Sinfonía desordenada, los acordes que dibujan a Venezuela

Por Humberto Sánchez Amaya

Hay un corazón que late en medio de la oscuridad. Se escucha en la sala cuando el logo cobra vida. La espera se acaba. La voz de Horacio Blanco pregunta qué nos pasó, cómo el país llegó hasta acá.

Así comienza Sinfonía desordenada, el proyecto que con orquesta engalana las canciones de Desorden Público, un vestido de etiqueta sin almidonar que cede ante el Caribe.

Los latidos luego pasan a una advertencia: la que dan unos tambores que recuerdan a esas películas bélicas, la percusión que antecede al enfrentamiento.

No es un show de la banda de ska. Por eso la noche del 28 de mayo en la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño protagonizan Horacio Blanco, Elisa Vegas y la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho. Cuentan el país desde la sinergia de dos estilos. Como decía el vocalista días atrás, la belleza de la orquesta y el estallido de la banda son dos estéticas distintas. Ninguna es mejor que otra. Solo formas diversas de expresar el arte que convergen. Por un lado, los clásicos de la agrupación, y por el otro, los arreglos orquestales.

Fotografía de Gabo Hernández. @gaboypunto

Es una obra en tres actos. Con «Allá cayó» comienza el primero, titulado La ruptura (Lo que éramos…). Ese tema popularizado en los noventa delinea el contexto de la propuesta. Caracas con un muñeco de tiza en la acera, los zapatos que valen más que una vida, un grito de auxilio.

Hay un breve debate. En la versión original siempre la letra ha invocado a Michael Jordan, pero en años recientes los desordenados nombran a Maickel Melamed. Esa noche, el público prefiere al 23 de los Chicago Bulls. Es difícil cambiar el camino de los clásicos cuando hay mucho trecho andado.

No pasa nada. Es parte de la dinámica. La gente está feliz. Sabe cómo responder, entusiasta y alegre. Necesitaban esa comunión con el arte, en directo, sin pantallas de por medio. Además, el teatro está remozado. Es todo un reencuentro.

Horacio y los músicos más recientes en Desorden Público compaginan con la orquesta y su directora. Los otros integrantes originales del grupo, aquellos que comenzaron en los ochenta en Vista Alegre, no quisieron sumarse a Sinfonía desordenada.

Fotografía de Gabo Hernández. @gaboypunto

Por ratos el ska pierde intensidad y la sección de cuerdas domina todo. En otros, la estridencias de las guitarras y los metales puntean el sendero a los sentimientos entre cumbias, calipsos, chimbangles y más.

Esa noche no se trata de la banda. Esta obra es otro lienzo, uno que afianza un cuadro que registra los sentimientos de un país.

Elisa Vegas es firme con su batuta, pero sus pies no son ajenos al encuentro. Izquierda, derecha, derecha, izquierda en zapatos de goma. Se mueven sin reparo y sin descuido ante lo que acontece bajo su responsabilidad. El baile es inevitable en el escenario para todo aquel que está de pie.

Se van sumando canciones al movimiento. Siguen «Peces del Guaire», «La danza de los esqueletos, «El racismo es una enfermedad», «Los zombis están de moda» y «Valle de balas». El imaginario va entre la lectura del caos y la reflexión, discursos de dos aceras que hacen la misma calle. Llaman la atención los arreglos de «El racismo es una enfermedad», ese tema del disco Plomo revienta que se revitaliza como nunca antes con sus nuevos adornos de gala.

Hay un paréntesis. Horacio Blanco echa cuentos sobre aquellos años de juventud, de los amigos que se embarazaron cuando eran adolescentes. Que su mamá le quitó entonces las llaves de la casa. El público ríe. Recuerda que por eso escribió «Skápate», que empieza a interpretar.

Fotografía de Gabo Hernández. @gaboypunto

Relata cómo fue censurada en el país en 1988, pero un poco más arriba, en República Dominicana, se volvió un éxito porque formó parte de una campaña para prevenir el embarazo adolescente. La banda del condón, les decían. Hasta viajaron a la isla a cantar: «Escápate conmigo, se me olvidó usar el preservativo».

