Texto de Humberto Sánchez Amaya (@HumbertoSanchez) publicado previamente en El Nacional
Bill Condon sabía que no era una tarea fácil. Sin embargo, aceptó el reto de realizar la versión no animada de La bella y la bestia, el clásico de Disney producido a comienzos de los años noventa, un período considerado como el renacimiento de la compañía del ratón Mickey.
El director estadounidense tenía la experiencia de haber dirigido el musical Dreamgirls; de haber escrito el guion de Chicago, que obtuvo seis Oscar, incluido el de Mejor Película; y además haber realizado la adaptación al cine de la vida del estudioso de la conducta sexual Alfred Kinsey. También fue el responsable de las dos últimas entregas de la saga Crepúsculo, esa historia que fascinó a muchos de los que crecieron con la versión anterior de La bella y la bestia.
Con esa trayectoria fácilmente iba a manejar los elementos necesarios para una cinta que mantuviera el romance y la fantasía de la película original, el ideario de un mundo de hechiceros y maleficios, además de discretos guiños a la sensualidad. Así se busca el agrado de los espectadores de los años noventa y también se capta la atención de nuevas generaciones.
Condon cumple con parte del cometido. La primera hora de la película se apega bastante a la historia conocida. Una mujer llamada Bella (Emma Watson) vive en un pequeño pueblo atolondrado en el que todos la consideran una persona extraña porque se interesa en la lectura y a su padre lo tildan de loco por su ocupación de inventor.
Ella es acosada por Gastón (Luke Evans), pretendido por las mujeres de la zona, a pesar de ser bruto y potencialmente malvado. Luego, por diversos entuertos, la joven termina confinada a un castillo en el que vive Bestia (Dan Stevens), un príncipe condenado a un hechizo que lo convirtió en una espeluznante criatura.
Condon logra seducir con este musical a través de una puesta en escena vistosa e idílica en principio, que se va tornando lúgubre a medida que Bestia se va apoderando del desarrollo.
El guion de la película estuvo a cargo de Evan Spiliotopoulos (El cazador y la reina del hielo) y Stephen Chbosky, también director y guionista de la adaptación al cine de su propio libro Las ventajas de ser invisible, un best seller en el que se trata el tema de la homosexualidad entre adolescentes. Vale recordar que tuvo entre sus protagonistas a Watson.
En el primer acto son bien presentados los personajes y sus respectivos contextos. Provoca seguir con detenimiento los acontecimientos, aun cuando se sepa lo que va a ocurrir. Una vez que empieza la confrontación, como si se percataran de que el filme puede durar más de dos horas, apresuran los hechos subsiguientes con un resultado de acciones a destajo. Entonces se pierde por momentos la solemnidad para hacerla también mucho más amena al público infantil.
Mención aparte tienen las canciones, todas a la altura y superiores a las expectativas de esta producción, que se une a otras versiones no animadas que Disney ha hecho de clásicos como El libro de la selva (2016), Alicia en el país de las maravillas (2010), 101 dálmatas (1996) y Cenicienta (2015).
El final puede resultar para algunos demasiado caricaturesco y andrógino, pero puede interpretarse más como una mofa de la realeza, especialmente en la actualidad.
El famoso personaje gay
En algunos países han tomado medidas en contra de La bella y la bestia de Bill Condon, en la que el personaje de LeFou (Josh Gad), el escudero del villano Gastón, demuestra mucho más que admiración por este último. Claro, no hay alusiones directas, solo señales.
El director ha hablado de un momento “exclusivamente gay” en el filme. En Malasia, la Junta de Censura eliminará las escenas que considere homosexuales. En Rusia, el filme podrá ser visto solo por mayores de 16 años de edad. En Alabama, Estados Unidos, un cine prohibió la proyección.
En 2016, el periodista David Bernal de El País de España hizo una lista de personajes de Disney que son percibidos como homosexuales. Se refirió al ensayo Tinker Belles and Evils Queens: The Walt Disney Company from the Inside Out de Sean Griffin, que recuerda que en los años treinta Mickey Mouse era un código de identificación entre esa comunidad. Mencionó también el corto Ferdinand the Bull (1938), en el que un toro se la pasa oliendo flores. Otros personajes serían Scar de El rey león y Jafar de Aladino.