hacia el inmigrante y el indio, objetos de rechazos y depósitos de culpa.
No pareciera haber ley, más allá de las acciones de un par de policías que se trazan como meta atrapar a estos dos malhechores, que incluso encuentran complicidad en algunos vecinos del pueblo, quienes ven en los ladrones a una dupla que los reivindica ante lo que consideran tanto abuso bancario.
Estos dos oficiales son encarnados por un extraordinario Jeff Bridges y Gil Birmingham, quienes además se mueven en un contexto de culto a las armas, donde cualquiera quiere volarle la cabeza a quien se atreva a enfrentar a ese grupo paramilitar que repentinamente se forma para atrapar a los fugitivos.
Al final, se trata de comprender al par de fugitivos, su proceder y moral en una tierra de nadie, lejana a campañas, pero en el fondo influyente en decisiones trascendentales. Son formidables las secuencias de persecución, los diálogos de cada bando para justificar su proceder, la intriga alrededor de cada robo, la ironía y lo ladino de unos diálogos que delatan un ideario de nación.
Sería un batacazo que el western sin caballo, esta road movie, ganara el Oscar a Mejor Película, pero lo más seguro es que la Academia prefiera a favoritas como La La Land y no a esta trama escrita por Taylor Sheridan, nominado eso sí a Mejor Guión Original por su segundo trabajo como guionista. El primero fue Sicario, esa joya que filmó el canadiense Denis Villeneuve, director de Arrival.