Es un momento de más sosiego en Sinfonía desordenada. Más íntimo. Horacio Blanco incluso demuestra dotes de comediante. Si bien puede alterar el planteamiento de la ruptura, también da a entender que durante el camino al caos, hay momentos para enamorarse, despecharse, levantarse, festejar y seguir adelante. Por eso suenan «Látex», «Cachos de vaca» y «El tren de la vida». Es como aquel que agobiado por el día, se refugia en su cuarto cada noche a encontrar verdad en la esperanza de la música.

Los que se fueron
Inicia el segundo movimiento: La partida (Lo que somos…). Sí, en presente. El concepto deja claro que todavía estamos en ese proceso, bien sea porque hay quienes todavía emigran o porque los que se quedan todavía aprenden a vivir sin lo que se fue. Horacio Blanco ya no está en tarima. Las pantallas muestran un video con los saludos de decenas de venezolanos regados por el mundo. Chile, Estados Unidos, Colombia, España, Alemania, Hong Kong son algunos de los lugares desde donde se envía un hola con acento venezolano. Hay quienes aplauden cuando se identifican con algún testimonio.

Entonces, el cantante reaparece, pero esta vez entre el público. Canta «Los que se quedan, los que se van». Camina hacia el escenario. Es una forma de decir que no solo es cronista, sino protagonista de las despedidas. También ha dicho adiós.

Fotografía de Gabo Hernández. @gaboypunto

De hecho, Sinfonía desordenada es una idea que surgió durante los días de Desorden Público en Ciudad de México. En 2018, entre nostalgias y ganas de crear, pensó en la pertinencia de un espectáculo que contara el quiebre del país, el éxodo y el anhelo de un mejor futuro. Le preguntó antes a Elisa Vegas, a quien conoció años antes en La canción de Caracas. Y ella dijo que sí.

El show toma un auge mucho más intimista, entre la nostalgia y la fe. Sigue «Haz el bien», el tema que el músico compuso para el acto de beatificación de José Gregorio Hernández. En pantalla se ven imágenes del médico y hombre de Dios. También suenan «Mini uzi» y «Gorilón».

Este proyecto ya se ha lucido en otros escenarios, pero nunca en un teatro. La pandemia trastocó el cronograma deseado. Sin embargo, el virus no dinamitó los ánimos. De hecho, hay un disco grabado. Un álbum que suena a la cuarentena, a esos meses inciertos, como bien ha dicho Elisa Vegas.

El registro se hizo a distancia. Cada músico desde su casa grabó con sus teléfonos y envió Dios mediante, y ABA Cantv también. En noviembre de 2021 hubo una presentación en las Minas de Baruta. Retomaban paulatinamente el ritmo frente al público.

Los últimos ensayos fueron en la Torre Polar de Plaza Venezuela, donde ahora la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho tiene su sede, espacios más amplios, con buena vista a la Caracas que tanto le tocan, y un salón cómodo para experimentar otra vez juntos frente al atril.

Los arreglos estuvieron a cargo de los jóvenes Aarón Cabrera, Martín Figueroa y Ludwing Manzo, integrantes de la orquesta. «Hay algo que me parece muy chévere. Uno a veces tiene la idea de que las personas que hacen los arreglos orquestales son como Beethoven, desmoñados, canosos y enloquecidos. Bueno, enloquecidos están, pero son unos chamos. Lo digo en el sentido más bonito de la palabra. Se montan en el Metro, pagan una empanada en un dólar. Gente pana. Son nuestros genios», comentó Horacio a finales de abril en uno de los ensayos.

Fueron poco más de tres meses de trabajo para adaptar las canciones, contaron los arreglistas ese día. Los tres forman parte del equipo creativo conformado para desarrollar los proyectos de música popular, y así trabajar cada obra sin que se pierda ninguna esencia.

