Sergio Blanco no pudo venir a Venezuela. Sin embargo, transmutó. Su creación otorga ese poder. No se trata de la simple presencia de quien firma una obra, y, por lo tanto, su autoría lo convierte en ineludible referencia y atractivo en la relación con el público. No. Sus intenciones hacen que una pieza se convierta en extensión de vida, esa emanación que deriva en un personaje sobre las tablas que conlleva a él.
Entre junio y julio la compañía Deus Ex Machina celebró su noveno aniversario. Razón suficiente para montar en el Trasnocho Cultural cinco obras del autor francouruguayo, ese que se aferra a la autoficción para contar tanto lo experimentado como lo que no, pero que siempre parte de su existencia. Todo un ejercicio que exige una diáfana rigurosidad y una precisión en la delimitación de lo acontecido.
Estaba previsto que el escritor viniera a Caracas como parte del aniversario de la compañía, pero un problema de salud de un familiar cercano le impidió tomar el avión. El ciclo continuó, y de alguna manera, con él.

Tebas Land es una de las más comentadas. Cualquier advenedizo en butaca no saldrá indiferente ante una propuesta que, más allá de lecturas morales, se inmiscuye en la complejidad emocional de la creación artística.
Hay un tema recurrente en Sergio Blanco, y es la relación con el padre, que es afrontada desde distintos conflictos, pero con orígenes no muy disímiles. En la complejidad de los sentimientos inicia esa conversación interna sobre el momento de crear y rememorar.
En Tebas Land transmuta en Elvis Chaveinte, quien interpreta a Sergio Blanco, un dramaturgo que se entera de un joven llamado Martín Santos (Gabriel Agüero), encarcelado por haber asesinado a su padre con un tenedor.
Entonces, se crea una poderosa dinámica en la que el escritor entrevista en la cárcel al parricida. Su intención en apariencia no es otra más que la de montar una obra de teatro inspirada en lo acometido por el recluso. A su vez, Sergio Blanco prepara la pieza con un joven actor, encarnado también por Gabriel Agüero, quien tendrá la responsabilidad de interpretar a Martín Santos en el escenario, donde se verá el resultado de esas tertulias en la cárcel.
Es así como un mismo escenario se convierte en el lugar donde las líneas son difusas, si es que acaso todavía existen. Los personajes se entremezclan en intenciones y sentimientos para tratar de aferrarse a sus propósitos iniciales, cuando sucumben a las dudas y a los cuestionamientos de su proceder. Vemos a este Sergio Blanco muy vulnerable durante su proceso creativo, casi que frente a un espejo en el que las intenciones se proyectan y se retroalimentan en su reflexión.
Cuatro de las cinco obras de este ciclo fueron dirigidas por Rossana Hernández, fundadora de Deus Ex Machina junto con Gabriel Agüero y Elvis Chaveinte.
En La ira de Narciso Sergio Blanco anda más altivo, en los preparativos de una importante conferencia en Liubliana sobre el mito de Narciso. Es un monólogo protagonizado por Gabriel Agüero, quien desde su habitación de hotel empieza a desmenuzar una serie de sucesos sobre el momento que atraviesa en esa ciudad.
La soledad, la muerte, la sexualidad y el proceso creativo son puntos clave en las disertaciones del personaje, quien con no poca ironía rememora su vida, los impulsos joviales y los objetivos del presente; diálogos alterados cuando aparece un joven que altera ciertos planes. También es centro de una intriga policial por un extraño suceso acontecido en la habitación en la que se queda.
Entonces, el escenario se vuelve todos los mundos y sus experiencias derivadas. El espectador es testigo de todo a partir de una sola figura, que es una y todas a la vez con certera entereza en la expresión. Todo ello aunado a una dirección que aprovecha cada recurso, tanto del escenario como del público. Hasta la ropa de un espectador puede ser motivo de correspondencia con el texto.

