Los 7 pecados capitales, el viaje ambivalente de Ana

Por Humberto Sánchez Amaya

Las luces se apagan. La orquesta en el escenario anuncia que la historia tendrá también partituras, obras que anunciarán un debate constante entre intenciones y tentaciones en una misma persona. 

En el mundo occidental, desde hace siglos se ha vivido con la advertencia de los pecados capitales, aquellos que merman la valoración de los actos humanos.

Acciones que menoscaban la existencia con los demás, y que, desde el punto de vista cristiano, sirven como elementos a evitar en la vida diaria. Son faltas que podrían entrar en la cotidianidad de los individuos, y que en la dinámica diaria pueden ser hechos de reiterada recaída.

En julio se presentó en la Asociación Cultural Humboldt la obra Los 7 pecados capitales, la famosa opereta de siete escenas y nueve movimientos compuesta en 1933 por Kurt Weill con libreto de Bertolt Brecht. Fue la última colaboración entre ambos alemanes.

Con la dirección artística de Rodolfo Saglimbeni, la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas y la puesta en escena de Sandra Yajure, la obra se centra en buena parte en la mezzosoprano Marilyn Viloria y la bailarina Anakarina Fajardo, quienes interpretan a Ana en distintos momentos, o mejor dicho, en diferentes ímpetus. El repertorio estuvo a cargo de Sadao Muraki.

La obra Los 7 pecados capitales tiene en su origen una intención critica a la sociedad industrializada, y cómo, de acuerdo a sus autores, puede pervertir a una persona en el afán modernizador, en esa búsqueda de la riqueza.

Sin embargo, más allá de esas intenciones de antaño, las propuestas recientes, como la que se presentó en Caracas, responden bien a otras interpretaciones. No necesariamente se alejan del todo a las propuestas originales, pero sin dudas las revisiones de cada espectador, impulsado por un contexto como el venezolano, lleva a otros derroteros.

La Ana que interpreta Marilyn Viloria es cautelosa, cuidadosa y hacendosa en principio. Mientras que la encarnación de Anakarina Fajardo se aleja por otros caminos.

Entonces, en escena hay una especie de contrapunteo, pero que no se basa exclusivamente en las palabras, sino en la ambivalencia de expresiones. Por un lado, la voz de la mezzosoprano, quien es clara en sus intenciones desde el principio. Y por el otro, la bailarina, quien, con sus movimientos, establece otra hoja de ruta.

Los 7 pecados capitales es una historia que se desarrolla en la vía. Ana parte a un viaje a ciudades lejanas con la intención de reunir el dinero para construir una casa para su familia.

En ese trayecto, son varias las vicisitudes que debe atravesar, obstáculos que retan sus principios, y en escena se ven bien representados por la dicotomía subrayada en las dos expresiones artísticas. Dos mujeres en una que se debaten constantemente.

Hay un recurso interesante en la puesta en escena: la simulación de un espejo como metáfora del enfrentamiento interno, ese que ocurre cuando el rostro cavila en el zigzagueante pensamiento sobre lo que acontece.

El elenco lo complementan el tenor Domingo Balducci (padre), el tenor Arturo Bocarruido (hijo), el barítono Abraham Camacho (hijo) y el bajo Martín Camacho (madre).

Hay un careo interesante y ameno entre las actrices principales, cada una respetando lo mejor posible la exactitud de las pretensiones de sus esquinas, además de poseer la gracia para transmitir espontaneidad y frescura en los momentos debidos. Los 7 pecados capitales es una obra sencilla, austera, burlesca y reflexiva sobre el transcurso de la vida en determinados momentos, en aquellos en los que, impulsados por un bien mayor, el individuo puede sucumbir a lo impensable. Pero las circunstancias son incontenibles, y cada quien reaccionará de acuerdo a los resultados de sus luchas.

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