En el ensayo se enfatizó en la importancia del individuo como punto de partida. Fue una idea que enarboló el cantante, y Elisa Vegas refrendó así: «Al final todos debemos estar cohesionados, enfocados en el mismo hecho artístico. De lo contrario no trasciende hasta el público. Pero a la vez, hay que entender que cada una de las partes tiene protagonismo, y de cuando en cuando acompañar al otro. Eso se puede tomar como analogía para la sociedad. Cada uno debe pulir su parte, encontrar su lugar dentro de un todo».

Esa oda al individuo, como eslabón de algo más grande, fue ejemplo durante ese ensayo, y luego en el Teresa Carreño. «Creo que los proyectos que anulan al individuo están condenados al fracaso. La historia lo ha demostrado. Creo en la belleza de lo variopinto de todos. Claro, eso no quiere decir que nos vamos a canibalizar, sino que en la infinita riqueza de nuestra individualidad, podemos hacer equipos donde brillemos todos», afirmó Horacio Blanco aquel día de abril.

Confianza en el futuro
De regreso a la noche del 28 de mayo, el tercer acto es un canto a un mejor porvenir, pero no sin base. Este deseo parte de lo que ya se está haciendo, tanto adentro como en el exterior. Su origen está en cada quien, en su espacio y en su apuesta por deslindarse de la tragedia y de sus responsables. De hecho, desde el público, alguien grita que abajo la dictadura, como un recordatorio de un objetivo que no se ha olvidado, que sigue ahí, latente e impaciente.

El abrazo (Lo que podemos ser…) inicia con «Música de fiesta», tema que recrea un jolgorio multitudinario, en el que conscientes de lo transitado, cada quien se olvida de viejos dolores y rencores para delimitar un antes y después. Luego, más reflexivo, pero no por eso menos fervoroso, Horacio Blanco canta «Estoy buscando algo en el Caribe», esa canción que en 1990 le daba a Desorden Público más personalidad, le otorgaba espíritu, mientras exponía una serie de reflexiones sobre el deber ser.

Horacio Blanco cuenta que cuando estudiaba en la Universidad Central de Venezuela, en una clase de literatura les mandaron a escribir un cuento. En la búsqueda de motivos, no hubo una rosa pintada de azul, pero sí una guacamaya que pasó por la ventana. Ese cuento luego se convirtió en canción: «El tumbao de Simón Guacamayo», ese al que le prenden velas, ese misterioso personaje de la discografía de la banda que sin capa ni rayos láser se revela como un héroe entre tanta cosa fea, que usa palabras como arma sin jaulas que lo atrapen. Su tesoro es la memoria. Así, Sinfonía desordenada presenta la maqueta de la plaza del futuro, con uno de sus próceres, pero este no tiene charretera, sino un escudo que es pecho desnudo.

Esta parte no es una añoranza por la Venezuela que fue, esa de los sesenta o setenta que algunos bien recuerdan. No. Es una apuesta a un surgimiento desde los aciertos y sufrimientos para otro modelo. Futuros posibles. El concierto todo lo  puede. Incluso hay un momento en el que Horacio toma fugazmente la batuta y Elisa canta.

Ya el final del anhelo se acerca. Primero tocan «Combate», la canción con la que Desorden Público recibió el nuevo milenio. Y sí, forma parte del abrazo porque en el encuentro con lo deseado, con esos mejores tiempos, también hay que estar alerta para no volver a caer. Cierra la noche «Tiembla», ese clásico que no caducará. El canto a la hidalguía frente a la adversidad. Es el momento de los agradecimientos. Elisa Vegas toma el micrófono para agradecer a los otros desordenados: Caplís, Danel y Oscarello.

Fotografía de Gabo Hernández. @gaboypunto

Entre el público está Danel, quien sube al escenario con su hija. Abraza a Horacio. Baila. Disfruta. El cantante llama a Oscarello, pero no fue. Igual, la fiesta sigue.
Cae el telón de un proyecto que se imaginó hace cuatro años, que tomó sus apuntes por Zoom, conoció el mundo en Baruta y ahora vive su mejor etapa preparado para los teatros, con los arreglos concebidos para grandes espacios, más allá de las adaptaciones condensadas por la pandemia. Ahora, Sinfonía desordenada está completa para el mundo.

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