En El bramido de Düsseldorf vuelve el tema de la muerte del padre, pero esta vez la partida se presenta en otro contexto, quizá más sosegado, pero no por eso menos intenso. Elvis Chaveinte vuelve a encarnar a Sergio Blanco.
El dramaturgo viaja con su papá a Düsseldorf, donde tiene una serie de reuniones profesionales y personales que aparentan ser disímiles, pero en realidad están interconectadas en intereses. A su vez, en ese lugar ocurren las últimas conversaciones con su padre, a quien lleva a esa ciudad en lo que aparenta ser un viaje de reencuentro. Pero en ese ir y venir, se vinculan en una revisión de todo lo vivido, un cierre de capítulo en el que se afianzan en sus aciertos e irreconciliables diferencias, para así, develar una existencia reflexionada nuevamente desde la creación teatral.
Diálogos que se nutren de una cavilación sobre el ser, así como de acentuar el paso por el mundo con todo su contexto, desde lo más trivial -en apariencia- de la cultura popular, hasta todo aquello que se propone profundidad. El bramido de Düsseldorf está conformado por un elenco en el que también resaltan Djamil Jassir y Carolina Torres.
Cuando pases sobre mi tumba fue el estreno de este ciclo. Es un texto de 2016 que por primera vez se presentó en el país en esta ocasión. Una pieza en la que Sergio Blanco se entrega a lo inevitable: la muerte. En escena se van delineando los últimos días del autor, que viaja a Ginebra a una clínica especializada en muerte asistida. Y mientras llega el día, el protagonista prepara qué pasará con su cuerpo después de fallecer, en un ímpetu post mortem no exento de erotismo.

Daniel Jiménez es el encargado de interpretar al escritor en un montaje que juega con el espectador, quien ve cercano a su mundo todo lo que en las tablas sucede, como si hubiera cierta mimetización. Y con él interactúan personajes encarnados por Elvis Chaveinte, como el doctor, y Abilio Torres, en el papel de quien finalmente decidirá qué hacer con el cuerpo.
Sergio Blanco está vestido como fanático de los Leones del Caracas y canta temas de Yordano. Pareciera una licencia lúdica de la directora, pero a la vez se trata de un gesto que se inscribe en las líneas que se difuminan en la propuesta del creador, en la que una persona es una pero todas a la vez, así como un lugar es uno y muchos otros más. Porque los sentimientos y pesares son los mismos, y solo varían las perspectivas que determinan principios y convicciones.
El espectador mientras ve la propuesta, va concatenando todo un andamiaje de universos que se registran en escena como única experiencia que se afianza en las tablas.

Por último, Kassandra se desmarca de la línea de todas las anteriores. Dirigida por Daniel Dannery y protagonizada por Sara Valero, es un monólogo inspirado en la mitología. Además, este montaje no se llevó a cabo en una sala de teatro, sino en un restaurante. En este caso, Komo Caracas del Trasnocho Cultural.
Ahí, los comensales son testigos de una historia que mezcla todos los siglos, y, por lo tanto, todas las vidas. Como si el público empezase a ver en la mujer las penurias, miedos, certezas, dudas y alegrías de toda humanidad, que son igualmente las de cada individuo. Y por eso, Sergio Blanco demuestra en el texto que las historias son perennes.
No solo eso, sino que Kassandra cuenta todo lo suyo en inglés, un riesgo que al principio puede inquietar, pero que al final no es más que una demostración más de su propuesta, que, en su mundo teatral, los límites son la verdadera ficción, porque en la dinámica de la existencia, la verdadera sinfonía es una mixtura de vivencias en todo esplendor.
De esta forma, Deus Ex Machina celebró su noveno aniversario con una demostración más de un teatro atrevido, que inquieta y que, en la aparente incomodidad, tan solo reafirma la realidad tal cual como es, inesperada, indócil, conmovedora, y a su vez, universal y eterna.
