Por Yenderson Parra
Si hay un anime que ha sabido mantener durante años la fidelidad de sus espectadores ese es One Piece.
La historia de un grupo de poderosos y divertidos piratas liderados por su capitán Monkey D. Luffy que deben superar cientos de adversidades para encontrar el legendario tesoro que le da nombre a la serie es sin duda alguna uno de los referentes de la animación japonesa por excelencia en la actualidad.
Con más de mil episodios de anime y 14 películas, se estrenó One Piece Film: Red, el más reciente trabajo basado en la obra de Eiichirō Oda que llega a cines.
Donde muchos podrían pensar que tanta explotación de una misma historia podría traer como resultado el nacimiento de un producto defectuoso, aparece una cinta con una trama autoconclusiva que sin tener destellos de genialidad se logra disfrutar por su estilo reconocible, además de su trasfondo profundo y contemporáneo.
Esta aventura de casi dos horas de duración se desarrolla en una isla donde una joven llamada Uta tiene a todos los presentes cautivados con el encanto de sus mágicos dotes musicales, con los que puede cambiar la realidad aparente. Sin embargo, esta chica también es una amiga de infancia de Luffy, ya que ella es la hija adoptiva de Shanks «El Pelirrojo». Hasta aquí todo parece funcionar correctamente, pero la verdad es que Uta está en la mira de diferentes enemigos (como la marina y otros piratas) porque en sus aparentemente inofensivos poderes se oculta un peligro tan grande que pondría en jaque al mundo.

Al contrario de lo que aparenta vender esta premisa Uta no es la damisela en peligro, tampoco es por completo ajena al peligro potencial que lleva en sí. De hecho, ella es la principal antagonista de esta historia. Un personaje que empieza siendo colorido y muy empático se torna temible al revelar sus verdaderas intenciones.
No obstante, tampoco es la villana del todo, es un personaje de matices. Aunque asusten sus métodos, al utilizar sus habilidades para empezar una especie de Matrix onírica, Uta tiene intenciones nobles: alejar a la humanidad de la oscuridad reina en la realidad. Se podría empezar a entender a partir de este punto el subtexto que guarda Uta y que alimenta el verdadero significado de la película.
Una chica que desde muy joven es aislada de la realidad al estar estudiando canto en una isla despoblada hasta que encuentra un caracol transmisor (o den den mushi para los fans) que le permite explorar el mundo que desconoce. Logra, además, difundir su talento, y así recolecta admiradores que la consideran la mejor cantante del mundo, pero por este medio también descubre algo más, el lado amargo de la vida.
Entonces al estar consciente de las capacidades que maneja crea una realidad paralela donde todos podrán ser felices (de acuerdos a su concepto de felicidad) y se dispone a forjar la clásica utopía que termina en distopía por naturaleza.
Pero, donde se ve una imagen de ciencia ficción y fantasía, se oculta una tenue y maquillada alusión a las redes sociales y cómo los mismos influencers y las fakes news pueden alimentar el fanatismo y actitudes negativas.

Uta como la admirada vedette que se permite la osadía persuadir a un séquito numeroso por medio de una pantalla para que embelesados por su perfección le ayuden a construir su sueño. Una dinámica de líder sectario, extrapolado a la imagen de la idol japonesa y de los seguidores atentos al próximo consejo de vida o desafío que su influencer publique en Tik Tok.
Pero el trasfondo de Uta como epicentro de la historia no termina en una crítica suave a las redes sociales, esta cantante también denota otras problemáticas actuales como la depresión y la soledad.
Uta se siente abandonada, alejada de sus seres queridos, desilusionada de la realidad y en última instancia culpable. Es por eso que Uta parece representar a la sociedad actual, una metáfora de los efectos secundarios del confinamiento, a niveles de la salud mental y de dependencia del internet como fuga y fuente de opinión pública. Una persona que por el monitor aparenta felicidad, pero que lleva una amarga carga por dentro y que quiere evitar mostrar.
Ahora bien, si la densidad del contenido que presenta One Piece Film: Red puede resultar extenuante, no hay de qué preocuparse, esto no interfiere en absoluto con el despliegue de acción y humor que desborda esta producción en cada escena.
Fuera del subtexto que el guion intenta manejar es una película creada para que cualquiera pueda disfrutar de las aventuras de los mugiwara.
A nivel visual la animación goza de un trabajo destacable, que juega con diferentes técnicas y que dispara su mayor potencial en las secuencias de batalla, que por momentos recuerdan más a la cinemática de un videojuego que a una cinta.
La banda sonora es especial gracias a las maravillosas canciones que canta Uta durante gran parte de la película. Estos temas son parte del repertorio compuesto por Yasutaka Nakata y Ado fue la encargada de dar la voz cantada de Uta en japonés.

Pero lo que posiblemente todos quieren ver en esta cinta es a Luffy, Nami, Zoro y el resto de los “sombreros de paja” llenando el cine de su intachable carisma, y es algo que aquí se entrega de sobra. Hay momentos épicos y cómicos protagonizados por los clásicos personajes de One Piece, pero sin lugar a dudas la emotividad es el platillo fuerte.
Volver a ver Shanks junto a Luffy y también mostrando su lado más paternal con Uta es enternecedor, y da paso al otro tema que aborda el filme, el valor de la familia. Es por eso que el final puede llegar a ser doloroso, pero comprensible y adecuado, una reivindicación y un nuevo amanecer.
Sin embargo, aunque esta One Piece Film: Red trate abordar temas actuales y quiera desarrollarse un tanto fuera del canon cronológico de la serie matriz, no olvida ningún momento su esencia: piratas, frutas del diablo, batallas alocadas en alta mar y que el sueño de ser “Rey de los Piratas” continúa.