El rey no se muere, un teatro directo sobre el poder

Por Humberto Sánchez Amaya

Hay quienes dicen que, en los años recientes, ciertos artistas han evadido temas relacionados con el país. Bien sea por conveniente omisión o por genuina necesidad de distensión, hay creadores que se han enfocado en otros derroteros.

Sin embargo, sería injusto generalizar, especialmente en el teatro que se ha hecho en años recientes. Distintas compañías, directores y dramaturgos han evocado el pesar de muchos venezolanos desde distintas ópticas. Por ejemplo, Javier Vidal hace una clara y contundente alusión a través de una íntima revisión del perezjimenismo en Paradís.

Ahora bien, Rajatabla acaba de volver a montar El rey no se muere, una versión del clásico El rey se muere, de Eugene Ionesco, a cargo de la directora Marisol Martínez. Estará en el Trasnocho Cultural hasta el 24 de julio. 

Protagonizada por Antonio Delli, Carolina Leandro, Grecia Augusta Rodríguez, Sandra Moncada, Armando Andrés González y Andrés Infante, la obra cuenta cómo el rey Berenguer agoniza. Está en sus últimos días y se encuentra entre dos frentes.

Por un lado, su primera esposa, la reina Margarita, prepara con antelación su funeral en complicidad con el médico de la corte. Por el otro, la reina María, segunda esposa del monarca, se resiste a la idea de fallecer.

Carolina Leandro y Grecia Augusta Rodríguez

De esta manera, El rey no se muere se convierte en una propuesta hilarante en la que los personajes más allegados al hombre de poder, por no decir los únicos cercanos a él, se enfrentan en dilemas absurdos y sarcásticos en medio de delirios, verdades que se revelan y caretas que se caen.

El texto no se amilana en comparaciones, y va más allá al hacer alusiones claras al país y ciertas figuras de la llamada revolución bolivariana.

El rey no se muere es una clara referencia a esa distancia que suele afianzarse entre gobernantes absortos en sus afanes y el resto de la población, esta última ausente durante el todo el montaje, desconectada de las delirantes cavilaciones en ese salón real, salvo cuando se rompe la cuarta pared.

Antonio Delli concentra la mayor parte de la atención, con un personaje que exige cambios constantes, por los estados de ánimo de un moribundo que repentinamente recupera sus desmanes populistas. Con oportuna malicia, mete el dedo en la llaga para subrayar esas partes vinculadas con el ideario de quienes ven la obra. Sabe muy bien cómo exaltar las intenciones de la contextualización de la adaptación.

Carolina Leandro, como la reina Margarita, y Grecia Augusta Rodríguez, la reina María, logran un par que se entrelazan en una dinámica que va de la angustia por lo que pasa al apuro por lo que se aproxima. El vestuario y la iluminación de El rey no se muere están acordes a los momentos que reclaman propiedad. Apuntalan una propuesta que se interpreta como catarsis en medio de tanta presión.

El monarca paulatinamente cede, pero a la vez no. Zigzagueante ante una realidad que no miente, que trasciende a la mente y el ímpetu de grandeza. Es una realidad que no cree en pasados ni glorias, y mucho menos en ambiciones venidas a menos. El rey no se muere es teatro del absurdo que se lee con especial cercanía en estos lares, donde lo irracional parece perenne, y el arte se consolida una vez más como vía de escape.

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